En estos últimos meses he leído algunos de los libros de cuatro escritoras españolas que me han entusiasmado como lector crítico, aquel que Cortázar, entre algunos otros escritores críticos, llamaba lector activo (y más: lector "macho", hoy políticamente incorrecto). Las mujeres escritoras a las que me refiero tal vez no se conozcan entre ellas o ni siquiera se hayan leído, pero forman parte de un grupo que reivindica cada una con su estilo y tono la escritura literaria como centro de la vida: Irene Vallejo, la poeta Tina Suárez, Amparo Serrano de Haro y María José Solano.

De Solano ya saben ustedes por estas intemperies semanales. Hace unas semanas les hablé de su espléndido Una aventura griega, de un género híbrido entre el relato novelesco, con su protagonista central a la búsqueda de un amor imposible en ese periplo griego, y el mismo viaje, que a veces no sabes si es de ida o de vuelta.

En la escritura de Solano lo más importante es el viaje, mientras más extenso más intenso. En Solano siempre hay descubrimientos que sirven de aliciente sorpresivo para que la literatura sea un roce profundo de sensibilidad y memoria.

[Tras los pasos de un escritor]

La mujer que besó a Virgilio y otros viajes literarios (Berenice) es su nuevo libro, viaje tras viaje, escritura tras escritura. Dice José Luis García en el prólogo de esta nueva aventura, que va más allá y viene más acá de Grecia, que cada viaje de María José Solano es un "beso literario", además de una bendición intelectual para el lector. Tiene razón Garci, y esa es la sensación que tiene de nuevo el lector al leer los nuevos viajes de Solano en este libro lleno de descubrimientos nuevos y de epifanías sentimentales.

No quiero decir que Solano esté "inventando" un nuevo género, híbrido, desde luego mestizo, de modo que el viaje no solo es el centro de la aventura literaria sino la coartada intelectual para la escritura literaria. Pero sí digo que esta escritora demuestra una vez más una escrupulosa y sólida cultura clásica, la misma que le permite deshacerse de prejuicios y lanzarse a llenar de contenido particular cada uno de esos besos literarios que convierte en viajes. O viceversa.

Uno de esos capítulos del viaje interminable de Solano está dedicado a la biblioteca de El Gatopardo, en el palacio Butera, en Palermo, en una de cuyas ventanas, y mirando al mar, el príncipe de Salina ve llegar su último respiro con la misma melancolía que vivió los años últimos de su vida. Conozco y recuerdo las sensaciones que tuve al visitar el palacio Butera para escribir mi novela Casi todas las mujeres.

Por eso este capítulo del libro de Solano me ha removido la memoria visual e inolvidable del lugar, deteriorado y en pésimas condiciones menos en las estancias en las que habitó el hijo adoptivo del príncipe de Lampedusa, Gioaquino Lanza, a quien —contra la idea que el escritor siciliano tenía de la ópera— le encantaba la música clásica hasta el punto de llegar a dirigir el Teatro de Nápoles.

El viaje no solo es el centro de la aventura literaria, sino la coartada intelectual para la escritura literaria

Y, después, la Sicilia divina y la monstruosa: cada uno de los detalles que con la punta de sus dedos toca la escritora se convierte en oro literario. El viaje por Roma añade la emoción de intemporalidad que recorre todo el libro y la escritora salta de una geografía a otra como una niña grande que sigue siendo sin embargo Alicia en el país de las maravillas.

Los cinco capítulos dedicados por Solano a los "Santos Lugares" de las tres religiones son otro descubrimiento más de territorios explotados desde hace siglos por una guerra llena de historia que parece la historia de Israel, pero es también la historia del mundo. En fin, un placer de lectura en medio de tanta sangre derramada no sabemos muy bien por qué.

María José Solano. Foto: JEOSM

El resto del libro está lleno de Lisboa, Londres, Buenos Aires, otra vez Nápoles apareciendo por todas las esquinas, Copenhague. Hasta Miami tiene su lugar entre estos besos literarios, caricias de porcelana y tragos de Negroni que se transforman en recuerdos para el lector que ya visitó esos lugares no menos santos que los que lo son de verdad.

Es sorprendente la capacidad de análisis y elección que Solano tiene para llegar al descubrimiento, en cada uno de sus viajes, de los objetos sagrados que embellecen su relato literario. Objetos sagrados que casi siempre están a la vista del turista despistado, que está muy lejos de entender el viaje como lo que realmente es: el camino de la vida.

Y aquí, en estas páginas de Solano está el tiempo viéndose en el espejo, como un Narciso que viene a demostrarnos su eternidad. Vale la pena que lean esta libro. Aquí está el plan de Cavafis y la tenacidad de Lawrence Durrell, desde el Mediterráneo al otro lado del mundo, en el sur y en el norte, en la literatura, en la escritura literaria de María José Solano, cuya vida de escritora es también un viaje soñado e interminable.