Lacuesta, Boyero, y yo
Desde hace varias semanas, el escándalo está montado entre Carlos Boyero e Isaki Lacuesta. Este nuevo capítulo de las correrías de Boyero (que ya debe de estar curado de espantos) comenzó en el Festival de San Sebastián, cuando el famoso crítico dijo que la película de Lacuesta Los pasos dobles es una "gilipollez". Está claro que al inefable cronista no debió de hacerle gracia que el catalán ganara al cabo de pocos días la Concha de Oro y es sintomático que en su crónica de los premios Boyero no se retractara (eso es imposible para un machote español) pero sí suavizara el tono considerablemente y dijera cosas como que arde en deseos de ver el documental del director sobre Miquel Barceló. A las pocas horas, corría por Facebook la siguiente frase: "Si Boyero no acierta nunca quien gana, ¿no será que Boyero es el que no se entera de nada?". El siguiente episodio (en la línea de truculencia habitual) fue un amargo cruce de twits entre el cineasta y Borja Hermoso (jefe de cultura de El País) en el que el primero decía que Boyero había intentado influir en el Jurado para que no le dieran el premio y Hermoso (que no es hombre de medias tintas) le lanzaba varios sopapos. En las últimas horas, los improperios del periodista se han recrudecido en una escalada muy desagradable.
Ayer mismo, en La Vanguardia, Isaki, que ya firmó una famosa y multitudinaria carta en contra del crítico (verdadero arranque de la controversia) se despacha a gusto no sólo contra Boyero, también contra la crítica en general. El título del texto es elocuente: "La crítica espectacular". Un breve resumen de lo que dice el cineasta: "Hace años que los críticos de los periódicos españoles más vendidos (El País, El Mundo, ABC) denigran e ignoran, de forma sistemática, el cine "de autor o experimental" (...) "En 2008, el mismo Boyero se jactó de abandonar su puesto de trabajo, cuando puso a caer de un burro Shirin, de Abbas Kiarostami, sin haberla visto. Entonces, más de dos cientos lectores de El País escribimos una carta de protesta por su lamentable cobertura" (...) "¿Cabe imaginar un periodista deportivo que presuma de desconocer quién es Navarro, un crítico político que ignore la existencia de Tony Blair, o un crítico literario que despedace la nueva novela de Jonathan Franzen tras leer solo las cinco 'estúpidas' primeras páginas?" (...) "por eso casi ningún diario consideró necesario ofrecer la información adecuada sobre Todos vós sodes capitás, de Oliver Laxe, cuando se estrenó tras ganar el premio de la Crítica en la Quinzaine de Cannes" (...) "En resumen, si existen 'códigos penales distintos' en el periodismo cinematográfico, la diferencia pasa por que en este último se puede mentir, presumir de ignorancia y despreciar tus obligaciones con los lectores y, en consecuencia, ser premiado por ello".
Escribir sobre este tema me resulta extremadamente complicado aunque voy a hacer un esfuerzo. Por una parte, Lacuesta es mi colega desde hace mucho tiempo y Boyero lleva diez años ensayando su característico gesto de asco infinito conmigo con una brutalidad que a estas alturas me la trae al pairo pero que cuando era un chavalín que correteaba por los festivales me dolió, y mucho. Tengo unos cuantos enemigos, pero el desprecio de Boyero (que es un hombre verdaderamente sanguíneo) creo que no lo he vivido con nadie. Por la otra, gran parte del sector antiboyerista nunca me ha considerado de los suyos y me las han liado pardas con relativa frecuencia. No tanto poniéndome mala cara (que también) sino tratándome y hablando de mí con el más absoluto desprecio (no todos, claro). Para ser breves, el conflicto (que para mí nunca ha sido tal, porque siempre parto de la base de que perfectamente me puedo estar equivocando) se agudizó a raíz de mi apoyo claro y decidido a la tristemente famosa Orden de Guardans. A sumar que jamás me he apuntado a ninguna cuchipanda ni le he seguido la cuerda a nadie. La soledad es dura en todas partes, en este país, es mortífera.
