El otro día, una amiga me dice, para picar, que las mujeres no saben hacer cine. El comentario me parece equivocado no por motivos de "corrección política" sino de pura realidad. El panorama internacional abunda en cineastas de enorme talento, ahí están Andrea Arnold, Susanne Bier, Kathryn Bigelow, Jane Campion, Agnès Varda o Lucrecia Martel. Son directoras de primera fila al margen de su feminidad. En España Isabel Coixet, Chus Gutiérrez, Gracia Querejeta o Iciar Bollaín son directoras importantes con gran repercusión. Ayer mismo, hablando del Festival de Gijón elogiaba dos películas de realizadoras francesas de nuevo cuño, Valérie Donzelli por Declaración de guerra; Céline Sciama por Tomboy. Si las hubieran dirigido hombres, habría escrito lo mismo palabra por palabra.
De todos modos, existe una realidad: sólo un pequeño porcentaje de las películas las dirigen mujeres. La Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (Cima) asegura que es de un 8%. En Hollywood se calcula que no supera el 10%. Son datos llamativos y me parece lógico que se dedique un esfuerzo suplementario a solucionar una situación palmariamente injusta. Los sectores más vulnerables necesitan de políticas distintas y una protección especial. Me fastidia también, y mucho, la actitud de quien se apunta a la defenestración de lo "políticamente correcto" como coartada para decir las burradas de siempre y encima pasar por un subversivo. Quienes hacen comentarios misóginos, racistas u homófobos sólo merecen desprecio.
De todos modos, el infierno está lleno de buenas intenciones. La nueva inquisición políticamente correcta también es una plaga y son un soberano coñazo esas personas que tampoco aguantan ni un chiste. En realidad, siempre he pensado que si hubieran nacido en Afganistán serían talibanes y en el País Vasco de Batasuna. Los fanáticos se parecen en todas partes. Incluso en su cursilería, esa que surge de quien quiere demostrar que a virtuoso no lo gana nadie. Muchas veces, no sólo no hace falta, sino que desayudan más que ayudan. Valga un ejemplo, la nefasta iniciativa del ICAA de crear una nueva categoría de calificación que reza: "Especialmente indicado para la igualdad de género". Podría decirse, es una chorrada como otra cualquiera. Pero es peor.
Por una parte, supone crear una división artificial entre cine "bueno", no por artísticamente elevado sino por bienintencionado, y cine "malo", que es el que atenta contra las buenas costumbres contemporáneas. Es una actitud relamida que en el fondo es la misma hipocresía de ese Tartufo de Molière que se dedicaba a proclamarse a sí mismo más santo que nadie. El infierno está lleno de buenas intenciones y al querer destacarse como campeones de la virtud los del ICAA sólo están poniendo en evidencia la condición de "perjudicadas" de las mujeres, cosa que no les hace ningún favor. Además, y esto es importante, el verdadero buen cine está muy por encima de estas consideraciones. Una buena película nos ofrecerá una mirada profunda sobre la realidad y ésta, necesariamente, no puede ser machista, que es una cosa repugnante.
Hace pocos días, asistía como jurado al Festival de Cine de Mujeres de Cuenca. Un certamen pequeñito en el que participaba dentro de la sección Valor humano, consagrada a documentales dirigidos por féminas y que destacaran por eso, por su valor humano. Nada que objetar aunque no tengo muy claro qué significa eso del "valor humano" (en principio todo documental tiene "valor humano") pero en fin, se entiende. El problema es que de los cinco documentales todos, salvo uno, el que ganó (Los dioses de verdad tienen huesos, de Belén Santos y David Alfaro) eran terriblemente malos. No voy a dar sus nombres porque tampoco se trata de hacer más escarnio de lo que no llegará a ninguna parte, pero no deja de ser sorprenderte que un Festival dedicado a promocionar el cine realizado por mujeres seleccione cinco trabajos que dan ganas de darle la razón a mi amiga la subversiva. De todos modos, sigue sin tener razón, el problema no es de las mujeres sino del programador.
De todos modos, no comparto ni la opinión de CIMA ni la de mi amiga. No creo que la brutal descompensación entre mujeres y hombres detrás de la cámara tenga que ver sólo con que vivimos en una sociedad machista. Entrevisté en una ocasión a Méndez Leite, ex director de la ECAM, y me contó que él no tenía el menor prejuicio sexista y que la realidad es que había más hombres interesados en dirigir que mujeres y que, además, sus candidaturas para acceder al privilegiado grupo que estudia esta especialidad solían ser más sólidas. No tengo ninguna duda de que Leite decía la verdad. Desde luego, es cierto que las mujeres, cuando dirigen, pueden tener exactamente el mismo talento que los hombres, decir lo contrario es una tontería y es mentira, pero también lo es que hay menos que quieran hacerlo. Y en parte, es una pena, porque a mí siempre me ha gustado cómo ven el mundo las mujeres.
Coda. Me pregunto qué pensará la comisión de las buenas costumbres y la igualdad de género de una película como Melancolía de Lars Von Trier, protagonizada por dos mujeres que son todo menos tontas. ¿Pesaría más el historial de incorrecciones políticas varias del sujeto danés o el hecho de que la película ofrece un retrato psicológico complejo y hermoso de sendas féminas? Sin duda, tampoco representan quizá el "ideal" al que aspira el ICAA. Podría objetarse que el personaje de Kirsten Dunst reincide en el tópico de la "histeria femenina". Y el de Charlotte Gainsbourg de la "mujer miedosa" y "buena ama de casa". No tengo ni idea de estas consideraciones y en el caso de una película extraordinaria como ésta resultan especialmente absurdas. Critiqué mucho a Lars Von Trier cuando dijo que era nazi y creo que aun debería pedir perdón cien veces más, no estaría mal tampoco algún acto simbólico de contrición. De todos modos, Von Trier es un bocazas pero es un cineasta insuperable. Melancolía es gran cine, y no hay mucho.