En estos tiempos aciagos en los que los cines están vacíos y muchas notables películas pasan sin pena ni gloria, el éxito de Un invierno en la playa no se puede pasar por alto. Esta producción independiente supone el debut de Josh Boone, cineasta de 34 años que despliega en este filme una mirada "limpia" sobre la realidad y al mismo tiempo sensible. Boone se maneja bien construyendo personajes complejos y sintiendo una inmensa piedad por ellos; retratando conflictos dolorosos pero encontrando la mejor de los soluciones; siendo profundamente humano y bondadoso pero no cándido ni mojigato, aunque su película a veces nos parezca demasiado burguesa y complaciente. No tengo muy claro que el mundo de los privilegiados pueda o merezca ser retratado con una solemnidad que a veces parece pueril.
Un invierno en la playa cuenta la historia de una familia de escritores, lo es el padre (Greg Kinnear), famoso novelista y lo son también sus dos hijos adolescente, la precoz Sam (Lily Collins) y el apocado Rusty (Nat Wolff). Divorciado de su mujer de toda la vida (Jennifer Connelly, de una belleza estratosférica), la película trata un asunto tan sencillo como la dificultad para encontrar el amor y mantenerlo. Lo hace a partir de situaciones muy distintas, el adulto que se empeña en no olvidarse de la mujer que marcó su vida, el chico incapaz de acercarse a las chicas y la joven cínica y desencantada que se comporta de forma promiscua para ocultar debajo de su dureza su anhelo amoroso. Son personajes heridos que se encuentran en una fase de tránsito y perfectamente reconocibles aunque un poco más listos, guapos y refinados de lo que suele ser normal.
Greg Kinnear y Jennifer Connelly protagonizan Un invierno en la playa
El éxito de Un invierno en la playa viene a confirmar una tendencia muy marcada en la cartelera española, la preferencia del público por historias plagadas de buenos sentimientos y moralejas humanistas con final feliz y redentor que nos reconcilian con los pesares de este mundo. Ahí están películas como Intocable o El lado bueno de las cosas, fábulas contemporáneas de autosuperación que quizá son ideales para estos tiempos de crisis y fracasos varios. Un invierno en la playa sin duda debe parte de su éxito a ese público que quiere ir al cine a ver historias bonitas y sencillas. Esto puede parecer cínico y no lo es. Como no lo es Un invierno en la playa, una película pequeña y modesta, dirigida de una forma demasiado plana y convencional por el debutante Boone pero con la capacidad de hacernos derramar una lagrimita y volver a creer en el amor. No es poco.
Esperemos, eso sí, que el incipiente cineasta sea capaz en sus siguientes películas no de convertirse en un malvado, pero quizá sí de quitarse de encima una cierta complacencia un tanto naïf que forma parte del encanto de su debut pero en ocasiones resulta demasiado banal.