Antena 3 me desconcierta. En ocasiones, la gente que la dirige me parece Einstein y, en otras, el profesor Bacterio. No les pillo el punto. El pasado 28 de febrero, en un movimiento que combinó velocidad y audacia, la cadena generalista estrenó un “montaje no definitivo” del piloto de Fariña. La orden de secuestro del libro de Nacho Carretero en el que se basa la serie, dictada por la juez Alejandra Fontana a petición del ex alcalde de O Grove, José Alfredo Bea Gondar, se convirtió, repentinamente, en un acicate promocional irrechazable (y gratuito) que el grupo Atresmedia decidió aprovechar.
La noticia de la retirada de la décima edición de este vibrante y documentadísimo best-seller se transformó en una campaña publicitaria involuntaria que llevó al piloto de la serie a cosechar una audiencia de 3,4 millones de espectadores (21,5 % de share). Es probable que Bea Gondar, que denunció a Carretero y a su editorial (Libros del KO) por injurias y calumnias, no haya oído hablar jamás del efecto Barbara Streisand, así que no está de más ponerle música a su queja y recordar, al ritmo de Guilty, que Bea fue condenado por la Audiencia Nacional por un delito de narcotráfico y, posteriormente, absuelto por el Tribunal Supremo que declaró nula la declaración de un arrepentido.
Pero sigamos con las estrategias. En líneas anteriores señalábamos que el piloto de Fariña adelantó su emisión por cuestiones puramente mercadotécnicas y, de hecho, la cadena anuncio que hasta el próximo curso televisivo no se podría ver la serie entera, incluido ese primer episodio ya con su final cut. Pues bien, estamos a 19 de marzo y ya vamos por el tercer capítulo: un saludo para esa peña que hace la postproducción de la serie (no querría estar en su pellejo). De momento, la creación de Bambú Producciones sigue adelante y el miércoles se podrá ver el cuarto episodio. Los índices de audiencia –de los que ya saben que me fio menos que de un testimonio de Laureano Oubiña- dan la razón a la cadena: el segundo capítulo alcanzó el 21,3% de share (3.390.000 espectadores) y el tercero un 17,4% (2.759.000). Cuando termine, la desmenuzaremos como corresponde. Por el momento, me siento feliz de que mi cerebro reproduzca insistentemente Galicia Canibal mientras mi consciencia me conmina a cabrearme porque un bodrio como Blow (Ted Demme, 2001) se haya convertido en el referente visual de la narcoficcion contemporánea.
Pero no quiero desviarme, así que repito el mantra de hoy: estrategias. Si en la de Fariña el grupo Atresmedia puede cantar bingo (un bingo de esos que dan doble placer, porque el cartón te lo han regalado y encima el cubata es gratis), la que han desarrollado para lanzar American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace (ACS en adelante) se parece más a perder hasta la camisa jugando a la ruleta. Antena 3 adquirió los derechos de la serie de FX y ayer (18 de marzo) estrenó los tres primeros episodios de la luctuosa antología de célebres crímenes pergeñada por la mente inquieta de Ryan Murphy. De nuevo, los instrumentos de medición de audiencias le dieron la razón a la cadena: fue el programa más visto de la noche con un 15,6% de cuota de pantalla y 2,4 millones de televidentes.
Sin embargo, les pido permiso para exponer unas cuantas salvedades. ACS no es, como Fariña, una producción de A3. ACS estará íntegra en Netflix el próximo 30 de marzo. ACS empezó a las 22:10 de un domingo por la noche y el tercer episodio acabó a la 1:10 de la madrugada del lunes (en general, y a pesar de las cifras de desempleo, la gente suele acudir a sus puestos de trabajo a una hora temprana, hecho que los diseñadores de las parrillas televisivas parecen olvidar). Los episodios 4, 5 y 6 de ACS se podrán ver en Antena 3 el domingo 25 marzo y los tres últimos el 1 de abril, fecha en la que ya estará disponible vía streaming. Esto es una gilipollez, pero lo digo igualmente: no es lo mismo consumir televisión ‘a la antigua usanza’ que hacerlo a través de las nuevas plataformas. Ver ACS en Antena 3 te convierte en esclavo del tiempo que marca la cadena (duración, anuncios, etc.) mientras que en Netflix el consumidor domina el producto, lo ve cuándo y cómo él quiere. Algunos me diréis que para eso está el Atresplayer, para ver el contenido de la generalista a la manera de una plataforma VOD. Queridas amigas, queridos amigos, espectadores todos: intentadlo. Intentadlo sin desear lanzar vuestro ordenador por la ventana. Intentadlo sin tomar tranquilizantes. Intentadlo sin imaginar como un torturador con Parkinson practica sus disminuidas habilidades con el tipo que diseño el maldito player, ese dispositivo tartamudo, esa cosa insufrible. Les doy un consejo gratis, aunque solo sea porque sus ojos me sufren casi semanalmente; no lo intenten.
Edgar Ramirez, Penelope Cruz Darren Criss y Ricky Martin en American Crime Story
Así pues, en su afán por adelantarse al gigante del streaming, Antena 3 no solo ha churruscado la interesante propuesta de Ryan Murphy, sino que, con toda probabilidad, le ha hecho la campaña a Netflix. Me da por pensar que esta primera emisión de ACS -imposible de seguir para la audiencia normal- puede haber funcionado como un teaser para la plataforma: veo el primer episodio y, si me interesa, ya la veré de la manera que mejor se adapte a mi vida. No alcanzo a entender cómo, después de ver los numerosos estudios que se han hecho sobre La casa de papel, una creación de Antena 3 que ha pegado el pelotazo vía Netflix, los ejecutivos de las cadenas de las corporaciones de comunicación españoles no empiezan a plantearse un cambio sistémico, habida cuenta de la obsolescencia que revelan sus fórmulas programáticas.
