El antropólogo Claude Lévi-Strauss afirmó que el mundo empezó sin el ser humano y acabaría sin él, pero lo cierto es que solo nuestra especie ha sido capaz de trascender el estrecho horizonte del instinto, dilatando los límites de lo real. Gracias a nuestro talento para urdir y plasmar ficciones, hemos elaborado distintas imágenes del mundo. Más o menos coherentes, todas responden al anhelo de hallar un significado a la vida y sus paradojas.
Los mitos nacen de ese propósito. Son creaciones fantásticas, obras de ficción, pero no constituyen un mero entretenimiento. Expresan ideas, valores y sueños. El viejo mito que describe a los dioses como agentes del caos insinúa que en realidad el cosmos carece de orden y sentido moral. Sospechamos que el mundo solo es ruido y furia, pero nos esforzamos en maquillar ese hecho, inventando edades de oro y paraísos perdidos.
En las civilizaciones antiguas, mito y realidad se confundían. Nadie cuestionaba la existencia de Aquiles o Zeus. No podemos afirmar que hayamos superado completamente esa perspectiva, pues Jesús, mito fundacional de nuestra cultura, quizás nunca existió. O, lo que es más probable, solo fue un reformador religioso, no el hijo de Dios. La resistencia a reconocer este hecho evidencia que no somos capaces de vivir sin ficciones.
A pesar de su carácter fantasmal, los mitos son necesarios. Ejercen un efecto catártico, aplacan miedos y encienden ilusiones
Los mitos nos hacen pensar que la perfección moral es posible o que no es irracional aguardar la salvación mediante un héroe providencial. A pesar de su carácter fantasmal, los mitos son necesarios. Ejercen un efecto catártico, aplacan miedos y encienden ilusiones. Nuestra época exalta la ciencia y la razón, pero no ha renunciado a los mitos. El ser humano es un animal simbólico y necesita arquetipos para habitar un universo frío y hostil, donde solo es una brizna abocada a la extinción.
Hasta principios del siglo XX, la literatura era la principal fuente abastecedora de mitos. A partir de los años 30, el cine y el cómic asumieron ese papel. Si buscamos el equivalente contemporáneo a Aquiles, no lo encontraremos en una novela o un poema, sino en una película o un cómic. Menospreciado como arte menor, el cómic ha ejercido una poderosa influencia en la imaginación colectiva, alumbrando personajes que han traspasado generaciones.
Muy pocas personas saben que Batman fue creado por el escritor Bill Finger y el dibujante Bob Kane, pero casi todo el mundo conoce al justiciero de Gotham, el Caballero Oscuro que lucha incansablemente contra el mal. No es una casualidad que Batman surja en mayo de 1939, al filo de la Segunda Guerra Mundial. Su peripecia personal refleja el sentimiento de desamparo que experimentaba la sociedad en esas fechas, tras pasar por la crisis del 29, que arrojó a millones de personas a la precariedad y la intemperie, y asistir al ascenso de las ideologías totalitarias, cuya agresiva demagogia revivió la amenaza de una conflagración global.
La historia de Bruce Wayne recoge el sentimiento de vulnerabilidad de un tiempo de incertidumbre y desesperanza. Bruce presencia el asesinato de sus progenitores cuando solo es un niño. Su padre, Thomas Wayne, es un famoso médico y filántropo, cuyos antepasados participaron en la fundación de Gotham. Bruce goza de todo lo que un niño puede desear: afecto, bienestar material, un hogar. Todo se desplomará cuando Joe Chill, un atracador, mate a sus padres a la salida de un cine.
