Ya anuncié que, para el año 2020 –fecha del centenario de su muerte–, habrá libros mil sobre la vida, obra, milagros, escrituras y leyendas de Benito Pérez Galdós, un escritor que vivió para la literatura y para pagar las deudas provocadas por vivir de la literatura y otros lances de amor. Juan Benet detestaba a Galdós. Sus declaraciones eran bombas estrambóticas de racimo contra el novelista, a quien, por las trazas, había leído sin embargo hasta la saciedad. Uno de sus contemporáneos, y su enemigo personal y literario –genus irritabile vatum, que dice en sus memorias John Dos Passos–, Francisco Umbral, sentía también un profundo desdén por el gran novelista nacido en Las Palmas de Gran Canaria. Eran "posturitas intelectuales" de personajes tan relevantes como histriónicos, pero frente a ellos no sólo estaba la gran figura de Galdós sino miles de lectores y seguidores que lo mantienen vivo en la memoria de la gente.

Digo que saldrán algunos libros interesantes, desde una biografía de Galdós que eche más luz sobre muchos vericuetos de su vida poco o mal tratados, hasta exégesis de sus obras y novelas que tienen que ver con esa vida tan llena de cosas y elementos que, repito, no se han estudiado a fondo. Uno de esos asuntos es el que se refiere al gran amor de su vida, Sisita, la prima que fue la gran tragedia de Galdós a lo largo de su vida y una historia que la familia llevaba más o menos en secreto. Ahora, esa historia la ha novelado un todavía joven novelista galdosiano, Santiago Gil, también canario arraigado en su isla pero con ínfulas serias de trascendencia literaria. La primera vez que Santiago Gil me habló de esa novela que ya ha terminado no estaba escrita: era un germen narrativo de una belleza que ahora se plasma en la escritura. Ese amorío, que comenzó siendo secreto para todo el mundo, fue un escándalo para la familia, que decidió, después de conocer esa pasión oculta, enviar a Galdós a estudiar a Madrid y echar de la isla y mandar a Cuba a su prima Sisita. Pero todavía hay muchas incógnitas sobre aquel amor liquidado por las tradiciones familiares y excluido de la conversación normal de la familia y de la clase a la que pertenecía la familia: altos dignatarios del Estado en Canarias, militares de alta jerarquía, "clase bien", con cierta hidalguía dentro del contexto social grancanario de la época.

¿Cuenta todo Santiago Gil en su novela, los dimes y diretes, sobre ese gran amor secreto no tan secreto? La incógnita sigue ahí: ¿estaba en estado de su primo Benito la joven Sisita? ¿Por qué los biógrafos, y las biografías oficiales, como Pedro Ortíz Armengol o Alfonso Armas Ayala, galdosianos de altas estirpes, no hablaron con claridad de este asunto tan grave familiarmente hablando? Y si hubiera quedado en estado Sisita, tal como se sospecha todavía hoy en ciertos círculos heterodoxos del galdosianismo, ¿dónde está ese niño, llegó a nacer? O, en todo caso, ¿por qué no nació?

Hay quienes, no sin razón, afirman que todo esto son especulaciones vanas, que Galdós es Galdós, un gigante de tal envergadura literaria de la novela universal y que ya se sabe todo de él. Que lo demás no son sino invenciones del antigaldosianismo militante de algunos recalcitrantes. Puede ser. O no, como se dice ahora. En todo caso, uno de los elementos fundamentales de la joya literaria que ha escrito y sigue puliendo el novelista Santiago Gil es esa pasión que, por lo que sea (imagínense que no sobren razones...) Galdós y Sisita sintieron el uno por el otro por encima de la sangre familiar y de las convenciones de la tradición del tiempo que vivieron. Se sabe que Galdós fue un mujeriego de calibre sideral: cantantes, cupletistas, artistas, escritoras, señoras de buen vivir y mejor gustar. Muchas fueron amantes de una semana y otras alargaron su relación en meses o años. Ahí están las cartas de La Pardo Bazán, donde llama a Galdós "ratoncito mío", una cursilería no permisible incluso en grados de alta tensión amorosa, al menos a mi entender.

Por eso, por lo que "especulo" aquí (y ni siquiera me atrevo a llegar a otras insinuaciones más serias), vale la pena leer la novela de Santiago Gil cuando se publique en algún lugar de este universo editorial tan convulso ya entristecido en los últimos años. Por eso y porque es una novela que, estoy de esto completamente seguro, llevará el nombre de Santiago Gil a la conversación de la gente y su novela a ser discutida por galdosianos y no galdosianos. Por eso y porque está muy bien escrita: con rigor, con estilo propio, con fuerza narrativa, con personajes vivos sobre la palabra en el papel. Porque añade historia a la historia e incógnita a la incógnita.