En ‘Todo o nada’, el tercero de los ocho capítulos que conforman Blinded, la miniserie sueca que Filmin estrenó el pasado 28 de enero, se establece una comparación entre el proceder del departamento de operaciones del ST-Banken y la partida de póker clandestina en la que el máximo responsable de mover el dinero de uno de los bancos más importantes de Suecia, Henrik Beijer (Oskar Thunberg), participa la noche anterior. Un montaje paralelo suturará dos secuencias que comparten diversos elementos: Henrik espera al resto de su equipo en la sala de operaciones con la música electrónica a todo volumen y las gafas de sol puestas para ocultar unas pupilas del tamaño de dos galletas Oreo. Está de subidón porque sabe cuáles serán las fluctuaciones del mercado y cómo debe ‘jugar’ con el dinero del banco para aumentar los dividendos. Está tan seguro, que no duda en superar el límite de gasto que le ha fijado su Director Ejecutivo ni en invertirlo todo de golpe al grito de “¡all in!”. Esa secuencia se intercala con la correspondiente a la velada previa, en la que Henrik solicita un aumento de crédito en un casino tan legal como un caramelo de metanfetamina para poder seguir apostando. Hardstyle, drogas y juego recorren los dos momentos como un fluido lisérgico, un compuesto irresistible de triunfo y placer (el uso de la música electrónica es uno de los grandes recursos de la serie para mantenernos en tensión). La partida terminará con Henrik desplumando a su rival y la inversión milmillonaria coincidirá con la esperada subida de tipos de interés por parte del Banco Central Europeo. Solo existe una diferencia entre esos dos cierres. Henrik arrasa en el póker porque está conchabado con la croupier; esto es, controla todos los factores del juego. Tener bajo supervisión la totalidad de los mercados y los elementos que influyen en sus movimientos es algo más complicado y la repentina aprobación de una reforma fiscal en Estados Unidos convertirá lo que iba a ser una exitosa inversión en una pérdida de capitales que desencadenará un efecto dominó de funestas consecuencias (no es casual que ese sea el motivo visual utilizado en el genérico mientras suena la versión que la joven cantante sueca Grant ha hecho del ‘Let’s face the music and dance’ de Irving Berlin. Recuerden como empieza: “there will trouble ahead”). Esta secuencia de montaje es quizá el mayor exponente de una serie que gana enteros cuando recurre a mecanismos que tensionan la acción -aquí una cuenta atrás, en el episodio final un ‘salvamento en el último segundo’- que cuando se deja llevar por el drama romántico.  

En Blinded veremos que, en la banca como en el juego no gana el que mejor mano tiene sino el que esconde ases en la manga. La teleficción nórdica muestra, además, un patrón adictivo de raíz politoxicomaníaca en el que el consumo compulsivo de estupefacientes se combina con la necesidad de dosis continuadas de adrenalina que exigen una frecuencia cada vez mayor y que guardan una relación directa con la profesión que desarrolla Beijer. Mientras veía la secuencia descrita en el párrafo anterior no pude evitar recordar una cita de Mi año de descanso y relajación de Ottessa Moshfegh (sacada de un tuit de la filósofa Elizabeth Duval): “El mundo artístico era como la bolsa: un reflejo de tendencias políticas y de las persuasiones del capitalismo, alimentado por la avaricia y el chismorreo y la cocaína”. En Blinded el axioma “greed is good” es un mandamiento insoslayable y las similitudes que Moshfegh observa entre la esfera financiera y la artística son indicativas de la infiltración de las prácticas neoliberales en todos los niveles. De hecho, en la teleserie sueca las drogas, el juego y el sexo han perdido su carácter recreativo para convertirse en una suerte de activo intangible, equiparándose a conceptos como acumulación de capitales o aumento de beneficios. En un modelo económico basado en el crecimiento, el valor está en el acopio: no basta con tener mucho dinero, hay que tener más; no basta con tener beneficios, hay que duplicarlos; no basta con ganar una mano de póker, hay que hacer saltar la banca; no basta con echar un polvo, hay que encadenar orgías; no basta con meterse una raya, hay que ser Tony Montana. Y así hasta la implosión final.

