200 años de Anton Bruckner, el compositor monumental que llevó la música a las puertas de lo desconocido
Fue uno de los más grandes sinfonistas del siglo XIX. Sus extraordinarias obras culminan el camino trazado desde Haydn y Beethoven.
4 septiembre, 2024 02:11A Bruckner hay que acercarse sin prisas. Si al principio puede parecer su música demasiado extensa y sus interpretaciones demasiado lentas, poco a poco se nos revelan arte y parte de una experiencia donde la armonía y el tiempo laten de otro modo. “Bruckner es demasiado breve”, cuenta Herbert Blomstedt, uno de los grandes directores brucknerianos, que con aguda intención escribió una admiradora en una tarjeta que le hizo llegar con una rosa tras dirigir la 5.ª Sinfonía en Seúl. En algunos pasajes uno desearía ralentizar más aún el tiempo y ahí quedarse.
Nació en Ansfelden, en la Alta Austria, el 4 de septiembre de 1824. Tras la temprana muerte de su padre, su madre lo internó como niño cantor en la abadía de San Florián, donde años después fue organista titular, un cargo que más adelante desempeñó también en la catedral de la vecina Linz. Brillante y admirado intérprete, nos dejó solo obras menores para órgano, pero sus improvisaciones le proporcionaron ideas que a veces desarrolló en su música orquestal. Más allá de sus motetes, piezas de cámara, algunas misas y su monumental Te Deum, el grueso de su creación, el gran legado, fueron sus sinfonías.
En Viena, donde se trasladó en 1868, trabajó como profesor de órgano, contrapunto (en el que tenía una formación envidiable) y armonía, entre otras disciplinas, y allí residió el resto de su vida salvo viajes esporádicos; uno de ellos, en 1873, a Bayreuth para visitar a Wagner y dedicarle la 3.ª Sinfonía. Sus innovaciones y su indisimulada admiración por el “ardientemente amado, inmortal maestro” desataría las hostilidades del conservadurismo musical vienés, tan brahmsiano como antiwagneriano. Eduard Hanslick, el crítico musical de referencia, dictador más que árbitro del supuesto buen gusto, describió el estreno de esta, en 1877, como “si la Novena de Beethoven y La Walkiria de Wagner se mezclaran y la primera acabara pisoteada por los cascos de los caballos de la segunda”.
Las críticas se generalizaban, aunque no le faltaron defensores, entre ellos notables directores como Arthur Nikisch, futuro titular de la Filarmónica de Berlín, Franz Schalk, director de la Ópera Estatal de Viena, o Hemann Levi, de la Ópera de Múnich, que trataban de acercar su música al público y, con las mejores intenciones, le proponían modificaciones en sus partituras. Bruckner normalmente aceptaba las sugerencias e introducía cambios en las obras, pero siempre conservó los manuscritos originales, que en posteriores ediciones vuelven a ser tenidos en cuenta. Los estudios concienzudos sobre las diversas versiones se han convertido en una disciplina hoy imprescindible; este año ha visto la luz un nuevo catálogo razonado de sus composiciones. Por lo demás, los libros y estudios sobre él varían entre lo casi meramente biográfico, exagerando en ocasiones sus penalidades, neurosis, inseguridades, y los centrados en su obra y significación.
Su música es entendida en cualquier dirección y en la contraria; todo lo contiene: la sencillez y la monumentalidad, la mística y la artesanía
Hoy todavía ¿o más que nunca? su música es entendida e interpretada en cualquier dirección y en la contraria; todo lo contiene: la sencillez y la monumentalidad, la mística y la artesanía, los contrastes bruscos y el lirismo, el romanticismo pleno y la inventiva de un visionario que anticipaba el siglo por venir.
Durante mucho tiempo la principal fuente de información sobre Bruckner fue la colosal pero no siempre fiable semblanza iniciada por August Göllerich, a quien el compositor designó como su biógrafo autorizado, completada por Max Auer y publicada como uno de los proyectos estrella en el primer centenario entre 1922 y 1937. Posteriormente, poco a poco se han ido eliminando o matizando muchas de las noticias, opiniones o tintes inexactos. Ha ayudado mucho la edición completa de su epistolario, 1.030 cartas halladas hasta 2014, al cuidado de Andrea Harrandt y Otto Schneider, y fruto de esas nuevas miradas muy diversos estudios han visto recientemente la luz.
El final de su vida fue pródigo en honores y reconocimientos. El éxito del estreno en 1884 de su 7.ª Sinfonía en Leipzig, con Arthur Nikisch, supuso su consagración definitiva como compositor. Dos años después, Hans Richter estrenó en Viena el Te Deum con tal repercusión que le valió la concesión de la Cruz de Caballero de la Orden de Francisco José I.
Con una salud cada vez más delicada fue dejando sus cargos en la Universidad, el Conservatorio, la Orquesta de la Corte… y tuvo el privilegio imperial de alojarse en una dependencia del Palacio del Belvedere, mientras trabajaba en su 9.ª Sinfonía, que quedó inconclusa. Falleció el 11 de octubre de 1896 y volvieron sus restos, por expreso deseo, a San Florián, donde todo había comenzado.
Hoy es una referencia imprescindible de la historia de la música. Un asteroide descubierto en 1988 fue bautizado “(3955) Bruckner”; por su parte, en la Alta Austria tienen su nombre más de sesenta calles, caminos y plazas, además del museo en Ansfelden, la escalera que conduce al órgano de la catedral de San Ignacio, del que fue titular entre 1855 y 1868, y la principal sala de conciertos de Linz.
Este año, cómo no, un mar de celebraciones recorre el mundo: en iglesias de toda Austria están teniendo lugar conciertos corales y recitales de órgano en su honor y todas las grandes orquestas y festivales internacionales incluyen su música en sus programas.
En San Florián, que ha acogido hace unas semanas un importante Congreso Internacional, se ofrece estos meses una cuidada exposición sobre sus primeros años, y en la imponente Prunksaal de la Biblioteca Nacional de Viena puede hacerse un rico recorrido por sus obras y su vida a través de fotografías, libros, objetos, documentos y manuscritos. El título es su perfecta definición: “Anton Bruckner. El piadoso revolucionario”.
Alfredo Aracil es compositor y doctor en Historia del Arte. Premio Nacional de Música en 2015.