23-F, la farsa
El periodista Carlos Fonseca relata a la perfección el intento de golpe de Estado, pero aún persisten muchas incógnitas, como quién era el "elefante blanco".
Han pasado más de cuarenta años del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y todavía siguen publicándose libros sobre el caso, sin que se hayan desclasificado documentos necesarios parta terminar de cerrar el asunto con la verdad total de los hechos de aquella noche siniestra.
Acabo de leer 23F: La Farsa. Historia de una investigación amañada, del periodista español Carlos Fonseca. Lo primero que diré es que el ensayo de Fonseca organiza a la perfección lo que sucedió esa noche, de modo que el método de la investigación y su resultado me parecen de primera dimensión. Añade orden a los incesantes rumores que se acumularon aquella noche sobre la historia de España y, por lo tanto, el libro de Fonseca no sobra.
Por otro lado, me ha hecho recordar la noche siniestra del 23 de febrero, en pleno secuestro del Parlamento y el gobierno españoles, como si la hubiera vivido ayer mismo. Fonseca es un muy buen investigador y un muy buen periodista: la organización del texto sirve al orden del relato y a la importancia de los personajes que fueron protagonistas del hecho más grave que haya sufrido la democracia española en todo su tortuoso camino desde la muerte de Franco y el franquismo hasta el día de hoy.
Los golpistas se defendieron en su Consejo de Guerra argumentando que todo lo hicieron por el bien de la patria y España, que para ellos es la misma cosa: una pasión desorbitada por cuya salvación algún día juraron dar la vida hasta la última gota de sangre. Bien: nihil novum sub sole. Si aquella noche lo que los golpistas llaman España, su España, y lo que el pueblo entiende por España estuvieron más lejos que nunca, hoy el golpe de Estado del 23-F está ya felizmente excluido de las grandes preocupaciones de los españoles, aunque no las causas que —siempre según los golpistas— provocaron la preparación y la ejecución del golpe.
Muchas incógnitas persisten, sin embargo. ¿Quién era “el elefante blanco”, el militar de alto mando que tendría que haber entrado y hablado a los diputados y al gobierno esa noche, tal como se había anunciado por parte de los golpistas? ¿Armada, el general De Santiago o algún mando de mucha más altura que los citados? ¿Qué es lo que iba a proponer “el elefante blanco” en su discurso a diputados y gobierno en esa noche siniestra?
Y los capitanes generales, ¿qué papel jugaron o no en la realidad de los hechos, qué compromiso o no tenían cada uno con el golpe? ¿Se salvó el Ejército español de la ignominia aquella noche del 23 de febrero y sólo recuperó su potencia y dignidad después de años de entrar en la OTAN?
Y la trama civil, ¿cómo no iba a haber una trama civil muy amplia, de empresarios, periodistas, sindicalistas verticales y toda la demás ralea que guardó un silencio de espanto durante los acontecimientos de esa noche luego de jalear durante meses a la revuelta y la sublevación a los mandos del Ejército? ¿Y el rey, fue el salvador oficial que da el relato definitivo o, por el contrario, jugó algún otro papel peligroso en algún momento del golpe?
Todo eso va a quedar ahí, sobre la mesa, como una baraja de cartas llena de preguntas que, si las contestamos con solemnidad, entraríamos en el campo de las especulaciones. Y, desde luego, Fonseca en su libro no especula ni un ápice. Lo suyo es documentación, desde documentos de la causa del consejo de Guerra a cartas, textos de archivos privados (el de Alberto Oliart, sobre todo), transcripciones de conversaciones telefónicas, ordenados todos minuto a minuto por el investigador y autor del libro.
Cuando digo que leyendo el ensayo de Fonseca he revivido como si fuera ayer la experiencia del 23 de febrero de 1981, estoy afirmando que a mí, como ciudadano más o menos informado, pero al fin y al cabo informado, lo digo con la certidumbre de que tras la lectura del libro hay cosas que no se podrán aclarar hasta que se desclasifiquen determinados documentos, cosa que no ha pasado desde entonces hasta hoy mismo. ¿Por qué?
Quienes argumentan que el golpe de Estado del 23 de febrero ya está cerrado desde hace tiempo están diciendo que hay que olvidarlos y relegarlo a la más infame historia de España. Pero entonces nos quedaríamos sin saber el final de la farsa y las razones verdaderas por las que los golpistas fueron condenados a penas muy suaves en comparación con los hechos, hasta el punto de que muchos de ellos reingresaron en el ejército y ascendieron grados en su carrera. Como si tal cosa. Como si todo hubiera sido un pequeño accidente. Una vergüenza.
En mis conversaciones con el expresidente Suárez en su despacho de la calle Maura, en Madrid, durante una temporada larga, los viernes de 12 de la mañana a 2 de la tarde, con el objeto de escribir sus memorias (lo que me pidió el mismo Suárez: que escribiera sus memorias), hubo muchas cosas que quedaban siempre en el aire; preguntas a las que no contestaba ni sí ni no y otras cuestiones de las que decía que no se podían contar. En mi segundo libro de memorias, Mañana será otro día, que estoy escribiendo en estos momentos, transcribiré de memoria esas conversaciones con Suárez bajo mi exclusiva responsabilidad.
En fin, todavía sueño a veces, de una manera recurrente, con el golpe de Estado del 23 de febrero. Es una pesadilla que termina siempre con un despertar abrupto cuando está a punto de entrar al hemiciclo del palacio de las Cortes el famoso “elefante blanco”. Y no quisiera ni me gustaría que llegara la hora de mi muerte sin saber a ciencia cierta quién era el jefe de todo y con la aquiescencia de quién o de quiénes.