Ayer vinieron a mi casa a grabar mi lectura de dos o tres poemas de Jaime Gil de Biedma para un programa de televisión que celebrará su centenario. Me obligué, para mi satisfacción literaria, a releer durante los días anteriores la obra de Gil de Biedma, un poeta que está fuera de duda y que goza de gran prestigio entre los lectores -pocos, pero bien aguerridos- de poesía.
Conocí personalmente a Jaime Gil de Biedma de la mano de Carlos Barral, su amigo más cercano (junto a Juan Marsé) y lo leí por consejo del editor-poeta, que fue mi "padrino" literario y editorial hasta el final de sus días. Gil de Biedma, además de un muy buen poeta, era amigo de sus amigos, millonario por casa, hombre fino, en principio bisexual. Sobre él corrían leyendas urbanas por toda Barcelona y sus andanzas clandestinas por los barrios bajos de Manila constituían conversación que devenía necesaria al hablar del poeta. Era de naturaleza amable y educada, mientras no se le faltara al respeto o tuviera encima algunos tragos de los muchos alcoholes que trasegaba a diario. Hombre muy inteligente, gozaba también de la leyenda de indestructible a la hora de hablar y discutir de poesía con sus congéneres, a los que, casi siempre, derrotaba con suma facilidad. Fui testigo feliz de una de esas trifulcas en la que casi se llegó a las manos. De testigos estábamos el editor Carlos Barral, José Esteban y yo. Los contendientes se enfrascaron desde el principio de la cena en una discusión literaria interminable en la que lo único que se dirimía era la brillantez dialéctica de cada uno. Claro, tenían copas encima, tanto Juan Benet como Gil de Biedma. Con su natural empecinamiento de niño mimado, Benet trataba de provocar a Gil de Biedma hablándole de algunos planos de la poesía que, sin embargo, el poeta se sabía de memoria.
Subieron las voces en la discusión y casi llegaron a las manos. Era un espectáculo fascinante: dos espadachines de la más alta élite de la literatura española del 50, "los santos bebedores", discutiendo interminablemente por ver quién de los dos era el más brillante y sabía más de lo que se había puesto a discusión encima de la mesa. La tollina (paliza) dialéctica que Gil de Biedma propinó al novelista Benet esa noche en Madrid, en un restaurante de la calle Almirante, fue apoteósica e inolvidable. Es leyenda urbana que, en una fiesta literaria en la Barcelona feliz de los 80, Gil de Biedma fue perseguido una y otra vez por una periodista de izquierdas para que le concediera una entrevista para su revista semanal. Gil de Biedma se escurría como podía una y otra vez, pero al final de la fiesta la periodista, entonces muy relevante, acosó por última vez al poeta y éste le negó la entrevista. "¡Maricón, tú eres un maricón, eso es lo que tú eres!", le gritó la despechada periodista, reclinada sobre el capó de uno de los coches de algún invitado a la fiesta. Gil de Biedma, de inmediato, con unos reflejos juveniles asombrosos, le dio un puñetazo que sacó el cuerpo por encima del capó del coche y lo dejó en el suelo del otro lado.
No todo fueron rosas en la vida del poeta de Poemas póstumos o Compañeros de viaje. Sufrió lo suyo, a pesar de sus nobles privilegios familiares. En muchos de los lugares a los que quiso entrar, en muchas de las organizaciones políticas en las que quiso participar, fue rechazado por su condición de homosexual reconocido. Algunas correrías llevaron a la policía a buscarlo a su casa, un palacete barcelonés, en la que la familia del poeta seguía aterrada sus aventuras secretas y prohibidas. El PCE, adalid de las libertades en aquella época oscura de la libertad de Gil de Biedma le negó su entrada, no por rico y millonario, sino por lo mismo que había gritado en aquella fiesta de Barcelona aquella periodista de izquierdas a la que le negó la entrevista. Tampoco Gil de Biedma fue un santo. Algunas veces, lo vi en algún restaurante de Barcelona con algunos adolescentes de su gusto, a los que Barral llamaba finamente "los bellaquitos de Jaime", según recuerdo.
Su poesía ha sobrevivido al tiempo. Su prestigio sobrevuela hoy todas las conversaciones poéticas que puedan darse en España y América Latina. Y ha hecho escuela. Claro, una escuela muy inferior a la personalidad del poeta y a su propia obra. Incluso hay por ahí ridículos émulos de su poesía y sus actitudes que apenas lo conocieron y que, sin embargo, se declaran íntimos amigos en la vida del poeta. Sic transit gloria mundi.
Leí ayer para las cámaras de televisión los poemas 'Contra Gil de Biedma' y 'Nunca volveré a ser joven'. Me siguen pareciendo muy buenos poemas, poemas llenos de energía, recuerdo y alma, poemas para siempre, aunque ya tienen sus años. ¿Es el mejor poeta de "los santos bebedores"? Cuando a José Ángel Valente le preguntaron por la Generación poética del 50, el intratable vate contestó: "Es una generación de un poeta y medio. El otro medio es Jaime Gil de Biedma".