Cuando Dustin Hoffman se metió en la piel de uno de los Fockers, la familia de Ben Stiller en la saga de Los padres de ella, su propio hijo dijo que "por fin" veía al actor interpretar a un personaje clavado a sí mismo. Los Fockers son unos judíos intelectuales y progres que sacan de quicio al recio y militar Robert De Niro. Sin embargo, para su debut en la dirección, Dustin Hoffman no aborda grandes cuestiones políticas sino que ha preferido una película ligera y decididamente amable en la que reúne a un reparto de veteranos y fabulosos actores como Maggie Smith, Billi Conolly y Tom Courtenay que, como es de esperar, están fabulosos interpretando a antiguos virtuosos de la música.
Se habla mucho de los paralelismos entre el reciente El cuarteto y un éxito con Hotel Marigold , en el que varios ancianos también comparten una residencia, esta vez en la India. Sin duda, las similitudes no son gratuitas pero la película de Hoffman es mejor aunque sólo sea porque por lo menos no es tan blandengue a pesar del tono luminoso y feliz general. Los viejos de El cuarteto son entrañables y simpáticos pero también pueden ser desagradables y actuar como adolescentes, a sumar la vanidad propia de unos artistas que son incapaces de dejar su ego de lado incluso cuando están en el último episodio de su vida. Si hay algún "mensaje" en la película es precisamente ése, que uno no cambia mucho cuando se hace viejo, si acaso se le acentúan las manías.
La estructura es absolutamente clásica y se basa en estereotipos muy claros. El retorno, en este caso, de una diva como Smith que dejó abandonados a sus compañeros de cuarteto para emprender una carrera en solitario, incluido un exmarido. No falta la función catártica, como en El último concierto, los personajes se enfrentan a una última oportunidad de demostrar su talento y rememorar, por una vez, sus viejos días de champán y aplausos. Finalmente, no podía faltar, el peligro de que la residencia sea clausurada que se cierne sobre sus cabezas. Un argumento académico para una película académica que sin grandes piruetas logra lo que se propone.
Sin duda, lo mejor es el duelo actoral. Connolly como ligón impenitente y exuberante, Courtenay como hombre de porte digno que esconde pasiones infernales y Smith se come la pantalla en su papel de diva descarnada con buen corazón. Da la impresión de que Hoffman más que reivindicarse, ha decidido reírse de su propia profesión y sus miserias al tiempo que espanta el fantasma de la vejez y la propia muerte. Una película sencilla y conmovedora en la que el clasicismo es una virtud más que un lastre.