Las mejores series de 2019
'Succession', 'Mindhunter' y 'Fleabag' escalan a lo más alto en un año en el que el nivel de las producciones nacionales ha ido de menos a más
Fuera de categoría: Too Old to Die Young
Nicolas Winding Refn & Ed Brubaker
El estreno The Irishman (Martin Scorsese, 2019) en Netflix puso de manifiesto las dificultades que encuentran buena parte de los espectadores actuales a la hora de enfrentarse a una película de una duración extensa. Los 209 minutos del filme del director de Toro salvaje (1980) han supuesto un muro infranqueable para determinado público y, tras su emisión, no tardó en aparecer en los medios una guía para ver el largometraje como si de una serie de televisión se tratara. El auge del consumo on demand y la elevación de las teleseries al primer escalón del pódium del entretenimiento, unido a un consumo cada vez más fragmentario y más rápido del contenido (más voraz, diría yo), han llevado a planteamientos que hubieran sonado a sacrilegio cuando el cineasta italoamericano estrenó Casino (1995 y 176 minutos) o, para no irnos tan lejos, El aviador (2004 y 166 minutos). Por eso, ahora que surgen estos debates, una serie como Too Old to Die Young es tan importante, porque propone una aproximación a la ficción serial televisiva radicalmente distinta a la corriente dominante.
El narcothriller coescrito por el guionista Ed Brubaker (léanse, si no lo han hecho, sus cómics ‘Criminal’ o ‘Fatale’) y filmado por ese enfant terrible del cine moderno que es Nicolas Winding Refn impone una manera alternativa de ver televisión. En primer lugar, porque, deliberadamente, congela el tiempo de la narración y ralentiza la acción. Esa operación, exasperante para muchos, nos obliga a fijarnos en otros aspectos relacionados con la puesta en escena como el uso del color, la composición de los encuadres o el por qué de la repetición de determinados movimientos de cámara (los paneos a derecha e izquierda). El realizador danés alarga intencionadamente el tiempo de los planos -entra siempre en las secuencias antes de que empiecen y sale de ellas mucho tiempo después de que hayan acabado- destrozando las convenciones de un género que pide trepidación y que aquí solo encuentra pausa. Cuando en las secuencias ya no queda trama por leer, Winding Refn nos fuerza a ver qué hay en y detrás de sus imágenes, de ahí que Too Old to Die Young juegue continuamente con la temporalidad y con nuestra ansiedad: los capítulos pueden ser vistos como largometrajes aislados aunque exista continuidad entre ellos; la duración de la serie es prácticamente inasumible para un espectador habituado a las series (¿si no se aguantan 209 minutos de Scorsese como se van a soportar los 751 de NWR y más con ese ritmo?) y los episodios jamás duran lo mismo (van de los 30 minutos a los 96). Es una serie tan incómoda como la cama de un faquir y eso, amigas y amigos, agita el pensamiento (o, al menos, debería).
De todos modos, en mi opinión, lo más importante de este thriller que subvierte los tempos propios de la serialidad contemporánea, plagado de interpretaciones robóticas y en el que se ofrece una relectura de la estética fronteriza (presente en propuestas anteriores como Breaking Bad) para hablar, entre otras cosas, sobre el fascismo enquistado en la sociedad norteamericana, amén de seguir profundizando en la relación entre violencia y mirada tan presente en el cine de NWR; lo más importante de Too Old To Die Young, decía, es comprobar cómo esa temporalidad pausada que funciona como un extintor que apaga la presunta obligatoriedad de las series a quemar trama, también se observa, de manera menos provocadora pero igualmente relevante, en otras teleficciones como Creedme (Ayelet Waldman, Susannah Grant & Michael Chabon) -sobre todo en sus dos primeros episodios (esta serie debería estar en este top y no está)- Mindhunter (hasta el capítulo 2.05), la tercera temporada de True Detective o Barry, señales fugaces pero inequívocas de que otras maneras de abordar la serialidad son posibles.
