Tazacorte, en la isla canaria de La Palma, es el pueblo de España con más horas de sol a lo largo de un año. Ver anochecer en el Mirador del hotel Hacienda de Abajo es uno de esos privilegios que tienen pocas personas en el mundo, una suerte de epifanía en la que se mezclan, como en una melodía perfecta, todos los colores de la vida: el azul cambiante de cielo mientras oscurece, el disco del sol rotando de color, desde el ardiente amarillo de las últimas horas del día hasta la perfección naranja y a veces azul raro; desde los colores plata del mar americano de la Isla de La Palma hasta el horizonte donde, en una figuración hiperbólica e imaginaria (o imaginativa) se ven las sombras recortadas de las islas y el continente americano. Ya se ha dicho mucho: La Palma es la isla bonita, el corazón verde de Canarias y la más americana de todas. Es, en fin, una isla mágica para el que quiera verla, y una isla silenciosa para quien quiera escuchar a fondo la callada música de su geografía y de su gente que, cuando habla lo habla todo y cuando no quiere hablar no pronuncian ni una palabra apocopada.
Y, encima, buen tiempo siempre. Y, además, en el hotel Hacienda de Abajo, un lugar estético para descansar y soñar entre verdes palmeras, un jardín botánico excepcional, y lleno de rumores, donde un escritor (con dinero) podría pasarse una vida entera haciendo sus versos, escribiendo poemas, cuentos o novelas. Yo no veo así, lo admiro y lo "sufro" como un gran privilegio vital y literario. Y es anochecer: el disco del sol va acercando el mar plata mientras se refleja sobre la clara cara del agua oceánica, una visión única que si tienen ocasión de gozar no deben perderse por nada de la vida. Y desde el Mirador extraordinario, hoy solitario (con sólo este escritor viendo la maravilla del mundo).
Ya ha empezado el III Festival Hispanoamericano de Escritores: una fiesta cultural en estos momentos de destierro de la literatura de los pensamientos, obstaculizados todos por la inmensa preocupación de la pandemia. Olvido García Valdés, Andrés Sánchez Robayna y Elsa López, que vive en La Palma como la reina de la poesía que es, dijeron sus versos nuevos y plenos con la fe del carbonero en la resistencia que sigue siendo, en esta libertad de ahora tan condicionada, ante un público esta vez, este año, reducido por razones de seguridad estricta, con todos los escritores limpios del virus (todos se hicieron una prueba, uno a uno, al llegar a la isla) y con resto de la gente que acudió al acto inaugural, unas 60 personas por las razones ya dichas.
La otra tarde fuimos al Restaturante Teneguía Fernando Fernández, palmero de nacimiento y ex-presidente del Gobierno de Canarias, y -sobre todo- viejo amigo leal y con memoria. No pudimos fumarnos nuestros acostumbrados tabacos palmeros, siempre una hechura primorosa, cuidada y tradicional, por la misma pandemia, pero fuimos felices, comimos camarones de la isla, de esta misma cosa (casi hablaban en palmero de lo fresco que estaban) y cabrillas fritas, un pescado sabroso que nunca deja sin contento a quien lo prueba. Excelente rato, gastronómico y amistoso. Le pregunté al ex-presidente (su arista desde el primer momento, y guerrista como médico en su origen) cuál era el estado del movimiento independentista en Canarias en estos momentos. "Malos tiempos para ellos desde hace años", me contestó. Mejor, le dije yo. E hice la broma para reírnos: "Gracias entre otros a los escritores Víctor Ramírez y "el chico García" (García Ramos, mal catedrático, peor escritor que funge de "pensador, y chafalmeja de la política local. Al fin y al cabo, a Ramírez le dieron una pedrada en plena adolescencia, le cayó un tenique de más de un kilo en la cabeza y le abrió una brecha enorme. Lo salvaron de milagro. Al fin y al cabo, le dije a Fernando Fernández, escribe bastante bien y, a sus años (que son también los míos), sigue escribiendo y creyendo en la literatura que escribe. "El chico García, por el contrario, no sabe ya dónde está parado: cree que vive en la Argelia de los 60 y que él es Ben Bella. No le arriendo las ganancias al personaje, oscuro como la tumba de algunos de mis amigos: en tiempos en que ser militante del PCE daba prestigio, era un estalinista provinciano. Luego se reviró cuando el poder se volvió y se hizo nacionalista (independentista) de un partido del que luego se hizo jefe con métodos cuando menos sospechosos: ese era su destino, un pozo sin fondo para una ambición frustrante y frustrada. Sic transit gloria mundi.
Hice la broma y Fernández dibujó en su rostro una sonrisa palmera: reírse sin que lo parezca, con un rictus que es la risa pero no termina de serlo. Así es la vaina: un privilegio que recibo siempre que vengo a La Palma, con bastante frecuencia. Aquí se vive, se sueña y se discuten las cosas del universo como si los diálogos fueran canciones. El resto es gloria. Y los atardeceres de Tazacorte son parte de ella.