El escudo de las buenas causas
Se estrena esta semana Evelyn, de Isabel de Ocampo. La película trata un tema duro, complejo y que el cine está casi obligado a abordar, la trata de blancas. Desde luego, a cualquier ciudadano medianamente decente se le parte el alma cuando conoce ese ominoso esclavismo sexual en el que las mujeres son literalmente violadas varias veces al día en decenas de puti clubs de carretera que adornan nuestro paisaje (y no solo el nuestro, que siempre parece que en España todo sea un poco peor, y no). Cabe llevarse las manos a la cabeza, indignarse, faltan reportajes, películas, canciones y lo que haga falta para concienciarnos todos de un fenómeno repugnante, criminal y vergonzoso que atenta contra todos y cada uno de los derechos humanos.
Evelyn lo intenta. La película nos explica todo ese proceso de degradación moral partiendo de una historia "universal" que pretende condensar todas las fases de ese ominoso proceso. El filme empieza en Perú, donde la hija de unos campesinos pobres es tentada por una mafia para ir a España. La promesa es que una vez en nuestro país tendrá trabajo (ahora mismo, es sabido, es casi un milagro) en una cafetería y podrá empezar una nueva vida. Más allá de que en este momento una película que presente a la piel de toro como una especie de Dorado causa extrañeza, la película continúa por derroteros imaginables: al llegar a Europa la joven ingenua se entera de que no trabajará sirviendo menús sino prestando su cuerpo y Evelyn, así se llama la protagonista, parece especialmente furiosa y renuente a acatar semejante futuro.
Fotograma de Evelyn
De esta manera, Evelyn es la historia de un encierro forzoso, el que sufre esa joven enclaustrada en su habitación ya que se niega a salir a "la sala" para tratar con los clientes. El filme plantea un universo de mujeres maltratadas que han perdido lo más esencial, la esperanza. Ese es el drama final, cuando ya no ven escapatoria, cuando aceptan sumisamente su destino de pobres putas sin horizonte y asumen la pérdida de la dignidad como algo inevitable, como una burla más de ese mismo destino que las quiso pobres y después alcahuetas. Todo ello, ha quedado dicho, da para una excelente y necesaria película. Evelyn, sin embargo, se queda muy lejos de lo que se propone. Uno nota que Ocampo está visiblemente indignada con lo que retrata, es realmente sensible al drama. Pero para hacer buenas películas es necesario mucho más que buenas intenciones.
Lo que vemos en Evelyn es uno de los males endémicos del cine español: directores enfurecidos por la injusticia pero sin pizca de talento, y lamento decirlo. En Evelyn los personajes no solo no tienen ninguna hondura, todo resulta tópico, sabido e imaginable y lo peor es que se consiga el efecto contrario al deseado, hastío y desinterés ante una situación que por sí misma provoca todo lo contrario. Ocampo no maneja bien las situaciones de la soledad de la chica (que Cronenberg o los Coen habrían clavado) y su compasión hacia la desdichada protagonista se torna en su contra al adoptar un tono condescendiente en el que el "mensaje" está muy encima de la dramaturgia. Y ese, precisamente, es el problema de tantas películas similares. Para denunciar algo lo mejor es crear una situación real, con sus contradicciones, paradojas y dobleces, y la denuncia vendrá luego. Cuando uno espera atormentar y concienciar, lo que obtiene, como es el caso, es un telefilme que parece sufragado por el Ministerio de Igualdad. Es una pena.