En plan serie por Enric Albero

Soy un cornudo

24 agosto, 2018 11:55

[caption id="attachment_837" width="560"]

Emmet Byrne y Amy Huberman en Striking Out[/caption]

Me gustaría que no fuerais muchos los que hayáis pasado por ESE momento. Me refiero al instante en el que un fogonazo alumbra la conciencia y disipa la niebla que emborronaba nuestra percepción, ese segundo en el que una infidelidad que no figuraba en ninguna de tus quinielas te es revelada como el reverso tenebroso del pleno al 15. Y te sientes traicionado como si aquello fuera el final de Perdidos, engañado como si Paco Martínez Soria apareciera en un capítulo de El Ala Oeste de la Casa Blanca, desamparado como un guionista de series en una entrega de premios. Hoy toca hablar de esa gente –de ustedes, de mí– que no se puede poner un Panamá en verano ni gorro en invierno, de las mujeres y hombres que, en casos extremos, se han torturado con canciones de Maná para profundizar en sus vínculos con la soledad y el desamor, de esos seres humanos desconsolados e inconsolables que, una botella de DYC después, cantan boleros a lo Lucho Gatica (si a Lucho Gatica le hubieran serrado las cuerdas vocales).

Striking Out

Tara Rafferty (Amy Huberman) está celebrando su despedida de soltera. Ya saben, alcohol, penes como cirios pascuales en la cabeza y charlas con más decibelios que interés. Sobrepasada según qué hora, ese tipo de fiestas son desaconsejables para una madre, así que Tara acompaña a la suya (Ingrid Craigie) a por un taxi. Y ahí, mientras la ve partir, un arrebato pasional la invade y, sin pensárselo dos veces, se va a ver a su prometido. Cuando llega a casa, el fiancé no está durmiendo a pierna suelta, ni en pijama y pantuflas viendo Love Actually. Cuando Tara llega a casa, su futuro marido está siendo cabalgado por una morena que está a punto de cruzar la meta de la versión sexual del derby de Ascot.

Y todo salta por los aires. Porque el mozo, Eric (Rory Keenan), no es cualquiera. Es el hijo del propietario de uno de los despachos de abogados más importantes de Dublín. Bufete en el que, para más inri, Tara trabaja. Así que, de buenas a primeras, esta letrada irlandesa por la que es imposible no sentir simpatía se queda compuesta, sin novio y sin curro. Porque, como ya habrán adivinado, estamos ante un drama legal en el que la cornamenta es el pretexto para que la protagonista arranque desde cero, improvisando una oficina en la trastienda de un café y formando un equipo en el que figuran el defendido de su primer caso en solitario –Ray Lamont (Emmet Byrne), un joven desarraigado al que la vida le ha tratado como a un saco de boxeo– y una investigadora que parece una Lisbeth Salander lo-fi –Meg (Fiona O’Shaughnessy)– y en el que también colabora Vincent Pike (Neil Morrissey), antiguo mentor de Tara.

La primera temporada, emitida en España por Sundance TV, consta de cuatro capítulos. Su estructura está formada por un caso principal que se resuelve en cada episodio y por otros asuntos –legales o no– que atraviesan todo el arco argumental de la serie. A saber: la cuestión romántica, con Eric tratando de recuperar a Tara por todos los medios (lo que implica la colaboración a todos los niveles de su poderosa familia y de la que hubiera sido su suegra); un caso transversal, una comisión de investigación que preside Pike sobre irregularidades en los costes de un hospital; y los problemas de Roy con la justicia después de ser juzgado por seguir cobrando los cheques del subsidio de su padre adoptivo después de que este falleciera.