1. Succession. Temporada 2
Jesse Armstrong
Lo difícil no es llegar, es mantenerse. Y la segunda temporada de Succession es un prodigio de continuidad bien entendida. El emporio de la familia Roy está al borde del colapso. El patriarca, Logan Roy (Brian Cox) no sabe si vender o huir hacia adelante a lo Artur Mas. Opta por la vía del crecimiento y eso hace que la rivalidad entre sus hijos aumente para ver quién se queda con el pastel y les mete las velas en los ojos a sus hermanos (todo ello sin olvidar a los tiburones que nadan en el mar de la macroeconomía y han olido la sangre). Vibrante, enfermiza, soez, dialogada por un doctorado en retranca y dirigida por un arquitecto cocainómano con síndrome de abstinencia, Succession es lo mejor que me ha pasado este año: razón aquí. Lo del guionista con mala baba y lo de las adicciones asociadas a la realización de la serie lo entenderéis cuando pinchéis donde pone aquí.
2. Mindhunter. Temporada 2
Joe Penhall
Como ya expuse en su momento, prefiero el primer segmento de esta segunda temporada a la parte final, pero el trabajo de David Fincher y de Andrew Dominik en las labores de dirección me parece tan relevante que su presencia en este top es indiscutible. Hasta su quinto episodio, la teleserie de Netflix es capaz de combinar una puesta en escena heredada del clasicismo cinematográfico más depurado -v.g. la entrevista de los detectives Bill Tench (Holt McCallany) y Holden Ford (Jonathan Groff) con Charles Manson (Damon Herriman)- con un sentido del tiempo propio del cine de la modernidad (y contrario al ritmo que predomina en las series de televisión) en el que lo importante es tomar conciencia de la duración de las cosas, reparar en lo que está sucediendo ante nuestros ojos -y en cómo nos lo cuentan- y no estar pendientes de lo que vendrá a continuación. Recuperamos aquí el análisis de esta segunda temporada.
3. Fleabag. Temporada 2
Phoebe Waller-Bridge
Sí, Fleabag es una comedia mayúscula. Sí, Fleabag refleja las angustias del presente como casi ninguna otra serie (desde la risa… bueno, al final no hay tanta risa). Sí, Fleabag es de una complejidad tal que las cuestiones relativas al feminismo, a la familia o al sistema económico se interrelacionan hasta ser indisociables. Sí, Fleabag es corrosiva porque habla sin tapujos de deseo, sexualidad o muerte y lo hace colocando a sus personajes en las situaciones menos favorables que uno pueda imaginar: que la prota tiene la libido más alta que el índice de azúcar de la fábrica de Haribo, pues que se pirre por un curita cañón y la satisfacción de esa pulsión vaya de la imposibilidad al pecado (aunque sea del otro) y la culpa compartida. Sí, Fleabag es un greatest hits de la interpretación contemporánea (la Colman es el colmo). Y sí, Phoebe Waller Bridge, factótum de la serie (guionista, productora y protagonista) es como beberse una botella de Bollinger a morro dejando que las burbujas te salgan hasta por las orejas: es tan buena que quieres empacharte. Y, sin embargo, todo esto no es lo que más me gusta de Fleabag. Lo molón de esta serie que emite Amazon Prime Video es algo tan viejo como el teatro épico y no es otra cosa que la ruptura de la cuarta pared, la apelación directa de la protagonista -pero sólo de la protagonista- a los espectadores. Esas miradas directas a cámara y el intento de un diálogo imposible con el público, ya presente en la primera temporada, no solo construyen un discurso sobre la distancia entre creador y audiencia sino que, en el momento en el que el párroco interpretado por Andrew Scott percibe que ella se dirige a alguien que está fuera de la ficción, nos atrapa aún más porque quiebra el pacto que los espectadores habíamos establecido con Fleabag: éramos sus psicólogos, sus confesores, los únicos que teníamos acceso a sus secretos y a los que nadie nos podía pedir cuentas por ello, estábamos a salvo. La ficción toma conciencia de un espectador que ve sobrepasado el perímetro de seguridad que la propia serie había delimitado y eso hace que el dolor sea más punzante, que esa soledad final sea contagiosa y los ojos se nos llenen de colirio natural.