Blinded - Promo | Filmin

Pero no nos desviemos. Blinded es la adaptación de la novela homónima escrita por Caroline Neurath e inspirada en hechos reales cuya génesis brota de la relación sentimental en la que se enredan Bea Farkas (Julia Ragnarsson), periodista de la sección de economía del diario Dagbladet, y Peder Rooth (Matias Varela), Director Ejecutivo del ST-Banken. En el primer episodio, ‘Q3’, Farkas nos es descrita como un desastre doméstico, una tipa decidida y una reportera intuitiva, preparada y con recursos. La caracterización de Julia Ragnarsson -rubia oxigenada, cejas negras, ojos azules, ropa colorista, preferencia por los estampados felinos, botines plateados- unida a ese empuje vital que mezcla la inconsciencia, el convencimiento y el compromiso militante propio de su edad, la convierten en un personaje arrebatador, de los que cuesta despegar de la retina (no es Lisbeth Salander, pero casi).

Rooth es un modelo de éxito. Matias Varela le presta su particular atractivo -su mirada anfibia, esos trapecios de transportista de pianos, el porte decidido- a un self-made man que ha llegado al segundo escalón de la pirámide financiera a base de esfuerzo. Un estratega habilidoso cuya retorcida retórica podría convencer a Karl Marx de los beneficios que comporta firmar una hipoteca a cincuenta años. El CEO del ST-Banken es un paradigma del triunfo: si hubiera un ‘Action Man’ banquero sería él. Esposa de portada de revista del corazón, casa de portada de revista de decoración, hijos de portada de folleto promocional de Tommy Hilfiger y el Maserati que ocupó las páginas centrales del número más celebrado de Autobild nos valen para componer una biografía superficial del sujeto. Pero, como ya hemos dicho antes, todo no es suficiente, así que Rooth inicia una relación volcánica con Bea Farkas y Estocolmo parece Sevilla en agosto. Peder va tan encendido que sale a la calle de noche, nevando, en camisa y americana, como si fuera de Bilbao o un señor de Burgos que visita Málaga en cualquier época del año. Eso sí, ojito a los expertos en corte y confección que han vestido a los gerifaltes del establishment: da rabia que aún no se haya puesto en marcha esa app que nos permitirá comprar ipso facto la ropa de los actores; o sea, como ‘El armario de la tele’ pero en cool, para que en lugar de pujar por los chalecos de punto de Antonio Recio puedas gastarte la pasta en el abrigo de pañete de Peder Rooth o en los jerséis de Succession. Total, que Rooth puede mantener su doble vida sin demasiados problemas y Bea compartimenta trabajo y placer a las mil maravillas hasta que el ST-Banken publica un informe anual que parece redactado por la jefa de prensa de Mr. Wonderful al tiempo que la gacetillera recibe un mensaje de una fuente anónima que le informa que detrás de tanto colorín se enconde un cuadro (contable) muy feo. Y ella, por mucho folleteo premium que haya de por medio, es antes periodista que amante, así que salta sobre el charco sin pensárselo demasiado y sin saber si la cosa terminará en un inocente chapoteo o en nado en fosa séptica.

La historia, en líneas generales, funciona a pesar de sus deslices. Que los dos enamorados más que protagonizar una serie encarnen la letra de una vieja copla (ni contigo ni sin ti…) y se encamen aun cuando se están jodiendo la vida mutuamente resulta difícil de creer, pero los caminos de la atracción sexual son inescrutables y muchas veces la lógica genital nubla el entendimiento y lo que es malo para el futuro, ahora es un polvo de no te menees y aquí paz y después gloria y mañana Dios o el FMI dirán. La teleserie escrita por Jesper Harrie y dirigida por Jens Jonsson y Johan Lundin está claramente dividida en dos partes. La primera se centra en el destape del escándalo financiero y la segunda en los intentos por parte de los responsables del banco de salvar el culo. Si en su primera mitad observamos las dificultades a las que se ha de enfrentar Bea Farkas para poder hacer públicas las delicadas informaciones que va recopilando (contratiempos entre los que se incluye su despido), toda la parte final esta más próxima al thriller (con espacio para la conspiración incluido). Sobran, porque son redundantes y plantean idénticos problemas a los de la trama principal, todas las vicisitudes que afectan a Markus Thulin (Albin Grenholm) por más que pretendan establecer, ya desde el inicio, la existencia de la corrupción en el seno de la prensa.

