Sólo un lector vicioso -el lector verdadero- sabe que se lee por placer; placer inteligente, intelectual, placer de los sentidos, placer de la memoria, placer de vicio de leer hasta volverse loco. Como Alonso Quijano. O santo. Como Íñigo de Loyola.
Placer sin estaciones, con calor, con frío: a cero grados o a cuarenta. Leer: el mayor placer del mundo, la vida misma para un lector vicioso, el verdadero lector. Y todo esto viene a cuento porque un dizque alto funcionario de la Secretaría de Cultura de México ha hecho una declaración digna de un estúpido: "Leer por placer es un acto de consumo capitalista", ha declarado en público este pequeño genio mexicano. Y todo esto porque el alto funcionario se queja ante algunos amigos, altos funcionarios como él, de que un escritor de los de verdad, Jorge Fabricio Hernández, que ejerce en esos momentos de Agregado cultural de la Embajada de México en España, le contesta explicándole con talento verbal y dialéctico la estupidez que el otro alto funcionario ha perpetrado.
Y, entonces, el alto funcionario llora la pérdida de su "honra" política ante sus amigos, altos funcionarios como él (soyajos que se creen tiburones), y expulsan del paraíso a Jorge Fabricio Hernández. Fulminantemente: como El Todopoderoso a Luzbel. Al infierno con él. La bola ha crecido en estos días con embustes muy propios de los altos funcionarios, los soyajos (yo lo escribo con "y" porque me parece que suena mejor...), que quieren ahora justificar el cese de Hernández hablando de la gravedad de otros hechos inexistentes en gravedad y en hechos mismos. Así es la vida hoy. Pero da lo mismo. El ostracismo al que se condena al escritor es, en principio, una canallada más de los altos funcionarios de todos los lados del mundo, los soyajos que se han apoderado del poder cultural hasta en el último rincón del universo. Porque el mundo, incluso y sobre todo el cultural, está lleno de soyajos como estos altos funcionarios que sólo ejercen de inquisidores de la mafia y sus amiguetes. Así es la vida hoy, aunque no sé si siempre fue igual.
De Jorge Fabricio Hernández sólo puedo decir que es un gran intelectual, muy culto desde el punto de vista literario, muy buen novelista; añado que es grande en humanidad, en vitalidad y en los principios éticos que ahora los altos funcionarios sostienen que no tiene. Desde la amistad y el respeto va mi brindis: nunca será cicuta, siempre tequila, con el humor y la vida, con la lectura literaria y la misma literatura lanza en ristre, como aquellos caballeros medievales que pensaban que iban al rescate del mundo y a la conquista del amor en cada uno de los torneos en los que estaban metidos. El asombroso y magnífico vicio de leer ha sido una vez más considerado pecaminoso (¡capitalista!, hay que joderse..: un acto de consumo capitalista, literalmente), digno de ser enviado al infierno y olvidado para siempre. Lo dice un alto funcionario, que hoy está y mañana deja de ser el tiburón que se cree para seguir siendo el soyajo que no sabe que ha sido toda su existencia.
En cuanto a la lectura, siempre me dijeron los sabios, empezando por Francisco Ayala en nuestros inolvidables almuerzos, que "cuando llegues a ser mayor intelectualmente, leerás menos y releerás todo el tiempo". Así ha sido: ahora releo, como seguramente lo hace Jorge Fabricio Hernández, me refocilo de placer y pecado en Madame Bovary o en Moby Dick, me reconcilio con el placer de la vida releyendo algunas páginas de Bajo el volcán, o de Rayuela, como todos los veranos, esa novela que huele por todos lados a poesía y que tanto me recuerda al Ulises de Joyce, poesía en estado puro en cada frase irrepetible, aunque parezca que nada se entiende, se entiende todo. Así es sí, así os parece.
Pero siempre asoma desde su oscuridad frenética un alto funcionario que hace lo que debe: censurar y estigmatizar al hereje lector que se retuerce en el vicioso placer de la lectura: soyajos, pues, insoportables, inquisidores totalitarios, educados en la envidia y en la frustración ante el espejo de los demás, de los grandes, de los que escogieron el esfuerzo y el placer para llegar a ser atletas olímpicos, lectores únicos. Sí, el conejo me riscó (o me "enriscó" o me "desriscó", todo depende de la fonética de quien lo diga). Ni hay más cera que la que arde ni más aceite da siquiera un ladrillo. Lo que es, es. O, como decía Camarón de la Isla en sus buenos momentos, la vida la vida es. El alto funcionario, el soyajo, cree que ha ganado. No, aunque lo parezca. Quien ha ganado es Jorge Fabricio Hernández, el gran personaje, el gran lector, el muy buen escritor, el hombre finalmente humano, el pecador capitalista de la lectura. Agárrame el otro cangrejo que va por agua a la mar. Mi solidaridad para Jorge Fabricio Hernández. Ya nos veremos para celebrarlo releyendo con placer pecaminoso.
PS. La semana que viene, sin falta, explicaré con detalle qué es, en efecto, un soyajo...