Conocí a Daniels en San Sebastián cuando presentaba su primer filme como director, Shadowboxer (2005), en el que contaba la tremebunda historia de una asesina a sueldo (Helen Mirren) diagnosticada con un cáncer terminal y liada con su propio hijastro negro, 40 años menos que ella, interpretado por Cuba Gooding Jr. Entonces, el cineasta me explicó que Almodóvar, por supuesto, era su gran influencia y no hacía falta ser muy listo para adivinar que detrás de sus tramas alambicadas, su gusto por la sordidez y lo inverosímil se encontraba el maestro manchego. Debo decir que el hecho de que Daniels fuera uno de los mejores amigos de mi amado Michael Jackson además de dejarme muy impresionado también contribuyó a que me cayera mejor.
El éxito le llegaría Daniels con su siguiente película, Precious, la odisea de una obesa afroamericano víctima de maltratos que sueña con ser una superestrella. Gran parte de la crítica detestó esta película por motivos que no alcanzo a entender. Para muchos directores, me temo, hay siempre dos terrenos peligrosos. Uno son los "buenos sentimientos" porque es mucho más fácil que te crujan si apelas a la bondad del corazón humano que a la miseria. Por la otra, véase el caso de Slumdog Millionaire, cuando los cineastas retratan realidades crudas y marginales sin hacerlo en plan Pedro Costa y le quieren dar un tono pop son legión los críticos dispuestos a rasgarse las vestiduras y salir en defensa de los pobres que por lo visto ellos quieren tanto.
Llegamos, finalmente, a El chico del periódico, película estrenada el viernes con profusión de malas críticas tras su tortuoso paso por Cannes. La película, ambientada en la Florida de los años 60, traumatizada por la división racial y los nuevos movimientos de derechos civiles, cuenta una historia ciertamente confusa: un periodista (Matthew McCounaghey, sencillamente brillante) y su colega negro llegan a un lugar remoto de ese Estado para tratar de liberar a un recluso del corredor de la muerte encarcelado sin pruebas. La novia del sospechoso homicida, interpretada por una Nicole Kidman volcánica y desgarrada que se toma muy en serio meterse en la piel de una mujer vulgar y sensual a la que adivinamos machacada por mil infortunios, y Zac Efron en calzoncillos (sale medio desnudo toda la película) como hermano de McCounaghey y conductor de los periodistas completan el panorama.
No es difícil adivinar ecos de Tennesse Williams en este filme en el que los grandes aciertos conviven con los grandes errores. Se equivocan Daniel y su guionista (Peter Dexter), autor también de la novela, en contarnos la historia desde el punto de vista de la criada negra, una decisión bastante incomprensible. Tampoco queda muy claro por qué Kidman, por muy arrastrada y humillante que haya sido su vida, se enamora a distancia de un sospechoso de asesinato de una vulgaridad y primitivismo estratosféricos. Pero hay mucho que celebrar en este filme absolutamente marciano y libre que, como mínimo, brinda la posibilidad de lucirse a Kidman y McCounaghey de una manera espectacular y a Zac Efron de demostrar que no es un actor cualquiera.
Hay escenas memorables, como el orgasmo a distancia entre Kidman y Cusack en la prisión. Ahí está ese Daniels que no siempre acierta pero que brilla por encima de muchos cineastas por su capacidad para tomar decisiones arriesgadas y llegar hasta el final. La película también logra eso que llamamos atmósfera, ese ambiente tórrido y sensual de películas como De repente, el último verano, La noche la Iguana y Cayo Largo en las que el atractivo de los cuerpos se mezclan con las altas temperaturas en un cóctel explosivo. Daniels es un cineasta a veces deslavazado y desordenado al que le falta encontrar un centro para sus películas, pero en un universo de cineastas fríos y cerebrales brilla como un aventurero de las emociones y pasiones humanas, como un explorador de lo desconocido.