Naipaul nunca fue un escritor que se “vendiera mucho”. Por el contrario, necesitaba lectores muy exigentes porque escribía para sí mismo. Los tuvo y los tiene. Sigue siendo un escritor de gran prestigio literario universal con el aliciente que ahora, después de años fallecido, a sus lectores nos parece que cada vez escribe mejor. “Yo nací en Trinidad, una excrecencia venezolana en la desembocadura del Orinoco”. Esa era su patria chica, donde no era precisamente muy querido -de ahí la definición de Trinidad al principio de Un camino en el mundo. Tengo para mí que mantenía, como los otros muchos escritores grandes que he tenido el privilegio de leer y entender, una relación contradictoria, amor y odio a la vez, con su lugar de origen, aunque sus verdaderas raíces estaban en la India, de la que también se vengó con dos libros interesantes y que resultaron muy importantes en la interpretación del mundo de Naipaul. En definitiva, no era un hombre de patrias. Si tenía alguna esa era la escritura literaria, una escritura en inglés, muy fina, muy cuidada, muy rigorista: magistral, diría yo.
V. S. Naipaul (Trinidad, 1932 - Londres, 2018) era un escritor muy crítico con el Tercer Mundo, su civilización era la occidental y su lengua totalizadora el inglés literario. Su libro Entre los creyentes, muy recomendable hoy y siempre, es un largo y profundo viaje a los países islámicos no árabes, desde Indonesia y Pakistán hasta Afganistán e Irán. Por supuesto, fue un profeta en ese viaje, porque lo que vino después -las guerras del islamismo, el ISIS y la brutalidad de los países citados- está preludiado en ese “libro de viajes”, que no es un viaje escrito, sino un viaje a las profundidades tenebrosas de los países que sufren la incivilidad de la religión que mata por Dios, como Occidente en otras épocas y todavía, sea dicho de paso.
No era Naipaul un hombre fácil, ni que cayera bien a todo el mundo. Al contrario, a mucha gente le parecía antipático, pero nadie dudó de su categoría como escritor y lo que escribió nunca estuvo carente de estilo literaria y fuerza ética y estética. Configuró su universo en la literatura y creó un mundo personal que todavía está ahí, para que aprendamos de un sabio con el que no todo el mundo está de acuerdo. Era un fotógrafo de lo que nadie veía sino él; un fotógrafo que convertía su trabajo (su viaje) en palabras literarias.
Un día en Madrid, hace ya unos años, cenamos en La Ancha Fernando Rodríguez Lafuente y yo con Paul Theroux, otro gran escritor de viajes cuyo maestro literario había sido Vidia Naipaul. Este venía a presentar la edición en español del libro que había escrito sobre su maestro Vidia: La sombra de Naipaul. Un ajuste de cuentas que los separó durante mucho tiempo. Lo que originó ese libro fue un episodio controvertido: Paul Theroux encontró, en una librería de viejo de Boston, uno de sus libros usados a la venta. Estaba firmado por él y se lo había regalado a Naipaul. La decepción fue tal que la enemistad se apoderó violenta y literariamente de Theroux hasta llevarlo a la venganza y a escribir un libro contra su maestro. No sé como acabó esta historia, pero sé que el libro de Theroux era también muy bueno, muy bien escrito y bien concebido. Y tengo noticia de que, al final, todo pudo arreglarse y volvieron a ser amigos, aunque nunca con la confianza de antes de la pelea.
Estos días abril, he vuelto a sumergirme en Un camino en el mundo, uno de los mejores libros de Naipaul, a mi entender de lector (creo haberlo leído por entero, o casi, porque siempre hay resquicios que no llegan a todo el mundo). Y he vuelto a leer, al comenzar el libro, esa magistral definición del escritor por su tierra de nacimiento. No es el único que se ha movido, él y su literatura, a lo largo de su vida en el viaje hacia el mundo y en el sentimiento, profundo y contradictorio, de amor y odio simultáneos por su origen primero. Los dos libros sobre la India son una descripción sustancial y casi perfecta de la historia contemporánea dde aquel país. Y El regreso de Eva Perón es la descripción de su larga estancia en Argentina en un determinado periodo de su vida.
A mí me habló de Naipaul por primera vez el periodista y amigo Manuel Leguineche. Aconsejado por él entré de cabeza en la literatura y la vida de Vidia Naipaul hasta hoy mismo, cuando ya estoy en esa edad en la que, como me habían pronosticado viejos y odiosos escritores, leo muy poco y releo mucho. Ley de vida, dicen. Lo cierto es que, después de haber leído durante un par de días muchas páginas escritas por Naipaul, regreso ahora a la escritura para recalcar que cada vez que lo leo me doy cuenta de que cada vez escribe mejor. Y ese es el lugar en el mundo que Naipaul merece: releer sus libros una y otra vez, leer como si fuera la primera vez las sabidurías literarias de un maestro, Premio Nobel de Liteatura, de los que nunca se olvidan.