Blinded reflexiona tanto sobre el funcionamiento de las entidades financieras como sobre la ética periodística. Por un lado, señala la ascendencia que tienen los bancos sobre el conjunto de la sociedad, hasta el punto que, una vez descubierto el agujero económico, las autoridades estatales asumen que es menos gravoso para las arcas del país rescatar al banco que cerrarlo, puesto que garantizar los depósitos de los clientes y pagar a los trabajadores a través del fondo de garantía salarial implica un dispendio mayor que el que supondría cubrir las pérdidas causadas por las operaciones de riesgo llevadas a cabo por el ST-Banken (hablando en plata: te juegas el dinero de tus clientes, lo pierdes y es más barato que el estado lo reponga a que te obliguen a bajar la persiana por incompetente; no me digan que el negocio no es redondo… y no entro a valorar los delitos que hay de por medio, asunto en el que la serie entra a fondo). El periodismo tampoco queda libre de acusaciones. Sin ser Chantaje en Broadway (Alexander Mackendrick, 1957) y asumiendo la necesaria función fiscalizadora de los medios, Blinded se interroga sobre el uso de las fuentes, las consecuencias sobre la publicación de según qué informaciones o el modo en que se editan las noticias para que tengan un impacto que no tendrían si estuvieran correctamente contextualizadas: la charla entre Bea Farkas y su redactor jefe Anders Rapp (Johan H:son Kjellgren) sobre la práctica periodística en ‘Despedida’ es muy ilustrativa respecto a este punto. Es, en lo que a la banca y al periodismo se refiere, una ficción no exenta de un toque didáctico que se esfuerza por explicar como funcionan las cosas en los dos sectores en los que se desenvuelve.

Entre las imágenes de Blinded también se filtran conductas de dudosa respetabilidad fuertemente arraigadas en la sociedad sueca, desde la altanería de las élites -como trata Otto Rehnskiöld (Claes Massen), el propietario del banco, a un currante cuyo puesto de trabajo está en juego en ’48 horas’- al racismo enquistado (del “no le venderé mi banco a unos árabes” que pronuncia el propio Rehnskiöld al “danés de mierda” que le espeta Peder a un obrero que cree que ha llevado marihuana a su casa). También siguen vigentes ciertas tradiciones ancestrales, como la importancia que el legado familiar tiene para las clases altas y la decepción que supone que el legatario no este a la altura de los precedentes genealógicos, como sucede con el heredero del imperio Rehnskiöld, Carl (Ervin Endre), afectado por una parálisis cerebral que, a ojos de su padre, lo inhabilita como sucesor por más que su capacidad de raciocinio haya permanecido inalterada. Como en algunas películas del danés Thomas Vinterberg (principalmente Celebración y La caza), en este estreno de Filmin se percibe esa putrefacta corriente subterránea oculta detrás de la hipócrita urbanidad que los miembros del pijerío sueco lucen como si fuera un Rolex, un manual de buenos modales que, cuando se viola, deja al descubierto las vergüenzas de la aristocracia financiera. Siempre es en los festejos cuando los agraviados -ya sea el propio Carl o Sophie (Julia Dufvenius), la esposa de Peder- aprovechan la presencia de tan distinguida audiencia para revelarle la verdad acerca de su podredumbre moral: el final del capítulo quinto, ‘La caza’, con el uso de la distorsión y los primeros planos, es una locura. Hay que decir, para ser honestos, que la serie no siempre es tan sutil, solo hace falta ver el montaje final que fija el destino último de los personajes y en el que se insiste, casi groseramente, en las diferencias de clase y que detalla que, a pesar de la labor periodística que he permitido sacar a la luz un macro-delito fiscal, seguirá habiendo tipos oscuros que se saldrán con la suya.

Así que ya saben, si les interesan el periodismo y la economía -o si tienen curiosidad por saber como se engrasan los mecanismos que los articulan- y están dispuestos a dejarse atrapar por el magnetismo de Julia Ragnarsson y sus ojos lacustres o si les van los romances que atentan contra la conservación de los polos, aquí tienen una apuesta segura.

@EnricAlbero