Hace ya cuarenta años, pero sigue ahí, en la memoria, nítida y confusamente, resuelto (dejado atrás) pero presente (como si fuera ayer). Era lunes, sobre la misma hora que escribo estas notas de la memoria. Los amigos quedamos en el Oliver porque no sé quién presentaba su libro allí. Llegamos con la noticia y nos acercamos al Congreso de los Diputados, hasta donde nos dejaron llegar: estaba tomado por militares. Guardias civiles al mando de un teniente coronel. Volvíamos a las andadas: sin bromas, a lo bruto, regresábamos al carlismo de siempre, a la España de la que estábamos huyendo sin movernos de nuestro territorio. La tristeza y la ansiedad, esa es la radiografía de aquel instante que, bastantes años más tarde se escribiría con letras mayúsculas: Anatomía de un instante, el libro que más se ha acercado a lo que vivimos aquella tarde nefasta. Yo era director de la desaparecida Argos Vergara, una editorial de Barcelona para todo el mundo hispano, y unos meses después hice publicar El estado del golpe, escrito por un Manuel Leguineche en plena forma y apogeo. Se publicaron decenas de libros sobre los hipotéticos golpes de Estado que había en marcha en el momento de la toma del Congreso de los Diputados. Decenas de libros y decenas de golpes, todos desde el principio de intuiciones y pruebas más o menos etéreas. Después nos fuimos, desde las inmediaciones del Congreso, a la redacción del Diario16, hasta que el Rey habló y las maquinarias golpistas empezaron a dar marcha atrás en medio de la incertidumbre y las mentiras. Los tanques se retiraron de las calles de Valencia, aunque España entera hacía como que dormía, bien despierta sin embargo.
En mis posteriores y largas conversaciones con Adolfo Suárez en su despacho de la calle Antonio Maura, jamás me dijo otra cosa que lo que se sabe: que Armada era el traidor y "el elefante blanco" a quien tenían que esperar los diputados sentaditos, tranquilos y en silencio. La autoridad, militar, por supuesto. Él, Armada, traería el nuevo gobierno de concentración que presidiría. Pero Suárez sabía más. Por eso había dimitido. Por eso y porque Óscar Alzaga, otro traidorzuelo clerical, se había plantado de manera intempestiva en su despacho de La Moncloa, días antes de esa dimisión, para hacerle saber que, si no se iban los democristianos de la UCD, su propio partido, votarían a favor del PSOE en una inminente moción de censura.
Nunca me dijo lo que se decía en muchos círculos republicanos de España: que el Rey estaba en el golpe. Nunca me dijo que el Rey estaba en el golpe ni que no estaba tampoco me lo dijo. No le gustaba hablar conmigo de eso. "Pues eso es muy importante en tus memorias escritas, presidente", le dije. Una importante editorial le había hecho una oferta por sus memorias, que estuve a punto de escribir durante unos meses por voluntad del propio Suárez. Esas memorias nunca fueron escritas, al menos del todo y que yo sepa, a pesar de las "intervenciones" de algunos periodistas del equipo médico habitual por hacerse querer de Suárez y para ese mismo menester: ser los testigos primeros de enigmas que muchos se han llevado ya a la tumba.
Años más tarde, Martín Prieto escribiría su obra maestra periodística en El País, las crónicas del juicio contra los militares sublevados el 23-F. Les recomiendo a ustedes que se las relean: son las crónicas de un gran periodista, en plena forma cuando entonces y en la máxima cresta de la ola. Un periodista que decía la verdad hasta contra sus propias conveniencias personales. Y decía la verdad con una limpia y perfecta literatura que retrataba la realidad de aquel episodio detestable.
Hablar o escribir ahora de "aquello" no está de más. Gracias a lo que ahora se considera un error, los disparos en el Congreso de los Diputados, el golpe de Estado comenzó a fracasar, hubo quien de repente se asustó, hubo cambios de actitud, aparecieron de repente algunos capitanes generales que estuvieron perdidos durante toda la tarde. O jugando al ajedrez con su ayudante en Santa Cruz de Tenerife, precisamente quien había puesto objeciones al hipotético presidente del futuro gobierno "porque él era mayor y llevaba más tiempo en el rango y en la jerarquía...".
Mientras entraba la noche en el silencio, se fue debilitando la conspiración militar, el miedo colectivo bajó algunos enteros, hubo felizmente quien durmió algunas horas de la noche y el día siguiente empezó a clarear. Escribí, cuando llegué a mi casa, un artículo para el periódico de Canarias con el que colaboraba en aquel momento. Nunca fue publicado por entero, sino un mes más tarde (el artículo fue escrito para ser publicado el 25 de enero de 1981), trasquilado por todos lados y sin esencia alguna. Sit transit gloria mundi. Después de escribirlo, sentí una tristeza inmensa, un vacío ansioso y de otro mundo. Entonces, agobiado por la tristeza y la amargura, lloré de cansancio y asco. Todo eso sucedió hace cuarenta años ya, pero yo lo conservo vívido en mi memoria, nítido, con detalles, lugares, sensaciones, sentimientos, nombres y apellidos...