4. Watchmen
Damon Lindelof
Uno de mis propósitos para 2020 -en concreto, para enero de 2020- es escribir un post sobre Watchmen. Antes he de releer el cómic original, repasar el ultimate cut de la adaptación cinematográfica que Zack Snyder firmó en 2009 y volver a ver la serie. Para hablar de esta nueva versión firmada por Damon Lindelof sé que necesitaré muchas horas y muchas páginas, así que lo único que puedo decir ahora es que el autor de The Leftovers ha realizado una maniobra astuta e inteligente que, en lugar de adaptar la obra maestra de Alan Moore y Dave Gibbons, ha consistido en armar una secuela que mantiene las constantes estilísticas del original -desde el esqueleto dramático hasta la selección musical- y que, sin romper los nexos de unión con su referente, abre nuevas posibilidades. Lindelof se permite, incluso, cambiar el sustrato temático sin renunciar a la carga de profundidad discursiva contenida en las historietas de los 80: el racismo que infecta la sociedad norteamericana y el auge de los supremacistas blancos ocupan aquí el foco, sin por ello dejar de reflexionar sobre qué papel desempeña(ría)n los superhéroes en un mundo como el actual. La serie tiene tantas capas de profundidad -desde la lectura política a la metalingüística- que les pido paciencia hasta que llegue el post. Mientras tanto, si no la han visto, no se demoren.
5. Euphoria
Sam Levinson
Una serie que se apropia de los códigos y de las herramientas comunicativas de los adolescentes de hoy en día para exponer realidades que por más ajenas que les resulten a algunos están ahí fuera. Desde un punto de vista formal, Sam Levinson tira de lirismo instagramer (las imágenes han de ser perfectas como ese mundo que tratamos de reflejar en nuestras fotos embellecidas por filtros antiarrugas), soundtrack de Spotify (esa canción que no dejamos terminar porque ya queremos escuchar la siguiente), didáctica youtuber (el inolvidable tutorial de fotopollas) y mala hostia twittera para voltearnos el cerebro. La deslumbrante estética de la producción de HBO -siempre justificada- o la manera desprejuiciada que tiene de abordar asuntos como el sexo o las adicciones dejarán ojiplático a más de uno y, sin embargo, lo importante de Euphoria es observar cómo las nuevas generaciones (y las no tan nuevas) tratan de buscar su lugar en un mundo sobreestimulado e hiperconectado en el que todo es tan efímero y la necesidad de alcanzar una plenitud sensorial continuada tan extrema que conceptos que implican cierta duración como el amor o la amistad parecen extemporáneos. La confirmación de Zendaya como algo más que un icono -su personaje y su interpretación son de los que hacen pupita-, la irrupción de actores como Hunter Schafer (¡cómo está escrito ese papel!) o Barbie Ferreira y el puñetazo que, tras la no menos brillante Nación salvaje (2018), Sam Levinson da encima de la mesa, no deberían pasar desapercibidos.