Aunque muchos la han calificado como la versión irish de The Good Wife –y los parecidos están ahí– Striking Out apuesta por contenciosos no tan fuertemente ligados al statu quo del país (no hay tanta voluntad de ajustar cuentas con el entorno o la coyuntura actual). Eso sí, no por ello los casos tienen menos interés: una herencia, la bigamia o la retirada de la custodia de un hijo a unos padres con problemas con las drogas están lejos de las parábolas sobre Google o el bitcoin que aparecían en la serie de los King, pero no carecen de los retruécanos legales y los giros inesperados propios del género.

[caption id="attachment_838" width="560"]
El elenco principal de Striking Out[/caption]

Tal vez por eso, ese intento por ‘glamurizar’ Dublín cuando los asuntos tratados son, digámoslo así, prosaicos, no termina de entenderse. La capital irlandesa parece Almería en agosto, con un sol que restalla contra el río Liffey. Un Dublín que cambia su atmósfera grisácea por una luz cegadora, la cerveza por el café latte y el whisky por el vino es, lo quieran o no, menos Dublín (pienso en el Quirke de John Banville/Benjamin Black y parecen mundos con climatologías opuestas). Eso sí, los turoperadores pueden hacer capturas de pantalla de los fotogramas de Striking Out para sus folletos, aunque a la vuelta más de un cliente se los estampe en la cabeza.

La teleficción creada por James Phelan no supone ninguna revolución, pero es entretenimiento solvente. Lo más interesante, unos personajes cuyas relaciones se apartan de cualquier convención: la homosexualidad de Roy no responde a ningún cliché, Pike es un prestigioso abogado que se niega a aceptar que su mujer lo ha abandonado y Meg trabaja como una mula al tiempo que cuida de sus hijos… Y luego está esa visión de la élite irlandesa representada por la familia política de Tara, gente convencida de que la posición es lo único que importa y que está dispuesta a enrocarse en su baldosa de privilegio cueste lo cueste. Hombres y mujeres que justifican una infidelidad o una prevaricación porque, chico, desde lo alto de la pirámide las vistas son mucho mejores.

Desde un punto de vista formal, a pesar de que su factura no rebasa la barrera de la corrección, hay alguna que otra secuencia interesante. En alguna ocasión se emplea de manera notable el plano y el contraplano, rompiendo con la habitual monotonía que suele acompañar a este recurso. En el episodio piloto, en el momento en que Tara visita a sus padres y hablan sobre la situación en la que se encuentra después de la infidelidad cometida por su prometido, Lisa James Larsson, que dirige todos los episodios, hace que la madre jamás comparta encuadre con Tara y su padre (Nick Dunning), una manera sencilla y efectiva de demostrar a través del emplazamiento de la cámara y del montaje que ocupan posiciones distintas respecto al tema que tratan. No hace falta que los diálogos incidan en esa división de opiniones, puesto que la propia imagen ya la explica. La secuencia termina con el padre y la hija abrazándose en el exterior de la casa y reencuadrados por la puerta de entrada, bañados en luz, y con la madre, oscurecida en el interior, observándolos.

Por cierto, el pasado domingo 19 de agosto, Sundance TV emitió el primer episodio de la segunda entrega de la serie. El resto de los capítulos –6 esta vez– se podrán ver durante las próximas semanas. Stay tuned.

Who Is America?

¿Y si, en lugar de a alguien, los cuernos se los ponen a todo un país? ¿Acaso la elección de Trump no es una infidelidad a los valores norteamericanos? En los créditos de Who is America?, la serie de Showtime que emite en España Movistar+, aparecen JFK o Reagan ofreciendo grandes discursos para que, justo al final, emerja la figura del actual presidente emitiendo sonidos guturales: ¿no estamos, pues, ante la imposición de unos cuernos como el monte Rushmore a una manera de entender la política y las instituciones?

