Mark Strand. Foto: Casa de América.

Mark Strand. Foto: Casa de América.

Poesía

'Ningún sitio adonde ir' de Mark Strand, entre la poesía y el 'thriller' escandinavo

Esta nueva antología del poeta canadiense es una oportunidad inmejorable para sumergirse de nuevo en su universo. 

22 mayo, 2024 02:00

En la entrevista que concedió al actor y dramaturgo Wallace Shawn –el Vizzini de La princesa prometida o el inolvidable protagonista de Vania en la calle 42– para The Paris Review, Mark Strand (1934-2014) define al poeta como alguien que “provee al lector de un mundo alternativo a través del cual puede leer este mundo”.

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Mark Strand

Traducción y prólogo de Nicole Brezin y Martín López-Vega. Visor, 2024. 450 pp. 28€

Es evidente que está hablando de sí mismo y acechando el meollo de una obra que ha oscilado siempre entre lo figurativo y el deseo de abstracción, el imán del enigma, ese “más allá” que nos invita a volver una y otra vez al poema. Strand caracteriza ese más allá como una “ausencia”, algo que rebasa el entendimiento o la experiencia del lector, pero que poco a poco –a fuerza de revisitar el texto– va haciendo suyo. De este modo –añade– “tomamos posesión del misterio, algo que en nuestra propia vida no nos permitimos”.

El peculiar tono Strand queda fijado desde sus primeros libros, Razones para moverse (1968), Más oscuro (1970) y sobre todo La historia de nuestras vidas (1973): un estar en el mundo como quien no quiere la cosa, paseándose como un visitante perplejo entre los objetos cotidianos y las realidades inmediatas, que incluyen el propio cuerpo, observado con una mezcla de humor y desdén barroco.

Hay una ilusión de claridad a la que contribuye, como en su maestro Wallace Stevens, la serenidad magisterial de la voz y cierto regodeo en los detalles sensoriales. Pero esa presunta claridad se esfuma tan pronto echamos a andar, “cuando de pronto / el clima cambió, el aire altivo se volvió / insoportablemente pesado, el viento asombrosamente mudo / y nuestras ciudades como cenizas”. Y ya solo nos queda preguntarnos, confusos, en qué momento se arruinó todo, “entender por qué / todo salió tan terriblemente mal; por qué / nos estamos muriendo”.

Strand añade una capa de melancolía dramática a esa música envolvente con que Ashbery parece fluir con el mundo, pero comparte con Simic cierta distancia irónica, propia de quien sabe que todo podría ir mucho peor. Esto no significa que uno comprenda el porqué o averigüe la razón: basta con alzar testimonio, relatar los síntomas, decir lo que pasó.

Contribuye la atmósfera del paisaje y el clima del norte, como si Strand quisiera hacer un largo poema con los materiales de un thriller escandinavo


Con los años el verso de Strand pierde algo de tirantez y se dilata en ficciones que alcanzan su apogeo en tres grandes poemarios: La vida continua (1990), Puerto oscuro (1993) y Tormenta de uno (1998). Los 45 episodios de Puerto oscuro, en concreto –de los que aquí se da una amplia muestra–, narran un peregrinar que borra las lindes entre sueño y cotidianidad, imaginación y deseo. Las constantes referencias al cuerpo y al trato con los demás están como envueltas en un halo de irrealidad que les quita todo peso, toda urgencia.

A ello contribuye la atmósfera del paisaje y el clima del norte, como si Strand quisiera hacer un largo poema con los materiales de un thriller escandinavo. El uso de los tercetos blancos es un guiño a Dante, pero lo que aquí se narra en tiempo presente está siempre a punto de disolverse en pugna con pasado y futuro, o bajo la presión que ejercen “los futuros que no fueron, los yoes dejados atrás y los que no llegaron a ser”, como dicen en su iluminador prólogo Nicole Brezin y Martín López-Vega.

Desde la aparición en 2003 de dos notables antologías (Aliento, editada por Julián Jiménez Heffernan, y Solo una canción, por Eduardo Chirinos), la obra de Strand ha sido ampliamente difundida entre nosotros. Esta nueva selección es una oportunidad inmejorable, con todas las garantías, para sumergirse de nuevo en una poesía que si algo ha intentado, de manera insistente, es ver el mundo con la distancia necesaria para estudiarnos de cerca.