Richard Harris (Marco Aurelio) junto a Russel Crowe (Máximo Décimo Meridio) en la película 'Gladiator' (2000), dirigida por Ridley Scott

Richard Harris (Marco Aurelio) junto a Russel Crowe (Máximo Décimo Meridio) en la película 'Gladiator' (2000), dirigida por Ridley Scott

Entreclásicos

Las enseñanzas del estoicismo en un tiempo líquido

La ausencia de horizontes podría ser la razón de que muchos hayan encontrado en las obras de Séneca y Marco Aurelio una guía moral y espiritual.

24 septiembre, 2024 02:18

El estoicismo está de moda. Las obras de Séneca y Marco Aurelio ocupan un lugar privilegiado en los expositores de las librerías y aparecen en las listas de los libros más vendidos. Sucede lo mismo con los ensayos divulgativos que se esfuerzan en acercar la filosofía estoica al lector no especializado.

Sin embargo, nuestra época no parece muy estoica. El hedonismo es un actitud mucho más generalizada y aceptada que la búsqueda de la virtud. La neurosis es una reacción más habitual que la serenidad. Casi nadie piensa que vivamos en un cosmos gobernado por la razón, sino en un universo absurdo y sin finalidad, cuyo destino último es la muerte térmica.

La idea de ser un buen ciudadano no goza de demasiada popularidad. La política se percibe como un ciénaga inmunda y se intenta permanecer alejado de ella. ¿Por qué despierta entonces tanto interés el estoicismo? Quizás por el hecho de que nuestro tiempo es un tiempo de crisis, similar al que inspiró la aparición de la filosofía estoica. Nos hemos acostumbrado a vivir sin certezas, soportando la angustia que produce afrontar los retos y reveses sin asideros firmes.

No es una forma agradable de circular por el mundo. Siempre es preferible disponer de brújulas y mapas para orientarse en un viaje salpicado de peligros e incertidumbres. Actualmente, nos aferramos al instante, pero no ignoramos que solo es un pequeño saliente en una pared escarpada. No vislumbramos una cumbre que imprima sentido a nuestro itinerario vital y albergamos el temor de precipitarnos al vacío.

Tras la caída de las religiones y las ideologías, no advertimos otro horizonte que el placer efímero y esa perspectiva nos resulta insuficiente. Tal vez esa es la razón de que muchos hayan encontrado en las obras de Séneca y Marco Aurelio una guía moral y espiritual, con la elocuencia y la firmeza necesarias para encarar un período histórico impregnado de perplejidad y desencanto.

El estoicismo surge en Grecia 300 a. C. Su fundador es Zenón de Citio. En esas fechas, la Hélade comienza su decadencia. Tras la muerte de Alejandro Magno, la cultura griega se propaga por Oriente y Occidente, pero poco a poco declina el esplendor de Atenas, Esparta y Tebas. Alejandría, Pérgamo, Antioquía y, finalmente, Roma se convertirán en los nuevos centros de poder y saber. La monarquía creada por Alejandro Magno, autoritaria y despótica, desmontará el modelo de sociedad alumbrado por la democracia ateniense. Ya no hay ciudadanos, sino súbditos sometidos a un poder absoluto.

Esa nueva situación provocará una sensación de vulnerabilidad y desamparo en los hombres libres, que se refugiarán en su interior, buscando equilibrio, paz y la mayor independencia posible. Las enseñanzas de Zenón de Citio se basan en la convicción de que el cosmos obedece al Logos o Razón. Nada sucede en vano. Nada es injusto o innecesario. Cada acontecimiento forma parte de una cadena perfectamente lógica. El sabio asume este hecho y acepta la adversidad con entereza, pues entiende que cada evento es una pieza necesaria de la economía del cosmos.

Esta idea se mantendrá durante el estoicismo medio y el nuevo estoicismo o estoicismo tardío. Se trata de una tesis polémica que puede interpretarse de muchas maneras. Por ejemplo, el terremoto de Lisboa despertó la frustración de Voltaire, que cuestionó la providencia divina. Si Dios es todopoderoso y omnisciente, debería evitar esa clase de catástrofes. Si puede y no lo hace, es perverso. Si no puede, no es ese poder omnímodo que nos han descrito, sino una especie de relojero que creó el universo y se desentendió de su marcha. Cualquiera de las dos hipótesis, resulta insatisfactoria para aplacar el dolor causado por la pérdida de miles de vidas por culpa de una conmoción sísmica.

Cabe otra interpretación de la tragedia. Como afirma Leibniz, vivimos en el mejor de los mundos posibles. Eso no significa que vivamos en un mundo perfecto, sino en el único mundo que puede funcionar. Si no existiera las placas tectónicas, no habría terremotos, pero no existiría la corteza terrestre y no habría prosperado la vida. Lo necesario no siempre implica perfección o excelencia. Dios no es perverso o irracional. Simplemente, es Razón, Logos, y el Logos no puede eludir las reglas de lo posible. Este planteamiento despeja muchas rutas.

