Un fotograma de la serie 'Revancha'.

Un fotograma de la serie 'Revancha'.

En plan serie

Thriller en tres texturas: 'Revancha', 'Showtrial' y 'Asalto al Banco Central'

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Consultar las noticias y desear exiliarse a una cabaña de madera en Walden Point es todo uno. Dadas las circunstancias, asfixiados como andamos por un marasmo de odio e incompetencia, a veces no queda otra que refugiarse en la ficción. Por una vez, evádanse conmigo.

Revancha

Yan England & André Gulluni, 2024 / Max

En Moneyball (Bennet Miller, 2011), Aaron Sorkin y Steven Zaillan lograron hacernos creer que la matemática aplicada al deporte podía seguirse con el mismo interés y poseer la misma tensión que la persecución automovilística de The French Connection (William Friedkin, 1971). Pues bien, en Revancha, el guionista André Gulluni asume determinadas pautas rítmicas y tonales de aquella película sobre béisbol en la que no veíamos ni un partido para relatar el doble duelo que Garry Kasparov, el mejor ajedrecista de todos los tiempos, mantuvo con la computadora Deep Blue en 1996 y 1997.

Poco importa que desconozcan quien fue Capablanca o qué cosa es un 'ataque indio de rey'. Por más que esta miniserie no renuncie a expresarse en términos técnicos ni a mostrar con cierta prolijidad el desarrollo de las partidas, no es necesario tener un conocimiento profundo del ajedrez para quedarse con los ojos abiertos como un escaque blanco frente a la pantalla.

Para entender dicha fascinación hay que reparar, primero, en el sustrato dramático de Revancha. Además de una ficción deportiva hasta cierto punto deudora del superficial duelo geopolítico que planteaba Rocky IV (Sylvester Stallone, 1985), a la que se cita textualmente, esta miniserie francesa está diseñada atendiendo a las pautas del thriller.

De un lado, bucea en la vertiente psicológica del género, planteando un duelo de cerebros entre Kasparov, magníficamente interpretado por Christian Cooke, y una computadora heredera de Hal 9000 respaldada por un séquito de informáticos y ajedrecistas de primer nivel dispuestos a cualquier cosa para demostrar la supremacía de una incipiente inteligencia artificial.

Del otro lado, se ahonda en la veta conspiranoica, pues a lo largo de la segunda partida, la de la revancha, la máquina fue recibiendo constantes actualizaciones, decisivas de cara a su triunfo final, algo que Kasparov afirmó desde un principio citando el primer gol de Maradona contra Inglaterra en los cuartos de final del mundial 86. Por cierto, uno de los grandes méritos de la serie es que, pese a conocer su desenlace, uno la siga como si esperase una corrección milagrosa de los acontecimientos.

En segunda instancia, y al margen de lo puramente argumental, Revancha, pese a no ofrecer ningún nuevo aporte estético, le saca partido al montaje y la música de Grégoire Auger para generar un ritmo vibrante, seductor. No es este su único acierto, pues ahí está el justificado e inteligente uso de la repetición que obedece a la lógica conductual del campeón mundial, fiel a unas rutinas espartanas.

Solo un pero. Pese al buen diseño de personajes general, con mención especial para PC (Orion Lee), el ingeniero desarrollador de Deep Blue, un tipo tímido, audaz e íntegro, las coartadas psicologistas que determinan ciertos comportamientos de Kasparov, siempre relacionadas con el sacrificio de lo familiar en aras del prestigio deportivo, se antojan oportunistas y, sobre todo, no necesitan ser referidas tantas veces.

Dicho esto, la serie es una golosina. Se lo digo yo y se lo dice el jurado internacional de Series Mania que le dio el premio a la mejor serie en su última edición.

Showtrial, ¿accidente o asesinato?

Ben Richards, 2024 / Movistar Plus +

La segunda temporada de esta producción para la BBC, completamente autónoma con respecto a la primera entrega, se centra en el asesinato de un líder ecologista. Tras ser atropellado por un vehículo que se dio a la fuga, su cuerpo fue alejado de la carretera para que no fuese encontrando. Aun así, consiguió resistir hasta que la fortuna, disfrazada de tractorista, y los servicios de emergencia llegaron al solitario lugar de los hechos. Antes de sellar el pasaporte al más allá, el casi cadáver consiguió comunicarle a una auxiliar médico el nombre de su supuesto asesino: el agente de policía Justin Mitchell (Michael Socha).

Showtrial arranca como un procedimental para, alcanzado su ecuador, devenir un tenso drama judicial. Pese a su escasa duración, solo cinco episodios, la serie escrita por Ben Richards y dirigida por Julia Ford peca de una expansión excesiva y, de hecho, agradecería una mayor concentración. Expliquémonos. Por un lado, toda la trama que incumbe al abogado Sam Malik (Adeel Akhtar) encargado de defender al acusado, su ambivalente relación con un defendido seductor, altanero y orgulloso e, incluso, las dificultades que experimenta para cuidar de su hijo adolescente tras el suicidio de su esposa, funcionan a las mil maravillas.

