Un fotograma de 'Verano del 42' (1971), película dirigida por Robert Mulligan

Un fotograma de 'Verano del 42' (1971), película dirigida por Robert Mulligan

A la intemperie

'El regreso' y 'Verano del 42': dos películas para la vuelta de las vacaciones

Son buenas películas, bien interpretadas, bien dirigidas y bien contadas. Y las dos dejan un muy buen sabor de boca, aunque a mí me dejaron más que eso.

4 septiembre, 2024 02:11

Siempre que regreso a casa tras las vacaciones de verano, sin saber por qué recuerdo la película Verano del 42. Cuando la vi primera vez quedé subyugado por la historia que se cuenta y nunca más se me olvidó. Tres amigos, en plena adolescencia, y cuando ya se aparece ante ellos la vida del adulto, se van de vacaciones a una isla, Nantucket. Uno de ellos, Hernie, se enamora de una mujer joven y solitaria que vive muy cerca, casi en la orilla de la playa, Dorothy, que está casada con un militar que está en el frente de guerra.

Todo comienza con una amistad y termina con el descubrimiento deslumbrante del sexo y la vida que se abre ante Hernie. El final es dramático: el militar muere en la guerra y Dorothy, al final del verano, se marcha para siempre. Hernie, en la realidad de la vida, se llama Herman Raucher, que vivió esa historia a los catorce años y que, de mayor, se hace escritor y termina escribiendo el guión de esta película de la que a mí me gustó hasta el color.

Más me hubiera gustado vivir una historia parecida y poder escribirla a la vuelta del las vacaciones de cualquier año, cuando la cuestión del estadio de ánimo vuelve a entrar en la rutina. Hubiera sido una buena experiencia para un escritor que, sin embargo, cree que la rutina es el éxito de la escritura. Una cosa es la rutina, el trabajo de todos los días, y otra muy distinta el hastío que provoca trabajar en algo que no resulta interesante. Debe ser eso, la melancolía, "la negra bilis" de los clásicos lo que a veces nos mantiene alejados de es trabajo que convirtió a Sísifo en un mito eterno.

Aunque no tenga mucho que ver, siempre que recuerdo Verano del 42, mi memoria enlaza de manera automática con otra película que también supuso para mí un gran descubrimiento: El regreso. Luke Martin es un soldado que regresa lisiado e inválido de la guerra del Vietnam. En el hospital de veteranos conoce a Sally, la esposa del capitán Bob Hyde, que también está en Vietnam.

Luke y Sally se enamoran y viven una tórrida aventura que termina en el momento en el que el capitán Hyde regresa a casa desde el frente. Sally le cuenta lo sucedido y la alegría del regreso termina por precipitar la tragedia. Un día, Hyde entra en el mar lentamente con la convicción absoluta de ahogarse voluntariamente.

Jane Fonda y Jon Voigt en un momento de 'El regreso' (1978), película dirigida por Hal Ashby

Jane Fonda y Jon Voigt en un momento de 'El regreso' (1978), película dirigida por Hal Ashby

No voy a buscar tentaciones freudianas entre las dos películas, creo que los puntos que las unen son que las dos son buenas películas, bien interpretadas, bien dirigidas y bien contadas. Y las dos dejan un muy buen sabor de boca, aunque a mí me dejaron más que eso. Tampoco sé muy bien por qué me impresionaron tanto que hasta hoy las recuerdo con frecuencia, por lo menos una vez al año o en los días en los que esa bruma otoñal que llamamos tristeza se apodera de mis recuerdos y mis pensamientos y me lleva hasta el destino olvidado de esas dos películas.

El regreso a casa después de unas vacaciones está lleno de sensaciones que no por conocidas son menos misteriosas. Cualquiera puede volver a vivir, año tras año y sin que suceda nada extraordinario, el regreso de las vacaciones a la rutina cotidiana de la que salió hace dos o tres semanas para reposar en el campo, en la playa, en el pueblo o en una ciudad distinta a la que habita todo el año.

El regreso a casa después de unas vacaciones está lleno de sensaciones que no por conocidas son menos misteriosas

El regreso es la normalidad, una vez que el regalo ha cumplido su tiempo inexorable y Sísifo ha de volver a subir la piedra hasta la cima, la cumbre que nunca se alcanza, la fecha que sin embargo ese cualquiera que somos busca de forma inconsciente cada día de trabajo, cada día rutinario, cada fecha del calendario que como las vacaciones, pero mucho más lentamente, pasa y sucede sin que se alteren las cosas del mundo.

Esa es la rutina: repetir la misma costumbre como si esa normalidad nos hubiera sido impuesta por orden divina. "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", le ordena Jehová a Adán y Eva después del pecado, aunque no les dice nada más, ni siquiera les dice que dejen de pecar, que es la otra costumbre preferida del ser humano.

De momento sigo solazándome estos días de regreso en el recuerdo de Verano del 42, el sudor ansioso en el rostro de Hernie en el instante del descubrimiento del sexo con la muchacha, mayor que él, de la que se ha enamorado… Hasta yo tengo nostalgia es esa historia que nunca pude vivir pero que tal vez tuve al alcance de mis manos y de mis ojos y, en el torpe despiste de la adolescencia, se me escapó como un pájaro volador al que nunca he vuelto a ver en aquellas arenas de la playa de Nantuchet.

Anton Bruckner, fotografiado en 1886. Collage: Rubén Vique

200 años de Anton Bruckner, el compositor monumental que llevó la música a las puertas de lo desconocido

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