Sobre American Crime Story: The Assassination of Gianni Versace y su atrevida narración, sobre el trabajo vocal de Penélope Cruz como Donatella Versace y sobre el maniersmo que rezuma la serie (por momentos una orgía kitsch) hablaremos cuando termine. Recuerden que hoy la cosa iba de estrategias.
Collateral. Máxima fiabilidad
Carey Mulligan y Nathaniel Martello-White en un episodio de Collateral
Producida por The Forge, la BBC y Netflix, Collateral es una de esas mini-series británicas a priori irresistibles para quien esto firma. Cuando aparece un producto similar en alguno de los catálogos a mi alcance, me lanzo a por él. Es decir: una trama negra como las fosas nasales de Idris Elba; una andanada contra un sistema corrupto; una producción exquisita y un elenco actoral impecable. Collateral es la compañera de estantería de The Shadow Line o The Honourable Woman (ambas de Hugo Blick), London Spy (Tom Robb Smith & Jakob Verbruggen)) o State of Play (Paul Abott & David Yates).
El tándem creativo lo forman el guionista David Hare y SJ Clarkson a la dirección. La carrera de Hare indica que ama el género crime & mistery sobre todas las cosas: ahí están sus iniciales Wetherby o Paris by night o esa interesante trilogía de tv movies protagonizadas por el viejo agente del MI5 John Worricker (Billy Nighy) -me refiero a Entre líneas, Arrasando el campo de batalla e Islas Turcas y Caicos-. Tampoco hay que olvidar su adaptación de la novela de Josephine Hart, Herida (Louis Malle, 1992) o sus guiones para Stephen Daldry (Las horas y The Reader). Por su parte, SJ Clarkson, que ha forjado su trayectoria en el mundo de la teleficción (Life on Mars, Dexter, Heroes, Jessica Jones, Orange is the New Black,…) dirige los cuatro episodios, repitiendo esa fórmula dual que también se da en las series citadas en el primer párrafo y que tanta consistencia da al producto final.
En Collateral, la inspectora Kip Gilespie (Carey Mulligan) investiga el asesinato a tiros de un repartidor de pizza de origen árabe. La narración, que no se circunscribe al desarrollo del trabajo policial por parte de la detective, multiplica el punto de vista y escruta las vidas de todos aquellos que, de alguna manera, están vinculados con el homicidio. Esa decisión permite, por un lado, ofrecer un diagnóstico más certero sobre el estado de la sociedad británica con respecto a la inmigración, pero, por otra parte, hace que en determinados momentos la potencia de los hechos relatados se diluya (principalmente las líneas argumentales protagonizadas por Billie Piper y Nicola Walker).
Hare pone en jaque la hipocresía de un sistema en el que la mano derecha contradice a la izquierda: las críticas a la inmigración ilegal y la existencia de un servicio de importación de extranjeros, tutelado por los servicios secretos para controlar a posibles terroristas, forman parte del mismo entramado. La institución militar es caldo de cultivo para abusos y violaciones, sus estructuras arcaicas fomentan la actuación acrítica de sus miembros y el establecimiento de conexiones con organizaciones externas capitaneadas por antiguos mandos, ahora dedicadas a negocios poco respetables. La clase política, sometida a una castrante disciplina de partido, no queda mejor parada (ese cierre de filas se observa, también, en el estamento religioso). Hare trata de ofrecer una visión global de una sociedad hipócrita, al tiempo que hace equilibrios dramatúrgicos para mantener la tensión de un caso cuya resolución depende, únicamente, de la confesión de uno de los personajes (como funambulista, Hare demuestra tener no pocas dotes).
Por su parte, Clarkson ilustra con solvencia el libreto del guionista de Negación (Mick Jackson, 2016) y deja algunos detalles interesantes dentro de una puesta en escena marcada por el academicismo. Ahí están los destellos que suponen el plano secuencia durante la escena del crimen del primer capítulo o esa sucesión de planos y contraplanos del episodio final, en el que la agente Gilespie y su interlocutor aparecen encajonados en un lado del encuadre, cubierto en su mayor parte por una mancha informe de color en la que Clarkson convierte los cuerpos de los conversadores, como si, a pesar de haber resuelto el caso, ese sistema tan difícil de acotar siguiera aplastándolos, ejerciendo su dominio sobre ellos.
Para terminar, y como curiosidad, el personaje que interpreta una soberbia Carey Mulligan (una ex saltadora de pértiga reconvertida en policía) se suma a esa lista de deportistas de élite caídas en desgracia por una lesión (la Molly Bloom de Molly’s Game) o por su mala cabeza (la Tonya Harding de Yo, Tonya) . Por cierto, de nuevo una mujer en el centro de la ficción. Una mujer embarazada capaz de estar varios días sin ir a casa a dormir porque quiere hacer bien su trabajo y sin que ello sea observado como un rasgo negativo (más bien es una demostración de tesón e independencia). En resumen, una mini-serie sólida, crítica y contundente.