Venezolanos marchan hacia Perú por las calles de Tulcán, Ecuador, tras cruzar Colombia. Foto: AFP

Venezolanos marchan hacia Perú por las calles de Tulcán, Ecuador, tras cruzar Colombia. Foto: AFP

Cuando la guerra del Vietnam se recrudeció y ya fue evidente que los vietcongs la ganaban, un millón de ciudadanos de aquel país se tiraron al mar, se disputaron un lugar en los aviones de escape o salieron corriendo, tierra y ríos adelante, para salvar la piel de la muerte, del hambre y de las enfermedades. Así es el ser humano y puede ser mucho peor. Entonces, en aquel momento de cruel y trágico exilio, García Márquez escribió un artículo-reportaje, creo que en la desaparecida revista Triunfo (aunque de esto no estoy completamente seguro), que se tituló "Un millón de magnates". Venía a decir que todos los que estaban huyendo por tierra, mar y aire, eran magnates vietnamitas que se querían salvar de sus "responsabilidades" con aquel régimen fenecido. Un loco, pero en esa contestación muy lúcido, Carlos Semprún, que nunca soportó ser hermano de un gran intelectual, Jorge Semprún, le respondía con una brillantez inolvidable que tituló a su vez "Un millón de magnates y un mangante". Ya pueden imaginarse quién era el mangante: el escritor colombiano.

Me ha venido este recuerdo en medio del verano, en la sierra de Madrid, mientras escribo novela y memoria indistintamente, lenta, muy lentamente, como hay que cocer los mejores manjares, cuando veo las cifras del exilio provocado por el chavismo sin Chávez, pero con otro loco ordinario en el poder, su heredero Nicolás Maduro. Dos millones y medio de venezolanos huyen del país que antes, no hace ni medio siglo, era refugio para políticos a los que perseguían dictaduras, para gentes pobres que se marchaban a Venezuela desde todos los puntos de América Latina y de Europa. Venezuela, entonces, tampoco era un paraíso completo: desbarajuste y despilfarro económico e injusticias evidentes hacían que el observador exterior se inquietara con el porvenir de un país al que amaba. Y una incultura de la que no se libraba ningún país latinoamericano, a pesar de sus grandes universidades. Ahora, dos millones de venezolanos huyen al mundo exterior, exiliados de un país que si no es el más rico del mundo en riquezas naturales, es el segundo o el tercero. Siempre se robó en Venezuela, pero con la llegada del chavismo el robo fue un hecho histórico que ha llevado a esa bella nación a la ruina absoluta. Hay responsables antes, durante y después del chavismo, con la ayuda inestimable y la cooperación de otro país en ruinas, digan lo que digan sus amigos: Cuba.

Pero voy a los exiliados: en España hay ya más de doscientos mil venezolanos. En Perú, muchos más. En Colombia, otra gran cifra. En Estados Unidos, otro tanto. En Italia y Brasil, más o menos... No son magnates ni mangantes esos venezolanos que huyen de su país. Claro, habrá alguno, y hasta muchos malandros huyendo sin documentación, ahora que es el momento de poder hacerlo. Pero la mayoría son gentes normales: los he conocido en todos lados, ciudadanos angustiados por la tragedia económica y humana de su país, donde los ricos, los verdaderamente multimillonarios, se siguen manejando muy bien con sus dólares y con un pacto lacerante y vergonzoso con el poder tiránico de Maduro. El resultado salta a la vista: quien siga defendiendo un sistema de valores como el de la Revolución Bolivariana, que dice haberse hecho para el pueblo, que termina expulsado de su país por el  hambre y la injusticia sobre los ciudadanos más pobres, no es más que un cínico mentiroso que defiende ideas criminales con una falsa superioridad moral que pone los pelos de punta.

Ecuador, Brasil y Perú, además de Colombia, se están viendo anegadas por una presencia multitudinaria de venezolanos. Es alarmante esta situación a la que no parece que nadie vaya a poner remedio en poco tiempo. Seguro, de ahí saldrá mucha literatura, poemas, novelas, ensayos: todos teñidos por una melancolía que nunca se tenía que haber producido en un país como Venezuela. Pero entre magnates y mangantes, ese país ha llegado a un abismo indescriptible que clama al cielo y a la tierra. Mangantes que, viendo cómo iban a ir las cosas desde Chávez, cantaron la palinodia de la revolución cuando sabían que ese vuelco era para arruinar al país y a todas las instituciones de Venezuela, que hasta entonces estaban libres de chantajes y de corrupción. Magnates que vendieron su alma al diablo del madurismo para permanecer en su país haciendo negocios con otros magnates mangantes, el gobierno y las instituciones que tomaron por asalto los maduristas. Así es el mundo y la Historia: los venezolanos nunca pensaron vivir este infierno de ahora, que se extiende en el presente y amenaza con más de veinte años de futuro perdido. Magnates y mangantes: una asociación perfecta para arruinar lo que haga falta, incluido un país tan rico como Venezuela.