Para que la gente alcance ese “instante en el que un fogonazo alumbra la conciencia y disipa la niebla que emborronaba (su) percepción” –fin de la autocita– Sacha Baron Cohen (Borat, Ali G) crea e interpreta a cinco personajes, a cual más estrafalario, para hacerles ver a los buenos estadounidenses que les están poniendo los cuernos, que son incapaces de ver la realidad que tienen delante. Mezclando la entrevista, el documental, el reality show y la sátira –y construyendo lo que podría ser un flujo televisivo en el que diferentes programas se suceden– el protagonista de El dictador (Larry Charles, 2012) va desmontando las falsedades que han elevado a Trump a la categoría de comandante en jefe del ejército de USA.

Los que conocen la obra de Baron Cohen saben que es un cómico que no se achanta, que hace honor a esa categoría –la de cómico– porque va directo a la yugular del poder. En Who is America? ya ha logrado que el congresista republicano del estado de Georgia, Jason Spencer, dimita. Caracterizado como el sargento israelí Erran Morad logró que el congresista se bajara los pantalones hasta los tobillos y, en un ejercicio de entrenamiento para detener a yihadistas, le atacara a golpe de culo (cuando tocas a uno de estos terroristas con tus posaderas, se convierte en homosexual…). También hizo que varios congresistas se mostraran partidarios de crear un programa para armar a niños de tres años. Nada más que añadir.

[caption id="attachment_839" width="560"]
Sacha Baron Cohen consigue que Philip Van Cleave, presidente de Virginia Citizens Defense League, enseñe a los niños cómo disparar[/caption]

Bueno, sí: disfrazado de Nira Cain-N’Degeocello monta una reunión en un depauperado y ultraconservador pueblo de la América profunda y propone construir una mezquita para solucionar los problemas económicos. Se pone en la piel del exconvicto Rick Sherman para ridiculizar el mundo del arte: hace que una galerista se recorte pelos púbicos y se los preste para que complete su pincel. O se viste de Gio Monaldo, un fotógrafo de moda italiano, para poner a parir al mundo del famoseo.

Con todo, los mejores momentos llegan cuando se enfrenta a los pesos pesados: Donald Rumsfeld, antiguo Secretario de Defensa, le firma un instrumento de tortura de los que se utilizaron en Guantánamo; utilizando tretas dramáticas le dice a Roy Moore, senador por Alabama acusado de agresión sexual a menores, que es un pedófilo y un violador; saca de sus casillas al candidato demócrata Bernie Sanders con el asunto de las fake news o descoloca a Corey Lewandowski, director de campaña de Trump.

Baron Cohen se expone –y se juega el pellejo– y huye del riesgo controlado y, como los mejores documentalistas, alcanza un grado de confianza tal con los entrevistados que los lleva a cometer toda suerte de locuras delante de una cámara (por los emplazamientos y el montaje parece imposible que sean cámaras ocultas). Aquí, el engaño me parece más que justificado: si no son capaces de darse cuenta de hasta qué punto se ponen en evidencia, tienen un serio problema (tenemos, puesto que aparecen no pocos políticos a los que gente corriente como usted y como yo ha votado).

Tal vez, el exceso de personajes y de temas le reste unidad, y su gusto por las bromas de corte sexual pueden hacer que parte del público se aleje de una de las propuestas más rompedoras y relevantes de la comedia reciente. Porque sí, esto es un descojono. Aunque te ponga los pelos de punta. Un consejo: no la vean en un tren, es probable que en alguna de las estaciones dos señores vestidos de blanco les regalen una camisa con mangas XXL y se los lleven de vacaciones a una habitación mullida y sin vistas.

Por cierto, les anuncio que el blog cierra por vacaciones durante un par de semanas. Sé que sabrán vivir sin él y doy casi por sentado que el tiempo que emplean leyéndolo lo aprovecharán mucho mejor tomándose unas cuantas cañas en el bar, charlando con sus amigos o discutiendo con sus familiares (tres de los deportes que más se practican en verano). Nos leemos el 14 de septiembre.

Image: Bernstein a los 100. A la excelencia por el eclecticismo

Bernstein a los 100. A la excelencia por el eclecticismo

Anterior

Dos que sí entienden de humor

Siguiente