El incomodador por Juan Sardá

Descendientes, Thatcher y la chispa

2 febrero, 2012 01:00

1. Lamento no participar del entusiasmo colectivo por Los descendientes, la nueva película de Alexander Payne. Por una parte, es de celebrar, incluso con gran alegría, el gran éxito de esta película, que lleva dos semanas en el número uno de la taquilla y ha recaudado unos asombrosos 4,4 millones de euros. Asombrosos porque pocos títulos que no cuenten con grandes efectos especiales o estén destinados a un público estrictamente juvenil (o infantil) logran semejante monto. O sea, que aunque no lo parezca, existe un público adulto, cultivado y deseoso de ir al cine a ver buenas películas. Y desde luego, hay mucho que celebrar en este filme: los ingeniosos diálogos, la caracterización de personajes, su extraordinaria fotografía y elegantes movimientos de cámara o, sobre todo, la interpretación de George Clooney, que es un actor sensacional (y tiene la mejor mata de pelo en un hombre de 50 años que he visto en mi vida, lo suyo es puro Timotei). Pero no creo que Los descendientes sea una gran película, ni mucho menos. Me disgusta su falta de ambición y su mojigatería (hombre, ese señor que de repente lo flipa porque su mujer haya tenido un amante), su visión edulcorada y complaciente del mundo de los ricos (o muy ricos) y el hecho de quedar casi en una anécdota bien contada. Los descendientes a ratos parece un anuncio publicitario de Hawai y el american way of life, una nueva vuelta de tuerca a los aburridos y cansinos "valores familiares" republicanos (del G.O.P., no de la bandera tricolor) y etc. No me disgustó, pero me quedé bastante frío. Los descendientes no es que sea mala, es que no es gran cosa.

2. La dama de hierro, de Pippa Lee, es una de las peores películas que he visto en mucho tiempo. De entrada, no siento la menor simpatía por Margaret Thatcher, esa señora que pensaba que para ser mujer y tener autoridad debía comportarse como el peor de los hombres. Estaba más que dispuesto a ver "el otro lado" pero no una hagiografía pura y dura, sin matices ni colores. No sólo eso, la película cae en un error narrativo muy habitual en los biopics que es querer "contarlo todo", desde su niñez como hija de tendero pasando por la guerra de las Maldivas o su vejez gagá. Hay una expresión en castellano muy adecuada para el caso: quien mucho abarca, poco aprieta. Y en La dama de hierro no se nos cuenta nada: ni el carácter de esa mujer pérfida pero indiscutiblemente fascinante, ni el contexto histórico ni siquiera una reflexión shakesperiana sobre las prebendas del poder. Meryl Streep lo hace muy bien. Menuda novedad. Una pena que su película no esté a la altura de su talento. De hecho, está muy, muy lejos.

3. Alex de la Iglesia es uno de los cineastas mayores de España. Las poderosas imágenes de Balada triste de la trompeta aun perduran en mi memoria y no creo que se vayan a borrar jamás, pocas veces he visto en pantalla una representación tan exacta sobre esta tendencia tan española a odiarnos y destruirnos los unos a los otros. La chispa de la vida se queda lejos. No es un filme desdeñable, Iglesia es un director de raza y sus poderosas panorámicas con travelling siguen poniendo los pelos de punta. Es fantástico cómo utiliza los elementos romanos del teatro Mérida para introducirlos en su peculiar estilo entre el esperpento y lo operístico. Acierta el filme, que parece un remake posmoderno de El gran carnaval, a la que a ratos se parece incluso demasiado porque las comparaciones son odiosas, al abordar la voracidad de los medios de comunicación y la sociedad del espectáculo. Pero fracasa por su tendencia al subrayado y a la brocha gorda. Plantea un mundo de ejecutivos de televisión y relaciones públicas sin escrúpulos que actúan a cara descubierta y no incide en lo que precisamente es más interesante, su capacidad para enmascarar la realidad con palabras mentirosas y grandilocuentes, su retorcida inteligencia que es el germen de su verdadera maldad. El personaje de Fernando Tejero, de una obviedad alarmante, es quizá la pieza que mejor simboliza el problema de esta chispa de la vida a la que le falta sutileza y vitriolo. Amo a Salma Hayek, eso sí. Qué mujer tan hermosa, por favor.

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Image: Sergio Vila-Sanjuán

Sergio Vila-Sanjuán

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