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Gimel (Asaf Machnes & Miki Formchenko, 2018)[/caption]

Tragarse una sección oficial de webseries es como iniciarse en las drogas. Si he utilizado el verbo tragar, habitualmente entendido desde su acepción peyorativa, es porque es el que suele acompañar al sustantivo pastillas. Y es que esa es la sensación que uno experimenta frente a una competición de este estilo, la de estar engullendo pequeñas píldoras a la espera de ver qué efectos producen en nuestro organismo y comprobar cuál es la que nos genera mayor satisfacción para decidir si seguimos alargando ese viaje o si, por el contrario, le decimos a nuestro dealer-touroperador que la visita fue poco agradable y que preferimos destinos más estimulantes.

Valorar la docena de producciones de series internáuticas que pasaron por un certamen como Cinema Jove que, quizá en virtud de la eterna juventud que proclama su nombre, es cada vez más aperturista, tiene algo de temerario, puesto que apenas pudimos ver el arranque de cada una de ellas -entre 1 y 3 capítulos en función de su duración- y aventurar un análisis a partir de tan poco material nos conducirá casi irremediablemente a conclusiones demasiado parciales y casi seguro erróneas. Es por eso por lo que, sin dejar de lado el rigor, creo que puede ser más provechoso valorar cada webserie en términos de adicción; es decir, de las que vimos, ¿de cuáles queremos más? ¿por qué queremos más?

Nemasus (Quentin Uriel, 2018), topónimo latino de Nimes, es una comedia turística servida en cápsulas de 5 minutos que narra la historia de Ben, el conductor del trenecito que pasea a los visitantes por la bella ciudad del midi francés. Tras su propia fiesta de cumpleaños, en la que la monotonía, el estancamiento y la inmadurez dibujan un horizonte de expectativas menos alentador que la lectura de los posos del café de Ned Stark, el pobre Ben atropella a un señor que resulta ser un gladiador romano que ha viajado en el tiempo. Webserie en la que el folleto promocional -Nimes, patrimonio de la Unesco- y una herencia arqueológica en perfecto estado de revista se cruzan con Los visitantes (Jean-Marie Porié, 1993) no pasa de ser una gracieta cachonda a la que el cartón publicitario se le ve demasiado.

Más breve aún -apenas dos minutos por episodio, aunque esa duración no es unitaria- es la chilena Recursos Humanos (Cristóbal Ross, 2017) que, sin embargo, aprovecha las eventualidades que ocurren en una oficina en la que nadie parece trabajar para señalar las particularidades de esta generación millennial que manifiesta una preocupante incapacidad para salvarse de sí misma. Aunque han diseñado una app de reciclaje para tratar de solventar el problema que su país tiene con la basura, no se les ve dedicarle ni un minuto a su creación. Todas sus preocupaciones giran en torno a las facetas exteriores de su personalidad: un incidente trivial cuyas consecuencias se manipulan en función del interlocutor, una actitud machista revertida para inmediatamente ser capturada con el smartphone, ... Una brevísima sitcom de consumo aún más rápido y puede que de recuerdo aún más fugaz.

La española Alone, de Juanma Juárez, se la juega con un planteamiento apocalíptico que no puede compensar unas debilidades de producción que en la era del low-cost exigen mayor inventiva. Ni el montaje confuso que desordena una trama muy sencilla para transformarla en el intrincado laberinto de historias cruzadas que no es, ni su premisa inicial -un virus ha aniquilado al 95% de la población- sirven para sostener un piloto de 20 minutos cuyas carencias técnicas y narrativas revelan un amateurismo al que no le basta con el entusiasmo para encontrar una traducción satisfactoria en imágenes.

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Tous Zombies (Dimtri Koutchine, 2017)[/caption]

Tous Zombies (Dimtri Koutchine, 2017) es una de las piezas más interesantes vistas en la Sección Oficial de webseries de esta 33ª edición de Cinema Jove. Este documental, que analiza el ascenso de la figura del ‘muerto viviente’ en la cultura pop, parte de una entrevista a Jared Kushner, asesor de Donald Trump, en la que cita a The Walking Dead como fuente de inspiración política (¡). Su vocación didáctica e historiográfica, el testimonio fundamental del padre del género, el tristemente fallecido George A. Romero, y la inclusión de especialistas y críticos entre los entrevistados, la convierten en una webserie de consulta muy estimable. Además, ahonda en reflexiones interesantes como la intención del autor y las posibilidades de lectura: Romero jamás se planteó que The Night of the Living Dead fuera una película sobre el racismo, aun cuando la propia Cahiers de Cinéma señaló esa dirección; la muerte de Martin Luther King le convenció de que, efectivamente y aún sin ser consciente hecho, su película hablaba de la discriminación racial.

La australiana Jade of Death (Erin Good, 2018) plantea un duelo paranormal entre una joven que explota su capacidad para adivinar cuándo y cómo morirán las personas en una barraca de feria y un devorador de almas que parece extraído de una novela de Stephen King (traje gris, sombrero, bastón). Su forzada estética -contrapicados, angulaciones forzadas, luces rojas, actuaciones muy marcadas- la convierte en un consciente ejercicio de género al que no le basta con el piloto para adivinar si detrás del maquillaje hay un rostro verdaderamente terrorífico.