6. True Detective. Temporada 3
Nick Pizzolatto
Después de una segunda temporada por la que recibió más palos que el extra de una peli de Bud Spencer y Terence Hill, Nick Pizzolatto volvió a la carga con una tercera entrega sobresaliente en la que recuperó algunos de los recursos que tan bien le funcionaron en la tanda de episodios inaugural de True Detective: la narración multitemporal, la fotografía apagada de Germain McMicking, la música desasosegante de T Bone Burnett y Keefus Ciancia, y las dobles figuras como protagonistas, constituyen el corpus de esta historia ambientada en una pequeña localidad del estado de Arkansas en la que, allá por el año 1980, desaparecen los hermanos Will y Julie Purcell. El niño será hallado muerto horas después del inicio de la investigación y su hermana no aparecerá jamás. Sin embargo, lo más interesante no es lo que se repite sino las novedades que nos brinda esta 3T: el trabajo con la memoria, el sosegado tempo narrativo directamente relacionado con la psicología de los personajes, la importancia de las rutinas policiales y del azar y sobre todo, la capacidad para establecer un diálogo entre una narrativa de corte clásico -el crimen se resuelve- y otra contemporánea, marcada por el desencanto y la imposibilidad misma de un relato que se obceca en su propia continuidad a fin de encontrar una solución que, sin embargo, nunca llega. Todo lo que dijimos sobre ella, aquí.
7. Gomorra. Temporada 4
Leonardo Fasoli, Stefano Bises, Roberto Saviano, Ludovica Rampoldi & Giovanni Biancon
Un año más, Gomorra aparece en el top ten. La serie emitida por Sky España sigue explotando el filón de la Camorra napolitana y esta cuarta entrega narra el intento de Gennaro Savastano (Salvatore Esposito) por abandonar el mundo del hampa y ganarse la vida con los beneficios que le proporcionen sus empresas legales. La construcción de un nuevo aeropuerto en Nápoles, la entrega de Secondigliano a su sucesora Patrizia (Cristiana Dell’Anna) y sus negociaciones con la familia Levante para pacificar el territorio antes de su marcha, marcan una temporada en la que el trabajo de realización de Francesca Comencini -que dirige los cuatro primeros capítulos- indica que esta vez la violencia será más despiadada que nunca. Una de las pocas series a las que los años le sientan bien. Para más información, hagan clic.
8. The Crown. Temporada 3
Peter Morgan
No voy a extenderme con la producción premium de Netflix puesto que el análisis de The Crown data de hace un par de semanas y lo podéis degustar aquí. Es una serie que siempre me miro con el justificado recelo de quien sabe que le van a dar gato por y liebre y aún así se enfila el babero y saca los cubiertos de plata para trinchar al felino que, bien cocinado, pasa por guiso de caza. El chef Peter Morgan está cansado de practicar la receta y podría preparar el plato con los ojos cerrados. Además, le dejan ir a comprar los productos a tiendas gourmet y mercados ecológicos y los de Netflix no le piden las vueltas o le riñen si ha gastado de más en una Olivia Colman o una Helena Bonham Carter o si usa demasiados palacios para ornamentar el plato. A él le dejan hacer sus recreaciones históricas, sus diálogos con triples sentidos y sus reverencias coreografiadas por el English National Ballet y la verdad es que le sale fetén. Al final, la liebre (¿o era un gato?) te la comes. Y luego abres un oporto.
9. Veep. Temporada 7
Armando Iannucci & David Mandel
Su temporada final no ha sido la mejor, pero servidor tenía que despedir a Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfus) como se merecía. Veep es, para mí, la gran sátira política de nuestro tiempo y Armando Iannucci (y su equipo) el autor más representativo de un género al que la propia actualidad le ha comido el terreno. De hecho, en la celebración de la primera edición del festival LABdeseries, uno de los integrantes de la writer’s room de la serie, el británico Roger Drew, explicaba que, con la llegada de Donald Trump al poder, igualar el nivel de despropósitos del presidente desde la ficción era prácticamente imposible. Quizá por eso el ‘Team Iannucci’ lo dejó al final de la cuarta entrega -aunque él sigue figurando como productor ejecutivo- en manos de David Mandel (Seinfield, Larry David). Con él, la comedia de HBO se volvió aún más caustica y más soez: yo pensé que eso no era posible, pero también pensé que Trump jamás sería presidente. Mi resumen: viva el coño de Selina Meyer (es un guiño a su funeral, no vayan a pensar mal).