[La irresistible ambigüedad de Cary Grant]
Años más tarde, Bruce decidirá transformarse en un justiciero para que ningún niño vuelva a sufrir una tragedia similar. Al evocar su pérdida, reconoce con amargura: "Apenas conocí a mis padres como personas. Sin embargo, conocí el mundo de repente. Era duro, frío, oscuro y sin ley. Su rostro era feroz y bestial". Batman es la respuesta de una sociedad atemorizada en una época de inseguridad y violencia. No tiene poderes sobrenaturales. Solo es un individuo que utiliza su ingenio y su fuerza para frenar los estragos de los villanos afincados en Gotham, metáfora de un mundo sumido en la oscuridad.
Conviene recordar que la década de los cuarenta se caracterizó por los bombardeos salvajes de grandes ciudades, las deportaciones masivas y el exterminio industrial de millones de personas. En ese escenario, parecía necesario un héroe capaz de menoscabar la aparente impunidad del mal.
La historia de Bruce Wayne recoge el sentimiento de vulnerabilidad de un tiempo de incertidumbre y desesperanza
Joker es el principal antagonista de Batman. Su sonrisa perpetua delata su locura, pero no es un simple orate, sino un apóstol del nihilismo. La leyenda dice que enloqueció tras caer en una cuba de ácido mientras cometía un robo en un planta química. El fatal accidente tiñó su rostro de blanco tiza y su pelo de verde fluorescente. Joker se incorporó a la serie en 1940, cuando Hitler parecía imparable. Comparte con el líder nazi un profundo nihilismo impregnado de megalomanía. Ambiciona el poder para desatar el caos. Quiere destruir Gotham, reducirla a escombros. Como Hitler, explota el terror. Sabe que es el medio más eficaz para esclavizar al ser humano y despojarlo su dignidad.
Christopher Nolan exploró la personalidad de Joker en El caballero oscuro (2008), apoyándose en la brillante interpretación de Heath Ledger. Durante su breve conversación con el fiscal Harvey Dent (Aaron Eckhart), ya desfigurado y con la personalidad gravemente alterada, Joker confiesa que solo intenta instaurar una pequeña anarquía. Alterar el orden establecido es una manera de demostrar que el azar gobierna todo. El mundo es absurdo y aleatorio. Está condenado al caos y no hay redención posible. Joker admira el caos, pues le parece justo. Destroza a todos por igual. No hace concebir falsas esperanzas y evidencia la fragilidad de todo lo existente.
En su confrontación en un sala de interrogatorios con Batman (Christian Bale), Joker ironiza sobre las personas civilizadas y con principios. Asegura que su moralidad solo es una gran mentira. Apenas se tuercen las cosas, infringen sus propias reglas. "Solo son tan buenos como el mundo les permite ser". Joker se presenta como un visionario: "No soy un monstruo. Solo voy un paso por delante". No está muy lejos de Nietzsche, según el cual la moral es una invención de los débiles y resentidos. Joker no es el superhombre, sino un dios pagano. Frente al cristianismo, que describe a Dios como Abba, Padre, exhibe la misma hostilidad hacia el ser humano que las viejas deidades primitivas.
Su reino es de este mundo y no se caracteriza por su benevolencia. Sus atributos son el horror, la destrucción, la crueldad. Su mensaje es muy simple: la realidad es un juego. Un juego terrible. Joker alardea de la inocencia del que se ha situado más allá del bien y el mal. Es indiferente vivir o morir, obrar éticamente o cultivar la perversidad. El destino final de todo es la nada, la insignificancia. Solo hay una forma inteligente de afrontar esa perspectiva: reírse a carcajadas, violar los tabúes, sembrar el infortunio. ¿Por qué respetar a los otros, meros peleles de un universo que no obedece a ninguna regla moral?
El antagonismo entre Joker y Batman sugiere algo perturbador. El devenir se basa en la tensión entre los opuestos. El universo se sostiene gracias a la complementariedad de los contrarios. Sin la existencia del mal, no habría surgido el bien. Ambos principios se necesitan. Joker lo sabe y por eso se ríe cuando Batman le pregunta por qué quiere matarlo. Su intención no es esa, pues sin el Caballero Oscuro el juego se interrumpiría. "Sin ti, no sabría qué hacer. Tú me completas".