También está bien armada toda la parte de procedimiento, desde la investigación policial hasta el trabajo de la fiscalía. Todos los giros que va tomando el caso surten efecto, desde aquellos relacionados con las pesquisas hasta los que tienen que ver con un entramado de influencias que vinculan al estamento policial con representantes de organizaciones turbias.

Los problemas empiezan cuando para dotar de entidad a personajes de orden secundario, como es el caso de la fiscal Leila Hassoun-Kenny (Nathalie Armin), se crea toda una subtrama dedicada a explorar la conflictiva relación con su hermanastra. Esa apoyatura, que sirve únicamente para definir el carácter de Leila, no necesitaba tanto desarrollo porque, además, despresuriza un relato asfixiante que pide, precisamente, ir creciendo en intensidad hasta hacerse irrespirable.

Otro tanto sucede, aunque en menor medida, con el exceso de minutaje dedicado al bloguero y activista Felix Owusu (Fisayo Akinade), quien desde la esfera internaútica se esfuerza por garantizar la condena del presunto asesino. Por el contrario, el inspector Soutghate (Joe Dempsie) queda perfectamente perfilado sin necesidad de recurrir a su background o de explorar su red de hilos afectivos que se extiende más allá de lo laboral.

Ahora bien, solo por el tête à tête entre Malik y Mitchell, por las soberbias interpretaciones de Akhtar y Socha, y por el diseño de esos dos personajes tan singulares, Showtrial merece la pena. Ni que decir tiene que este Sam Malik, con sus problemas de insomnio y sus sempiternas ojeras, recuerda al Jack Stone (John Turturro) de The Night Of, mientras que el maquiavélico Justin Mitchell bien podría formar parte de la galería de insignes antagonistas de Line of Duty. Lo dicho, se la zamparán de una tacada.

Asalto al Banco Central

Daniel Calparsoro, 2024 / Netflix

¿Qué puede llevar a un director a citar directamente una película como Reverendo Colt (León Klimovsky, 1970)? Puede que sea una voluntad contextualizadora, y de acuerdo con la época en la que se fijan los hechos relatados tendría sentido. También puede existir detrás del guiño un homenaje estilístico. Salvo que le preguntemos a Daniel Calparsoro el motivo subyacente a la inclusión de este romo spaghetti western en Asalto al Banco Central, nos es imposible saberlo, pero su aparición, habida cuenta del look añoso, toda una oda al cartón-piedra, que luce esta miniserie de Netflix, casi parece un motivo de inspiración.

Es una lástima que, ya desde su superficie, el repaso de este oscuro pasaje de la historia de España, situado tres meses después del golpe de estado del 23-F y, según la propia serie, directamente vinculado con el asalto al Congreso, provoque rechazo. Cuando hablamos de lo superficial nos referimos a su inverosímil diseño de producción o a un maquillaje 'muchachadanuitesco' que convierte al teniente Manglano (Roberto Álamo) en digno candidato a un 'Celebrities' pronunciado esa frase de "a quién no le gusta el dinerito" (sic).

Todas las decisiones estéticas, desde la iluminación sobrecargada, las coloristas secuencias discotequeras o un interrogatorio rodado con un travelling circular, por citar solo algunos de los muchos ejemplos, refractan cualquier posible atracción por un episodio nacional francamente interesante y relativamente poco conocido. Calparsoro, en colaboración con el guionista Patxi Amezcua, recupera la historia del asalto al Banco Central de Barcelona por parte de un grupo de quinquis que, con el pretexto de solicitar la liberación de Tejero, quiso dar un golpe que les iba a reportar 800 millones de pesetas (para los jóvenes: es con lo que comprábamos cosas antes del euro).

Al frente del operativo estaba José Juan Martínez Gómez 'El rubio' (Miguel Herrán), inveterado atracador que, hasta hace no tanto, y tras escribirse una biografía criminal que deja en pañales a la de El Lute, seguía dando palos cada vez que salía de la cárcel o se fugaba. Y eso que tiene 68 años, pero como él dice: "No sé vivir de otra manera".

La serie no desprende demasiado interés ni en lo estético ni en lo narrativo. Recurre una vez más a las tan socorridas estructuras fragmentarias para retener nuestra atención, un diseño tan innecesario como innecesaria es toda la trama periodística que protagonizan María Pedraza y Hovik Keuchkerian, a la que no le falta ni el extemporáneo apunte feminista, sin la cual la historia se podría haber contado sin apenas variaciones.

Pero más allá de eso y del elemental bosquejo de personajes (la hija sin padre, el padre sin hija), uno devora Asalto al Banco Central por el morbo de ver la sucesión de añagazas que nos conducirán a una especie de génesis de las llamadas cloacas del estado. Y todo porque aquel golpe, en realidad, o al menos esa es la teoría que abrazan los creadores y que defiende 'El rubio', sí tenía un vínculo directo con el 23-F. Tranquilos, no hay spoiler. Si quieren saber más, enchufen Netflix. O consulten la Wikipedia.