10. La peste. Temporada 2
Rafael Cobos
Rafael Cobos ha sabido reinventar una serie que ha mantenido los estándares de producción que la convirtieron en el buque insignia de Movistar +. La trama de inspiración detectivesca, el rastreo del origen de una corrupción endémica e imparable -aquí representada por la Garduña, una organización criminal infiltrada en todas las capas de la sociedad-, la estética de raíz pictórica y el juego con los espacios que configuran la ciudad (el subsuelo, los tejados) son una prolongación de las constantes que ya aparecían en la primera temporada, solo que ahora Cobos y su equipo han pulido más los guiones en aras de alcanzar una mayor limpidez narrativa que parece estar en consonancia con la reducción de escenas nocturnas, como si la claridad iluminara la trama y los escenarios.
En un año en el que el nivel de las producciones nacionales ha ido de menos a más, sería injusto no reseñar los otros títulos que, a juicio de este gacetillero, figuran entre lo más interesante de la cosecha. Ahí estarían En el corredor de la muerte (Ramón Campos, Gema R. Neira & Diego Sotelo), la completa y compleja revisión del caso de Pablo Ibar (Miguel Ángel Silvestre) filtrada por la siempre aguda mirada de un Carlos Marqués-Marcet que se aparta en todo momento de una puesta en escena rutinaria; Malaka (Daniel Corpas & Samuel Pinazo), ese thriller seco ambientado en la Málaga que no te venden los turoperadores; la segunda temporada de Mira lo que has hecho (Berto Romero, Rafael Barceló & Enric Pardo), un brillante ejercicio metalingüístico al servicio de la reflexión sobre el día a día de un cómico que intenta explicarse a sí mismo y Vota Juan, una descacharrante sátira política, género que tanto escasea en nuestras pantallas (lo que ven en los telediarios no es ficción) y que yo diría que nos hace hasta falta.
Extra
Aquí otras series que podrían figurar en el ranking y que se han quedado fuera porque uno tiene que elegir: Barry 2T (Alec Berg & Bill Hader), Creedme (Ayelet Waldman, Susannah Grant & Michael Chabon), Undone (Raphael Bob-Waksberg & Kate Purdy), The Virtues (Shane Meadows), Fosse/Verdon (Thomas Kail & Steven Levinson), Lo que hacemos en las sombras (Jemaine Clement), The Good Fight 3T (Michelle & Robert King), Sex Education (Laurie Nunn) e incluso Chernobyl (Craig Mazin) que, a pesar de su discutible posicionamiento ideológico, constituye una experiencia inmersiva por momentos sobrecogedora.
Y, para terminar, series que no he visto o no he terminado y que seguro que muchos de ustedes extrañan: The Deuce 3T (David Simon), Gentleman Jack (Sally Wainwright), Silicon Valley 6T (Mike Judge, John Altschuler & Dave Krinsky), The Marvelous Mrs. Maisel 3T (Amy Sherman-Palladino), Mr. Robot 4T (Sam Esmail), Marianne (Samuel Bodin), Home Ground (Johan Fasting), The Politician (Ryan Murphy, Brad Falchuk & Ian Brennan), Frontera verde (Jenny Ceballos, Mauricio Leiva-Cook & Diego Ramírez-Schrempp) o Pose 2T (Ryan Murphy, Brad Falchuk & Steven Canals), entre muchas otras.
Bonus Track
Acabo de caer en la cuenta de que The Little Drummer Girl se estrenó en España en febrero de este año, si bien salió reseñada en este blog en diciembre de 2018. Por todos los motivos explicados ya en aquel entonces, la adaptación de la novela de John Le Carré rodada por Park Chan-Wook debería estar en el top 10 de 2019. Hagamos una cosa: de las 10 series elegidas, eliminen la que menos les convenza, pongan una foto de Florence Pugh y Alexander Skarsgard en su lugar y todos contentos. La teleficción de la BBC, aunque sea de 2018, es, sin duda, de lo mejor que se ha emitido en este país en este año que está a punto de terminar. ¡Feliz 2020!