‘Hasta que te mate’: viviendo con mi asesino
Anna Maxwell Martin y Shaun Evans comparten pantalla en una serie que reflexiona sobre la violencia machista y las leyes de amparo a las víctimas.
Delia Balmer (Anna Maxwell Martin) es una mujer un tanto extravagante. Trabaja como enfermera en un pequeño hospital de Londres, pero ni el sedentarismo ni la estabilidad son lo suyo. Quizá les recuerde a una de esas personas que emplea la molesta muletilla de “yo no soy turista, soy viajera”. Y sí, como se encarga de recordarnos cada poco, Delia ha viajado mucho, principalmente por los estados de América Central y del Sur.
De hecho, su casa parece el trasunto de la sala de espera de cualquier aeropuerto. Apenas hay objetos decorativos ni mobiliario; contiene lo mínimo para vivir. Delia, con esos vestidos que harían las delicias del diseñador de Desigual, es, sin embargo, una persona reservada, incluso arisca. Su colorido vestuario está en permanente contradicción con unos comportamientos grisáceos que, inopinadamente, pueden virar al negro de la negación. Delia no es una persona fácil.
Delia conoce a John (Shaun Evans) en un pub, una noche después de su turno. Es un carpintero agradable y simpático que demuestra cierta resistencia al rechazo. La primera noche, Delia lo echa de su casa después de que manche involuntariamente una alfombra. Pero John vuelve. Y, pese a algunos ataques de excentricidad, como tener una tarántula por mascota, la relación se consolida. Tanto, que incluso la pareja visita a los padres de él.
No obstante, y sitúense en el ecuador del primero de los cuatro episodios de Hasta que te mate, la miniserie británica estrenada por Filmin esta semana, las cosas empiezan a torcerse paulatina pero inexorablemente. John se muestra, primero, como un tipo insincero. Después, como alguien abiertamente violento y manipulador.
Delia decide darle puerta, pero John la cierra con él dentro. Y empieza el calvario. Un calvario que incluye agresiones, violación e intento de asesinato. Un calvario antiguo, que antes que Delia sufrió otra mujer, y futuro, puesto que después de ella vendrá Paula Fields, una joven que tuvo menos fortuna que nuestra protagonista y que, al igual que Melissa Halstead, la primera víctima de John Sweeney, terminó desmembrada y con su cuerpo arrojado a un canal.
El objetivo de esta producción para la ITV, escrita por Nick Stevens a partir del libro de memorias de la propia víctima y dirigida por Julia Ford, pasa por ser lo más escrupulosa posible en el repaso de los hechos, lo que la lleva a abarcar más de dos décadas en apenas tres horas de metraje.
Eso obliga al guionista, también creador de Los crímenes de Pembrokshire, a atravesar su relato de elipsis, ofreciéndonos una suerte de mirada impresionista que lo reduce todo a una sucesión de flashes, rebajando su potencial descriptivo e imprimiéndole una cadencia errática. La serie se sigue mal.
Sirva como ejemplo de esa narración arrítmica todo lo referente al caso de Melissa Halstead, que se desarrolla en un escenario paralelo situado en Ámsterdam. Es una adenda puramente informativa, poblada por personajes de nula entidad que pedía una presentación y una exposición de otro tipo (probablemente trabajada desde el off visual, evitando así que se perdiese la concentración).
Las virtudes de esta serie las encontramos, primero, en la selección de actores. A la brillante actuación de Anna Maxwell Martin como Delia Balmer, una víctima compleja, alejada de cualquier visión hagiográfica o condescendiente, hay que alabar la elección de Shaun Evans como John Sweeney. Evans, que viene de encarnar a un adalid del heroísmo mesurado como el inspector Morse de Endeavour, cambia radicalmente de registro para meterse en la piel de un asesino de mujeres.
Su interpretación funciona porque, de entrada, la asociación que el público puede hacer al vincularlo con su papel más popular ayuda a que le veamos como el tipo cordial que finge ser. Después, claro, nos mostrará la trastienda macabra que se esconde detrás de esa fachada de bonhomía y ahí Evans demuestra estar más que preparado para infundirnos miedo.
La dirección de Julia Ford planea por encima de los guiones de Nick Stevens. Por un lado, a medida que Delia empieza a adentrarse en una pesadilla de la que parece no poder escapar, la realizadora británica la orillará en el encuadre, mostrando a un ser desplazado, una figura frágil y aislada, pues la poca familia que le queda reside en Canadá, que habita composiciones en permanente desequilibrio.
Es cierto que, en ocasiones, abusa del recurso, sobre todo porque también aplica esa plantilla a otros personajes que no están en la misma situación que Delia, pero al menos se observa una clara intención de transmitir las eventualidades que afectan a la protagonista a través de las imágenes.
Hay algunos pasajes especialmente afortunados. Pensemos, por ejemplo, en la charla que Delia mantiene con su enlace familiar, Jane Barker (Lucy Thackeray), después de que esta la aloje en un hogar de acogida en el que pueda estar a salvo. Para mostrar que Delia está molesta por todo cuanto sucede, hará que las dos mujeres nunca compartan la mirada. Delia está siempre de espaldas a Jane, incluso cuando esta le retira el abrigo rosa que lleva y que pertenece a la hija de la asistente.
Además, la arquitectura de la vivienda ejercerá como elemento divisor (ver imagen superior). Un marco que pertenece a una puerta acristalada marcará la separación que existe entre ambas, y el cristal servirá para mostrarnos el reflejo invertido de Jane mientras habla con una irritada Delia que siente utilizada por las instituciones en general y por la policía en particular.
Con todo, puede que la mayor relevancia de Hasta que te mate sea de cariz sociológico, en la línea de otras producciones recientes como El caso del Sambre (Jean-Xavier de Lestrade, 2024) o La sombra alargada (Lewis Arnold & George Kay, 2023). Esta miniserie vuelve a poner en solfa los mecanismos de un sistema judicial que deja a la intemperie a las víctimas de violencia machista.
Primero, porque las obliga a pasar por constantes procesos de revictimización, forzándolas a repasar los hechos una y otra vez habida cuenta de la morosidad de las instrucciones judiciales. Y, en segundo lugar, porque no pone a disposición de las agredidas medidas de protección suficientes (o efectivas) que impidan que sus verdugos las violenten aun después de haber sido condenados. Que el caso de Delia Balmer insiste en que las penas impuestas por el código penal deben ser revisadas para evitar nuevas desgracias, queda fuera de toda duda.