Macron presidió un acto en conmemoración del final de la Primera Guerra Mundial en el que participaron 70 jefes de Estado, como Trump, Merkel y Putin

Macron presidió un acto en conmemoración del final de la Primera Guerra Mundial en el que participaron 70 jefes de Estado, como Trump, Merkel y Putin

La semana pasada, en París, se reunió el liderazgo del mundo para celebrar, bajo los auspicios de la Presidencia de la República francesa, el fin de la Primera Guerra Mundial. Entonces hubo millones de muertos, sin raza, nacionalidad o religión: muertos, millones. Después llegó el fascismo, el comunismo estalinista, las débiles democracias liberales retomando el aire y reconstruyéndose en la libertad. Patriotismo y nacionalismo: ahí está la vaina. El Presidente Macron alzó la voz contra los nacionalismos, contra el nacionalismo, y lo enfrentó a otro concepto que, sin embargo, está imbricado e implicado en el concepto de nacionalismo: el patriotismo. Y afirmó que el patriotismo es todo lo contrario del nacionalismo. La verdad, no lo veo yo tan claro.

Para mí, aunque no para otros muchos, el patriotismo es la otra cara, digamos el envés, del nacionalismo; no hay nacionalismo sin patriotismo, y no hay patriotismo sin nacionalismo. Ya sabemos que el Doctor Johnson utilizó el término patriotismo por el de nacionalismo, y lo llamó el último refugio de los canallas; Ambrose Bierce, esto también se sabe, le enmendó la plana en su Diccionario del diablo, uno de mis libros de cabecera. Vino a decir, y dijo, que no era el último refugio de los canallas sino el primero. El primero o el último, a mí me da lo mismo. Sigo pensando que en estos juegos de patriotas, nuevos o viejos, se pierde mucho tiempo, porque al fin y al cabo, las naciones no son más que la careta moderna y posmoderna de la vieja tribu que viene del clan. ¿Hemos evolucionado tan poco los seres humanos, y las élites de la Humanidad a la cabeza, para no darnos cuenta de que la nación, a estas alturas, su concepto y su puesta cotidiana en escena, no es más que una rémora de costumbres superadas ya por el tiempo que vivimos?

Hace un tiempo, la derecha tradicional sacó a relucir en España el llamado entonces patriotismo constitucional. Yo prefiero identificarme como un ciudadano constitucional; ciudadano por constitucional y constitucional por ciudadano. Y ahí me quedaría tranquilo, apenas vigilante de la libertad individual y de las libertades colectivas, sin tocar los conceptos de patria y nación. Bueno, ¿pero no son lo mismo, no necesitan los mismos carburantes emocionales para echar a andar, encontrar al enemigo a la vuelta de la esquina y armar la guerra en cualquier barrio que venga bien?

Ni me gustan las patrias, ni los patriotas, ni las patrioterías; tampoco me gustan las naciones y los nacionalismos que hay en lo profundo o en la superficie de cada uno de esos conceptos que van cogidos de la mano más temprano que tarde a la irracionalidad y la violencia: a la búsqueda del enemigo y de la guerra. No disparen sobre el pianista que les escribe: vayan directamente al mundo actual, dense una vuelta mental por ese mismo mundo, vean y piensen, aunque sea por una vez, quiénes nos gobiernan y cómo nos gobiernan. Dense otra vuelta por la Historia del mundo, la historia del mono que piensa y ríe, la historia del mono caníbal que fundó la familia, el clan, la tribu, la nación. Todo acompañado por ese sentimiento profundo que se llama patriotismo, y en nombre del cual (y en del alma que lo sustenta y hace latir su corazón, la patria) se han cometido los más grandes crímenes de la Historia. Y ahí seguimos, mirando de reojo a los otros patriotas que no son los nuestros, sospechando del otro mono con bandera, cometiendo error tras error, usando las banderas para limpiarnos los mocos y los mocos como hediondo mecanismo de diversión y risa. Cierto, nunca en la Historia hemos estado mejor, pero, como contrapartida, nunca tampoco hemos estado peor, nunca como ahora hemos sido tan desmemoriados, tan relativistas, tan faltos de educación y respeto. La risa y lo cómico es reírnos de los demás, sonarnos con sus símbolos, los del patriotismo, los de la nación, y luego decir que estábamos jugando. Y ahí estamos otra vez, sin salir del patio del colegio, en el Kindergarten de toda la vida, el Kindergarten que somos como nación, como patria y como patriotas.

Convengamos que es un juego peligroso: ir con el patriotismo como bandera contra los nacionalismos tal vez sea un error más. No sólo me dan mala espina esos juegos, sino que sospecho que una vez más la corrección política impuesta por la mentira quiere volver a engañarnos. O estoy equivocado o no sé ya donde estoy. O no sé dónde estoy o el tiempo y el espacio que estamos viviendo ya me ha sobrepasado. Pero yo prefiero seguir reflexionando todos los días un rato largo, libre de impuestos y otras cargas, libre en fin, para ser exactamente eso: ser en conciencia libre, lejos de los patriotas, de los canallas y de los nacionalismos.