No recuerdo que los poetas canarios de Antología Cercada tuvieran a Galdós como referencia literaria. Tampoco los que vinieron después, los de Poesía canaria última. En conversaciones con varios de esos poetas, allá en mi juventud insular, nunca salió a relucir Galdós ni ninguna de sus obras y mucho menos en los debates acalorados por este o aquel escritor. Entre los novelistas, Galdós tampoco era una referencia cercana: estaba ahí, era una escultura de bronce, fría y lejana que no formaba parte de la discusión intelectual. Y estaban en otra película. Una novela de Isaac de Vega había derivado en el prestigio local de los llamados "fetasianos", hasta el día de hoy también muy respetado, como casi todos los poetas de las antologías citadas. Galdós era, simplemente, un prócer literario del pasado a quien se miraba con respeto (nunca escuché tampoco que fuera denostado), pero no formaba parte de algo que empezaba a llamarse "literatura canaria", una literatura pequeña que, casi siempre, ha luchado por ser menos literaria y cada vez más canaria. Era y es el gusto por lo que he dado en llamar "la chiquititez", el peor defecto de muchas de las literaturas pequeñas: que se quedan en el mundo local y acaban por ser un prestigio interior que, por desgracia, termina casi siempre en el olvido. Nunca, pues, fue Galdós un referente en la literatura de las islas, hasta hace poco tiempo. Entonces, era lo que digo. Tenía lectores, claro, y estoy seguro que poetas y novelistas isleños alguna de las obras de Galdós habrán leído. Pero, repito, no representaba una pasión literaria como ahora perece ser. La prueba: no hay en esa literatura nada que lo recuerde como un baluarte gigantesco, con una escuela de descritos que seguían su estela, que conocían su biografía y sus obras de manera profunda. Sus lectores, esparcidos por el archipiélago, eran los pocos ilustrados y profesores que sobrevivían a la vida gris marengo que marcaba la dictadura de Franco. Había, incluso (y debe seguir existiendo) una asociación llamada algo así como "Amigos de Galdós", que sí tenían al prócer por una literatura y una biografía vivas. Y había resistentes galdosianos que hicieron de lo imposible algo posible y real: que se abriera la casa natal del gran novelista en la calle Cano, en el centro de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, hoy aceptada y prestigiada con documentos de la vida y la familia de Galdós y -hoy sí- un baluarte de la actividad literaria de la ciudad, la isla y el Archipiélago: la Casa-Museo Galdós, visitada por miles de gentes del interior de las islas y turistas ocasionales de todas las partes del mundo, ampliada y mimada por las instituciones de las que depende y, como digo, con una gran actividad cotidiana. Una casa viva para un escritor vivo, el más grande que nunca dieron las Islas Canarias en toda su historia, y lo digo sin desdoro de todos los demás. Para hacer una vez más justicia no dejaré de nombrar y recordar al ya fallecido Alfonso Armas Ayala, llamado por sus amigos cariñosamente "el Padre Las Casas" por empeñarse en abrir cada una de las casas natales de todos aquellos que fueron grandes en esa literatura o en su vida, desde la del poeta modernista Tomás Morales, en el pueblo de Moya a la del embajador de España Fernando de León y Castillo en Telde, íntimo amigo de Galdós con el que se carteaba con mucha frecuencia con una prosa que descubre su cercana complicidad.
En cuanto a las biografías de Galdós, confieso haber leído una parte de la escrita por el nombrado arriba Armas Ayala y otra, más completa, del ilustrado embajador, galdosiano de raíz y masa pura de Galdós, como Armas Ayala. Por eso estoy deseando que se publique y leer la galardonada con el último Premio Comillas, escrita por Yolanda Arencibia, galdosiana integral y alumna predilecta de Armas Ayala. Hasta hoy, las biografías de Galdós elevan al prócer literario a los cielos, con un trato cercano a la divinidad y con muy poca profundidad en los gustos terrenales del gran novelista, las mujeres (muchas) que marcaron y pasaron por la vida, sus gustos por la comida y la vida (a excepción del ensayo de José Esteban La cocina en Galdós), por el teatro, sus largos e interminables paseos por Madrid, al acecho de historias que se encontraban con sus recuerdos de la vida en la isla de Gran Canaria hasta los diecinueve años. Sí, estuvo confinado en una finca del centro de nuestra isla por más de ocho meses, huyendo de una enfermedad convulsiva y terrible que asoló aquel testimonio nuestro durante una temporada interminable, como me recordaba hace unos días el escritor y amigo cercano Anelio Rodríguez Concepción en una encendida conversación telefónica sobre el gran prócer y su obra que nos duró más de tres cuartos de hora. Y tuvo múltiples, inmensos y pasionales amoríos y amores, algunos de los cuales se conocen y otros se se van conociendo aunque hayan sido ocultados, por fas o nefas, hasta el momento presente.
Espero, pues, con ansiedad literaria e intelectual que Tusquets saque el libro la biografía escrita por Yolanda Arencibia, profesora y amiga con autoridad suficiente para haberla escrito, y de cuya labor contaré, en alguna de mis próximas "Galdosianas", algún episodio sobresaliente que tiene mucho que ver con la obra entera e inmensa de Galdós.