'Chacal', la cara B de James Bond
- Sky Showtime estrena la serie que relata las correrías de un asesino internacional protagonizado por Eddie Redmayne y con Úrsula Corberó en el reparto.
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Tras el clásico firmado por Fred Zinneman en 1973 cuyo guion, obra de Kenneth Ross, fue tomado como punto de partida para la versión de 1997 dirigida por Michael Caton-Jones y protagonizada por Bruce Willis y Richard Gere, Chacal, la popular novela de Frederick Forsyth, vive ahora su tercera adaptación, esta vez como serie de televisión, a cuenta de Ronan Bennett (Lucky Break, Enemigos públicos).
¿Cuáles son, pues, los aportes que el cambio de formato le imprime a una historia que, esencialmente, sigue siendo la misma? Es decir, las correrías de un asesino internacional que se cobra vidas como si fuesen cheques al portador, aquí interpretado con frialdad de jefe de recursos humanos por Eddie Redmayne.
Su objetivo, en este caso, será darle pasaporte a un genio de la tecnología que pretende lanzar al mundo, de manera gratuita, un software que identificará cualquier flujo de dinero donde quiera que se produzca, medida que no gusta demasiado a las élites económicas mundiales, partidarias de que sus transacciones sigan siendo anónimas cuando no secretas, no sea que se revele que su riqueza emerge de pozos oscuros.
Vayamos, primero, a lo más interesante. Si uno atiende a los títulos de crédito de la serie, notará un claro aroma bondiano en su diseño. Empezando por ‘This Is Who I Am’, el tema musical que interpreta Celeste (aviso: no es un crossover con la serie creada por Diego San José), siguiendo por el ritmo del genérico y por la elección de determinadas imágenes que remiten, sin ir más lejos, al inicio y al final de la hasta ahora última película de la saga Bond.
Ese arranque no parece para nada casual y las conexiones con Sin tiempo para morir (Cary Joji Fukunaga, 2021) se amplían con la presencia de Lashana Lynch, que en el filme de Fukunaga heredaba, temporalmente, los tres dígitos que durante décadas habían pertenecido al, en aquel momento, retirado James Bond (Daniel Craig). Aquí, Lynch interpreta a Bianca Pullman, agente del MI6 que liderará, más por voluntad que por rango, la persecución de un tipo con más puntería que Julio Iglesias.
Los parecidos no se limitan a lo superficial, categoría en la que también entrarían la multiplicidad de escenarios por los que se mueven los personajes, la construcción de una intriga internacional, la fisicidad que envuelve cada pelea o el lujoso estilismo, pues el Chacal puede ser visto como reverso tenebroso de James Bond. Los dos tienen licencia para matar, solo que 007 lo hace con el apoyo del Estado. Ambos actúan con idéntica frialdad, son pragmáticos, seductores y más eficaces que un inspector de hacienda.
Pero la cosa no termina aquí. En consonancia con el giro 'nolaniano' que la saga Bond asumió a partir de Casino Royale (Martin Campbell, 2006), la muerte de Vesper Lynd (Eva Green) como llave de contacto que enciende el motor del trauma del agente secreto, en The Day of the Jackal también observamos un intento por rastrear la humanidad que late detrás de la máscara, en este caso la de un camaleónico sicario.
Y esa es la senda que Ronan Bennett y sus guionistas elijen para alargar el argumento original que el filme de Zinneman condensaba en 141 minutos; aquí nos vamos a los diez episodios y ya se ha anunciado una segunda temporada que todavía no sabemos cuándo llegará.
De un lado, se nos relatan las consecuencias patológicas que conlleva emplearse como francotirador del ejército, labor a la que se dedicaba nuestro protagonista con industriosa energía antes de borrarse voluntariamente del mapa. De hecho, el capítulo octavo se dedica casi en exclusiva a contarnos qué le sucedió al ahora llamado Chacal durante sus estadías en Oriente Medio.
Nótese que estas estructuras fragmentarias, tan de moda en los últimos años, no son precisamente beneficiosas para relatos persecutorios que nos mantienen en vilo gracias a una tensión que, con estos excursos, termina por descomprimirse: es como insertar un anuncio de desodorante en mitad de un tiroteo.
El otro método de estiramiento argumental consiste en dotar a nuestro contract killer de familia, otro punto de conexión directa con Sin tiempo para morir, película que venía a decirnos que los miembros de la estirpe de Bond no están hechos para compartir su vida con nadie que no sea su majestad. “For queen and country”, ya saben. Por cierto, la cuestión familiar y los problemas conciliatorios también se hacen extensivos a la agente del MI6 encarnada por Lashana Lynch.
Si ya resulta poco verosímil que un señor que se dedica administrar certificados de defunción contra la voluntad de sus titulares plante un árbol genealógico —¿durante cuántos años puede mantener en secreto lo que hace? que este eche raíces en Cádiz y que sea Úrsula Corberó la que lo riegue todos los días se nos antoja más un ejercicio de malabarismo botánico que otra cosa. Hubiera sido como casar a Sean Connery con Carmen Sevilla (en la ficción, digo).
No es que la actriz catalana defienda mal su papel, es que toda su trama es como injertar de Pepa y Pepe (Manuel Iborra, 1995) el tronco de la saga Bourne. La sofisticación y el costumbrismo ligan mal, más allá de que las decisiones que tanto Núria (Úrsula Corberó) como su entorno toman tras enterarse de cuál es el origen de la fortuna que les permite comer atún de Zahara todos los días del año son difícilmente justificables.
La trama principal tampoco se beneficia de ese alargamiento, sobre todo porque las complicaciones en las que nuestro antihéroe se enreda tensan en demasía la cuerda de la verosimilitud y, en no pocas ocasiones, contradicen la esencia misma del personaje. Iniciar una venganza personal en mitad de la preparación de un nuevo operativo no es propio de alguien ha mostrado la fiabilidad (y los sentimientos) de un pulsómetro de última generación. La lógica del personaje nos induce a pensar que es capaz de contener sus impulsos y aplazar el ajuste de cuentas hasta que se dé un escenario más propicio.
En cualquier caso, y para finalizar, lo más interesante de The Day of the Jackal lo encontramos en todo aquello relacionado con los protocolos homicidas, en los minutos que la realización dedica a mostrarnos los tiempos muertos, las esperas, o los minuciosos prolegómenos que anteceden a la muerte y que consisten en el montaje de esos fusiles que Apple diseñaría si se dedicase a la fabricación de armamento.
Esos momentos, que tantas otras teleficciones despacharían con montajes cortos, nos ayudan, primero, a entender cómo se conduce nuestro protagonista y, después, dotan a la serie de un ritmo muy particular, alejado de las corrientes que dominan el mainstream serial a las que, sin duda, Chacal pertenece. Y ese ir a la contra se constituye, de manera inesperada, en una demostración de que otros tempos son posibles.