Al final, la obra es un canto a la vida y a la esperanza de la juventud y está muy bien que así siga siendo. Whedon tiene estilo y aunque la decisión del blanco y negro es una coartada arty un tanto forzada, hay imágenes bellas, particularmente las fiestas se le dan muy bien y recrea con personalidad un ambiente sofisticado sin caer en lo publicitario. El problema es que no queda muy claro por qué nos lo cuenta en el día de hoy y no cuando está ambientada la obra hace cuatro siglos. Si se trata de crear un efecto shock no funciona porque lo hemos visto mil veces y si se trata de ver la 'modernidad' de Shakespeare queda clara aunque los personajes lleven túnicas y cofias. Es sin duda una buena oportunidad para revisar un clásico indiscutible.
Jugando con Shakespeare: 'Mucho ruido y pocas nueces'
3 enero, 2014
14:35