Joker es el abismo del que surgió el mundo. Batman, el héroe que lucha inútilmente contra las fuerzas del mal. El mal no es una creación humana, sino el rasgo esencial de unos dioses que inspiran temor y temblor. Las carcajadas de Joker ya se escuchaban en el Olimpo, cuando Ares, hijo de Zeus y Hera, lanzaba el rayo de la guerra sobre la humanidad. O en el Antiguo Testamento, cuando las ventanas del cielo se abrían para ahogar a hombres y animales.
Parecía imposible superar la interpretación de Heath Ledger, trágicamente desaparecido por una sobredosis de somníferos, pero el Joker de Joaquin Phoenix profundizó en la psicología del personaje, fabulando sobre su origen. En la película de Todd Phillips, estrenada en 2019, Joker es un enfermo mental con un pasado traumático. De niño, sufrió malos tratos físicos y psicológicos. Es imposible no establecer nuevas analogías con Hitler, que también soportó abusos durante su infancia. Aparentemente, ya como canciller, su propósito era apoderarse del mundo, pero lo cierto es que sabía que sus posibilidades de lograrlo eran escasas y había previsto dejar un rastro de destrucción si fracasaba: "Podemos hundirnos, pero nos llevaremos un mundo con nosotros".
Joker pretende hacer con Gotham lo que Hitler hizo con Varsovia, que utilizó a la Wehrmacht para destruir 90% de sus edificios y la totalidad de sus calzadas y puentes ferroviarios. El Joker de Joaquin Phoenix nos muestra los estragos del resentimiento. Un hombre humillado puede ser más letal que una bomba atómica. Sus ansias de venganza solo se aplacarán desatando el caos más terrorífico. La Gotham incendiada por la revuelta de los payasos evoca las hogueras de la noche de los cristales rotos.
Joker quizás tiene razón y solo hay caos, pero eso no debe frustrar la aspiración de vivir en un mundo más libre y más justo
Batman y Joker nacieron en un mundo en crisis. Las circunstancias han cambiado, pero la inseguridad perdura. Europa ha vuelto a enredarse en una guerra de consecuencias imprevisibles. Dado que los arsenales de nuestro tiempo albergan armas nucleares, no podemos descartar un apocalipsis. A las amenazas convencionales, se suman nuevas calamidades: pandemias, inestabilidad económica, el desarrollo de la inteligencia artificial, que según algunos expertos podría acabar con la humanidad en un plazo relativamente breve.
Seguimos necesitando mitos como Batman, que encarna la posibilidad de una justicia alternativa. Muchos ciudadanos sienten que viven en Gotham, pues la corrupción y la violencia salpica a todas las instituciones. Joker simboliza ese caos que conspira contra la paz, la equidad y el equilibrio. Es una figura tan temible como patética, pues evidencia que la semilla de la autodestrucción acompaña a la condición humana. El mal no es un fatalidad, sino algo que viaja en nuestro interior. Es una herencia de los dioses, que crearon el universo para experimentar el placer de contemplar nuestro sufrimiento.
Claude Lévi-Strauss no se equivocaba. El mundo acabará sin nosotros. Ninguna especie dura eternamente. Nos duele aceptar que sea así. Yo me he rebelado muchas veces contra esa idea, pero ahora sé que el universo posee una lógica propia que no coincide con nuestros deseos. Joker quizás tiene razón y solo hay caos, pero eso no debe frustrar la aspiración de vivir en un mundo más libre y más justo. El destino de Gotham es sumergirse en la oscuridad, pero hasta que eso suceda espero que Batman siga recorriendo sus calles para traer algo de luz. Si algún día desaparecen los mitos como él, se cumplirá lo que apuntó Octavio Paz: "El mundo empezó con una carcajada y termina con otra". La carcajada de Joker. Su risa es el verdadero más allá.