El incomodador por Juan Sardá

Lo grotesco y lo perverso

14 mayo, 2012 02:00

Algunas veces he hablado del extraordinario descenso de escenas sexuales en el cine contemporáneo. En las películas más comerciales de Estados Unidos, el sexo prácticamente ha desaparecido. Incluso en las películas dirigidas a los adultos, ésas que aspiran a Oscars y etcétera, éste brilla por su ausencia. No solo eso, vamos hacia un cine más light y definitivamente más puritano en cuestiones de cama, pero también en muchos otros aspectos. Comprobémoslo. En 1975 las películas victoriosas en los Oscar eran Alguien voló sobre el nido del cuco, una brutal radiografía de los instintos más bajos y descarnados del ser humano; las peripecias del libertino y arribista Barry Lindon o el frustrado atraco de un delincuente que quiere pagar la operación de cambio de sexo de su novio, interpretado por Al Pacino, en la demoledora Tarde de perros. Nashville, de Robert Altman, es una película de fuerte carga ideológica contra el populismo de derechas. Eran, y siguen siendo, películas "fuertes" con escenas muy poco aptas para los niños en las que veíamos a seres humanos plenamente imperfectos, muchas veces marginales y desde luego lujuriosos y realmente adultos.

En los Oscar celebrados en 2012, el panorama es completamente distinto. Para muestra un botón, a Spielberg lo nominaron en 1975 por la perturbadora Tiburón y en 2012 por la indiscutiblemente bonita pero muy complaciente War Horse. En la cosecha del año pasado, según Hollywood, no abundan los locos, los adúlteros múltiples o los transexuales sino un señor de 50 años atónito porque su mujer se la pega con otro (Los descendientes), una película con tan poca chicha y tan meliflua como Mignight in Paris, la primera película infantil de Martin Scorsese (Hugo) o un canto a la superación mediante el deporte (Moneyball). La ganadora, The Artist, es una muy buena película pero también reincide en ese generalizado buen rollo light de humor blanquísimo y buenos sentimientos. El cine, el más comercial de forma alarmante pero es un fenómeno que también afecta de forma muy clara incluso al independiente, ha perdido garra y fuerza, es indiscutible. Aunque hoy no exista un Código Hayes ni ninguna censura aparente, la realidad es que en pocas épocas de la Historia hemos visto tanta corrección política y tan poca mala baba.

Se ha impuesto, por tanto, un cine familiar y simpático para todo el mundo con una calidad técnica insuperable pero mucho menos interesante. Hagamos la misma comparación con las películas más taquilleras de ese año. Y llegamos a la perturbadora conclusión de que el público de hoy, y siento decirlo, quizá es peor en el sentido de que es menos exigente intelectualmente. Entre las más vistas, nos encontramos de nuevo con las subversivas Nashville o Alguien voló sobre el nido del cuco, también con otras como Tommy, adaptación de Ken Russell de la ópera rock de Los Who basada de forma explícita en las experiencias con LSD. Shampoo, de Hal Ashtby, es una acidísima comedia sobre un hombre con lo que hoy llamaríamos, con la tendencia actual a convertir cualquier vicio en una enfermedad, "adicción al sexo" en la que los protagonistas se drogan compulsivamente mientras ponen a caldo a Nixon y que se hizo popular por la frase: "That's What I call fucking!" (En The Artist, por cierto, no se dan ni un casto beso en la boca). Entre los diez bombazos de 2012 en Estados Unidos, abundan las películas para niños (Harry Potter es la más vista del año), el neoconservadurismo a ultranza de la saga Crepúsculo, o la puerilidad absoluta de Piratas del Caribe o Thor. Solo Resacón en Las Vegas es una pequeña pica en Flandes. La diferencia es abismal.

Por no alargarse demasiado, el caso del cine español es ligeramente distinto. Por aquel 1975 se vivía un momento irrepetible en el que brillaban Carlos Saura, José Luis Borau, Antonio Drove, Basilio Martín Patino o Berlanga. Era un cine de guerrilla muy marcado por su oposición a la dictadura que hacía gala, precisamente, de su madurez y de su compromiso con el momento político que atravesaba España. Era también un cine más culto y literario. El cine de hoy mantiene parte de esa carga subversiva como en la brutal La piel que habito o la nada complaciente No habrá paz para los malvados. La crítica política se mantiene en un título como También la lluvia. Pero la producción nacional hace años que ha querido entrar en el juego de Hollywood tanteando al público adolescente con productos como Primos o Fuga de cerebros por no hablar de películas light a tope como la adaptación televisiva de Águila roja. En España, como en Estados Unidos, se mantiene un cine de guerrilla pero al contrario que en los 70, es cada vez más minoritario. Al final, la mejor censura quizá no ha sido la política sino el propio desinterés de un público que parecía haber asumido la tesis del "fin de la historia" y solo ha buscado entretenimiento que le recuerde y ensalce porque vivimos en el mejor de los mundos. Desde luego, esa percepción ha cambiado. Sería bueno que también lo hiciera el cine y que vuelva a servir para buscar respuestas y comprometerse con un presente tan complicado como el que padecemos.

Lo pensaba viendo Night Flowers, un corto de Javi Giner, forjado como asistente de dirección de Almodóvar, que ha estrenado por internet y con libre acceso para todo el mundo. Giner se ha tomado su tiempo para terminarlo, lo rodó hace once años. Giner nos habla de putas que hacen felaciones que dejan KO a quienes las reciben (el chiste más feliz del corto) y de transexuales que buscan sus tetas por las calles más sórdidas de Los Angeles. Días antes, veía, confieso que por primera vez, Pink Flamingos, y me quedaba atónito por su libertad absoluta y su desmadramiento, tan poco frecuente en el cine bonito y de buen gusto que abunda hoy día no solo en Hollywood sino en los festivales de cine. El triunfo del "buen gusto" ha sido absoluto y terrorífico. Lo de Waters y Giner es cine antiguo pero que, cosas de la vida, cobra una importancia hoy que quizá no tenía antes en cuanto devuelve a las pantallas una subversión que parece definitivamente perdida.

Con un cine comercial cada vez más enfocado hacia las audiencias familiares, en tiempos de una corrección política que ha terminado por servir más a la moral y la virtud y las buenas costumbres tradicionales que a su propósito teóricamente inicial (proteger a las minorías) existe un espacio casi vacío para que surjan cineastas como Giner que, en la estela de John Waters o Almodóvar o Jarmush nos propongan un arte subversivo, mucho menos puritano y más interesante que el que muchas veces vemos. No deja de ser asombroso que en tiempos tan duros, el público prefiera un cine tan blando. El triunfo del entretenimiento puro y duro es un fracaso moral de nuestra sociedad.

Coda: Otro día hablo de la enorme diferencia esntre los personajes del Hollywood de hoy y los de los años 30, 40 y 50. Esos hombres que se declaraban borrachos y esas mujeres libertinas que celebraban los vicios como virtudes del carácter y sus bajos instintos como la sal de la vida. ¡Por no hablar de su ensalzamiento continuo del tabaco y las malas costumbres! Uno los echa de menos ante tanto deportista de dentadura blanquísima y apología de la vida sana.

Image: Manuel Gutiérrez Aragón

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