This is Desmondo Ray (Steve Baker, 2017) es una celebración de la alteridad y una reivindicación de la inocencia. Aunque igual, emplear celebración es ser muy optimistas. Serie de animación protagonizada por un señor orondo de piernas raquíticas que trabaja recogiendo bolas en el interior del estanque de un campo de golf, This is Desmondo Ray habla, empleando un tono tan atractivo como difícil de definir, sobre la necesidad de aceptación en un mundo en el que lo diferentes solo es apreciado como espectáculo. Prolija en recursos -imagen real, vídeos- la serie de Steve Baker da una medida de las posibilidades que ofrece el formato. A seguir.

La alemana Lampenfieber (Anna F. Kohlschütter, 2017), cuyo título podría traducirse como ‘miedo escénico’, se centra en las vicisitudes de los componentes de una compañía de teatro. Su veta queer y la exploración de las relaciones personales y profesionales que se forjan entre todos los miembros del grupo abusa de las casualidades -el coche que no arranca en el piloto y que se pone en marcha al final del capítulo sin que nadie le haya hecho nada- para forzar los encuentros y desencuentros de unos personajes marcados por la inseguridad y la incertidumbre.

Hotel Romanov (Gastón Armagno, 2018) es una comedia excéntrica en la que dos amigas y el primo de una de ellas ganan una estadía en un hotel de lujo decadente habitado por unos trabajadores que estarían mejor como huéspedes de un frenopático que como botones o recepcionistas. Este sainete extravagante necesita algo más que el piloto para saber si su alocado arranque deriva en psychotrhiller bufo o en vodevil obsesivo-compulsivo.

La que no necesita más minutos para explicarse es la israelí Gimel (Asaf Machnes & Miki Formchenko, 2018), nombre que se le da a los días de permiso obtenidos por los jóvenes que realizan el servicio militar en Israel. Para quien esto firma, esta es la serie más vibrante y con más sustancia de cuantas pasaron por Cinema Jove.  A partir de la voz en off de soldados israelíes que se autolesionaron para obtener días libres, Gimel recrea con actores esos episodios lesivos. Webserie punk -ojo al uso de la música- en la que la propia agresión se emplea para renegar de la pedagogía de la coerción impuesta por el estado, la creación de Machnes y Formchenko no deja de ser una performance sobre el absurdo de la violencia. Un cañón.

Sobre Dorien (Kiko & Javier Prada, 207) ya hablamos en el post dedicado a Carballo Interplay, así que saltemos a la uruguaya Jingleros (Pablo Levy, 2017) en la que dos músicos publicitarios crean jingles para anuncios: cada episodio un producto y un tema. En el piloto: whiskids. Sí amigos, güisqui para niños, whisky sin alcohol y un zorro animado como prota del spot. Irreverencia total, las incoherencias de la sociedad de consumo en versión dibujitos y niños potando en el aula (o el Scotch tenía alcohol o la indigestión es de aúpa: eso sí, el zorro parece que acabe de salir de la fiesta de cúmplenos de Charlie Sheen).

La vena freak también se explota en Asänsor (Bora Omeroglu, 2017) la historia de un bebé con bigote (?) criado en el interior de un ascensor por un superhéroe que parece Batman con artrosis. Con una estética que por momentos puede recordar al dúo Jeunet-Caro, esta comedia turca está entre la explosión estrambótica y la filigrana técnica sin que ello mitigue una sensación de dejà-vu.

Más comedida es Homesick (Pat Guiguere & Benjamin Dujardin, 2017), otra comedia -el género más tocado- esta vez basada en una historia real de un estadounidense entre entrañable y atontado que viaja a Londres y se aloja en casa de una mujer y su hija de 9 años. No les he contado que la propietaria tiene cáncer y está en pleno vía crucis quimioterapéutico y que la hija -espléndida Elise Lall Rothera- es más espabilada que Putin jugando al Risk. Tierna sin dejar de ser dura.

Y, por último, High Life (Luke Eve, 2017), la ganadora del Web Series Wolrd Cup, en la que Odessa Young (que me recuerda mucho a la Jodie Comer de Killing Eve) interpreta a una brillante joven en su último año de instituto. Brillante hasta que su mente empieza a mostrar síntomas de desequilibrio. Su mente y la planificación: Eve emplea, por ejemplo, la tapa de un piano para mostrar esa personalidad escindida a partir del reflejo. Las excursiones narrativas continuadas huyendo de la realidad, para confeccionar una serie tremendamente adictiva y con una factura impecable, son la otra marca de la casa.

En conclusión, Cinema Jove refuerza su apuesta por las nuevas creaciones, sumando a una Sección Oficial de largometrajes y a otra amplísima selección de cortos, no solo las webseries, sino otros formatos y otras narrativas que, actualmente, conviven y compiten con los formatos otrora dominantes. Ahí destacó, por ejemplo, el encuentro Digital Jove en el que se abordaron temas como la robótica y el cine, el diseño narrativo interactivo y las experiencias multiplataforma, el teatro experiencial, la narrativa transmedia, realidad virtual y realidad aumentada… Un repaso a los caminos que se abren en el campo de un audiovisual en el que nuevas formas, alentadas por los cambios tecnológicos, se injertan en los canales tradicionales dando lugar a especímenes híbridos. El certamen valenciano, especialmente sensible con las mutaciones que se producen en el sector, sirvió para tomarle el pulso al presente y aventurar por donde puede ir el futuro. Con esa mentalidad programática, Cinema Jove aspira a ser el Dorian Gray de los festivales.