Se ha puesto de moda -triste moda- por parte de una gran tribu social -triste gran tribu social- afirmar que son lectores. Compran libros, parecen tener una curiosidad intelectual muy entusiasta, pero los libros adquiridos no los leen, salvo un par de horitas los fines de semana. He decidido, por mi cuenta y riesgo, llamar leyentes a aquellos lectores que lo son de verdad, una minoría, lectores que pueden hablar de textos como si fueran profesores y que leen con los cinco sentidos; lectores, en fin, que saben que la literatura de verdad parece difícil de leer, aunque en realidad no lo sea, y la literatura de mentira, que ahora es la que está de moda, es la que que de verdad resulta fácil de leer.
El lector normal y corriente no se da nunca cuenta de que la facilidad en la lectura forma parte de la estupidez: no hay que hacer ningún esfuerzo mental para el lector corriente, porque lee literatura de muy mala calidad que le resulta fácil, con la que no se aprende nada; mientras que el leyente busca la literatura que se llama difícil porque es la que enseña de verdad a ver el mundo y el universo con ojos distintos a los demás. De modo que un leyente es un ser superior que ha entendido la lectura, los libros y la literatura de ahora y la de siempre.
Dicen las encuestas de los institutos oficiales de este negociado de la lectura que cada vez hay más lectores. Casi seguro que es verdad, pero -como queda dicho más arriba- son lectores de libros fáciles, lectores de la facilidad dizque literaria pero que no es literatura. En fin, no son leyentes, y con ellos nada más rascar un poco podemos notar que han sacado conclusiones demasiado fáciles y demasiado erróneas de cuanto han leído.
[Sobre Javier Marías, el monarca de Redonda]
En suma, se puede hablar con ellos de textos literarios y de autores realmente literarios porque de esa especie de escritura y de escritores saben bien poco. Leen, por ejemplo, malos libros actuales, de moda, pero no han leído El Quijote ni saben quién es el poeta Quevedo. No hay detrás de ellos una mochila literaria ni van por El Monte de la Vida con una preparación suficiente para hablar, saber y discutir de literatura. Esos lectores de fin de semana no me interesan nada, jamás les he dado ni un minuto de conversación seria sobre literatura y quiero seguir en esta postura hasta que me muera.
Sin embargo, me encuentro a gusto entre leyentes. Me encuentro tan a satisfacción entre leyentes que se me pasan las horas como si fueran minutos hablando de literatura, de poetas, novelistas, ensayistas y escritores verdad, de aquellos que al menos lo han intentado aunque no lo hayan conseguido. Por lo general escribir literatura de verdad supone un gran fracaso. Cada libro literario, de literatura de verdad, es un fracaso, y el escritor que lo es de verdad lo sabe, pero persigue una utopía mágica que nunca se alcanza: escribir una novela que nadie haya escrito nunca antes que él; escribir un poema que nunca jamás haya sido pensado por nadie y mucho menos "ejecutado" con palabras que jamás nadie usó.
Esos lectores de fin de semana no me interesan nada, jamás les he dado ni un minuto de conversación seria sobre literatura
Esa utopía intelectual es la base de la construcción de la vocación literaria, un fracasado sobre otro fracasado, pero un fracaso continuado que provoca en el escritor una gran satisfacción, un gran placer, una gran placidez durante el instante en el que cree que va camino de la utopía soñada, el descubrimiento del cielo único que le pertenecerá para siempre. De ahí el genus irritabile vatum: la sabiduría de saber que está escarbando en la nada, en la palabra ya usada muchas veces, en el episodio que ya fue escrito y narrado por decenas de escritores antes que él y en siglos precedentes.
Si yo, atrevido hasta más allá de la osadía, le confieso estos disparates míos, y de tanta otra gente de la literatura, a un lector cordial, normal y corriente, pensará que la literatura, el hecho rotundo de la escritura, me ha vuelto loco. Es posible que tenga razón, pero un loco lúcido para mis cosas y manías, entre ellas perseguir la escritura literatura como si me fuera la vida. Claro, si se lo confieso a un leyente entenderá con suma facilidad mi punto de vista, e incluso estará de acuerdo conmigo hasta el final, sean mis libros de su gusto o no.
Me he pasado la pasada semana en la isla de La Palma, en el Festival de Escritores Hispanoamericanos de Los Llanos de Aridane, hablando sin parar con leyentes inolvidables, con escritores de primera magnitud. Me he pasado esos días, entre el recuerdo del volcán y el miedo al ciclón que finalmente pasó de largo, intercambiando y regalando libros a leyentes nuevos y viejos, entusiasmados con la literatura, con luceros literarios que los lectores en general no leen, con libros de poemas de poetas de verdad, de esos que saben que libran un torneo inútil pero siguen buscando el Santo Grial de la palabra única. Parafraseando a mi viejo y cómplice amigo Manuel Rodríguez Rivero, espero que mis improbables leyentes estén de acuerdo conmigo y sepan de verdad que la verdadera literatura al menos hoy en día es inalcanzable.