Detrás del jaleo, late un conflicto filosófico que a nadie le importa porque en España no existe el debate intelectual, sólo existe la mala hostia y las cuestiones personales. Para ejemplo, un botón, hemos visto a Obama y Bush visitar Haití o llorar juntos por el 11S. En España, Felipe y Aznar ni se dan la mano. El debate se sitúa entre quienes ven el cine como una forma de trascendencia (los llamaremos "puretas") y quienes no creen que sea una experiencia religiosa en ningún sentido. En este sentido, como ha quedado claro para quienes me lean de vez en cuando, soy mucho más partidario de la segunda opción. No creo que el arte sea una forma de suplir la ausencia de Dios ni de hacer patente su existencia. No atribuyo poderes divinos a los grandes autores ni espero catarsis. Mi visión está mucho más cerca de la de Boyero, o por lo menos el primer Boyero: considero que las películas son películas y nada más. Me gusta, me intriga y me apasiona el mundo material y no creo ni en las esencias ni en los símbolos ni los significados espirituales. Yo, como Flaubert o Rilke, opino que todo está en la superficie.
Además, creo en la cultura como industria y me molesta profundamente que determinados directores intenten ocultar su falta de talento apelando a un virtuosismo artístico o a trascendencias ridículas y me disgustan sus corifeos que no entienden nada y los jalean para ocultar su propia ignorancia. Los que no pueden explicar con palabras claras, concisas y entendibles lo que piensan es porque no piensan nada y estoy harto de leer críticas plagadas de términos rimbombantes que no significan nada más allá de la voluntad del redactor del texto de demostrar que son más listos que nadie. Voluntad que también se expresa, muchas veces, haciendo lo contrario de lo que denuncia Isaki: apoyando a directores que no interesan a nadie justificando con esa exquisitez falsa su propia condición de seres superiores. La vanguardia no es buena por serlo o por pretenderlo. En esta vida sólo hay películas buenas y malas. Algunas las hace Ben Stiller y otras, el propio Lacuesta. Algunas son, incluso, religiosas (y no hablo de católicas o protestantes, hablo de religiosas, que es muy distinto). Resumiendo, nunca he ido al cine como quien va a la Iglesia y considero que entretener es un ejercicio de nobleza. Desde un punto de vista formal, esa dicotomía se refleja muchas veces en el gusto de unos por un cine más narrativo basado en los personajes y de los otros por películas más conceptuales o abstractas.
En este sentido, por qué no decirlo, confieso que Boyero ha sido una influencia decisiva en mí como crítico y espectador de cine. Boyero siempre ha tenido una cosa de la que muchos han carecido: talento. Desde muy joven, cuando a los 17 años me compraba El Mundo muchas veces con el único propósito de leer sus crónicas, siempre he admirado su capacidad ser profundo y al mismo tiempo prosaico, para decir cosas sin recurrir a las trampas de la retórica hueca. Para mí escribir significa transmitir ideas, no hacer fuegos de artificio ni quedar como el más listo de la clase. Además, me divertía ese personaje desfasado a lo beatnik que durante muchos años fue mi ideal. Ahora, me cansa. Por seguir haciendo de abogado del diablo, tampoco me seduce el argumento de Lacuesta según el cual Boyero abandonó "su puesto de trabajo" al no terminar de ver Shirin en Venecia. Yo me he largado de varias películas (no muchas, pero alguna que otra sí) porque a nadie le pagan por sufrir y con media hora de espanto muchas veces es más que suficiente para darse cuenta de que lo estás viendo es un bodrio.
Respecto a lo que dice Isaki sobre el desprecio al cine de autor o experimental en España no creo que sea algo que suceda sólo con el cine, sucede en general y desde tiempos inmemoriales. En España siempre se ha entendido mal el riesgo y la innovación, y efectivamente, es mucho más frecuente que determinados cronistas se hagan los espabilados ridiculizando obras de alcance y ambición intelectual y estética que lo contrario. El argumento del artista raro que va de inteligente y se cree superior vende, provoca que muchos lectores ignorantes se sientan reafirmados en su tenebrosa incultura y contribuye al escarnio habitual que propina este país a sus mentes más brillantes e inquietas. La exaltación de lo banal, la consideración de lo sofisticado como un insulto elitista al ideal de buen ciudadano común lleva décadas, sino siglos, siendo la coartada demagógica para incontables plumillas con ganas de hacerse los simpáticos. Muchas veces han triunfado, son muchísimas las personas que opinan lo mismo y disfrutan intensamente con el insulto y el desprecio a artistas más inteligentes y cultos que ellos. La causa de fondo de ese "distinto código penal" del que habla Lacuesta en la crítica de cine respecto a otras es que el cine es un arte mucho más popular que la literatura o la música culta, por tanto, son muchos más quienes están dispuestos a tragar con criterios anti intelectuales.