Sin llegar más lejos, explica la mortalidad como el precio inevitable de irrumpir en el mundo y adquirir una identidad mediante nuestros actos. El concepto estoico de Logos no es el aspecto más popular de su doctrina, pero ha servido de inspiración a muchos filósofos y científicos. El universo es racional e inteligible, pero sus leyes incluyen sucesos que preferiríamos no soportar, como las enfermedades, los cataclismos naturales y la muerte. Es un gesto de sabiduría aceptarlo y apreciar la vida tal como es, con sus dones y sus desdichas.

El estoicismo medio fue la filosofía más influyente en el mundo romano. Sincrético y pragmático, osciló entre el platonismo, el pitagorismo, el panteísmo y un politeísmo jerarquizado. Subrayó la importancia de ser un buen ciudadano y contribuir al bien común. La idea de ciudadanía hoy produce tibieza, pues se percibe al Estado como algo lejano y muchas veces hostil. El final de las utopías políticas ha desmovilizado a la sociedad, fomentando el individualismo y el desapego a las instituciones.

La idea de ciudadanía hoy produce tibieza, pues se percibe al Estado como algo lejano y muchas veces hostil

El estoicismo reprueba la desafección hacia el Estado, pero no incurre en la exaltación patriótica. Su noción de ciudadanía no contempla la idealización del pasado y sus símbolos. Tampoco preconiza la disolución del individuo en la masa. Simplemente, destaca la importancia de un orden social basado en leyes justas y racionales. Creo que los padres fundadores de la Unión Europea abrigaban un propósito semejante, pero los ciudadanos de los actuales países democráticos oscilan entre el escepticismo, desinterés y el nacionalismo atávico.

El ideal estoico de ciudadanía es un ideal civilizador, un principio que contribuye a la causa de una convivencia basada en la ley y la razón. Me temo que ese ideal hoy está muy diluido y no descarto que esa sea una de las razones por las que se lee a los estoicos. En Occidente, se añora ese mundo de ayer que describió Stefan Zweig, donde las instituciones constituían un muro contra la barbarie y no un motivo de desconfianza. El proyecto europeo se inscribe en ese ideal de ciudadanía esbozado por los estoicos, caracterizado por un exquisito equilibrio entre la libertad individual y el arbitraje del Estado, los derechos y las obligaciones, lo privado y lo público.

El estoicismo nuevo o estoicismo tardío, cuyas figuras más conocidas son Epicteto, Séneca y Marco Aurelio, suscribió la teoría de un universo gobernado por el Logos, pero se concentró más en las cuestiones morales y religiosas. Su prioridad esencial es la búsqueda de la felicidad o eudemonía. Los bienes materiales y las pasiones no son el fundamento de una existencia digna y feliz.

Séneca no exalta la pobreza, que degrada y envilece a los que la sufren, pero sí la sobriedad. La riqueza no es mala en sí misma. Permite organizar proyectos orientados al bien común y socorrer a los más desfavorecidos. Eso sí, cuando es un simple ejercicio de acumulación y se convierte en una obsesión, produce un efecto embrutecedor y esclaviza miserablemente. Sucede lo mismo con las pasiones. No hay que abolirlas. Solo hay que moderarlas.

No hay que dejarse arrastrar por la codicia, la gula o el placer carnal. Contener esos impulsos no produce frustración, sino felicidad

El sabio vive conforme a la Naturaleza, que es racional y no impone nada arbitrario. Hay que aceptar el destino y no rebelarse contra él. No hay que dejarse arrastrar por la codicia, la gula o el placer carnal. Contener esos impulsos no produce frustración, sino felicidad, pues la virtud es lo único que acarrea paz interior. Aceptar el destino no implica adoptar actitudes pasivas frente a las injusticias. Los estoicos abogan por el reformismo político y social. Séneca y Marco Aurelio critican las orgías de sangre del Coliseo y reivindican la dignidad de los esclavos, censurando a los que los maltratan.

El estoicismo es, sobre todo, un humanismo. "El hombre es cosa sagrada para el hombre", escribe Séneca. "Los hombres han nacido los unos para los otros. Instrúyelos o sopórtalos", afirma Marco Aurelio. El filósofo estoico busca la imperturbabilidad, la ataraxia, la autonomía frente a las contingencias, pero no es impasible ante el dolor ajeno.

Nuestra época parece muy alejada de los valores estoicos. No moderamos las pasiones. Concedemos una importancia desmedida a los bienes materiales. No reaccionamos con serenidad ante las desgracias. Raramente nos implicamos en proyectos de reforma social. Al igual que los filósofos estoicos, vivimos una época de cambios. Hemos enviado al exilio a los dioses y los hemos sustituido por ídolos. Nos sentimos huérfanos y desorientados. Por eso, los estoicos nos atraen tanto. No somos estoicos, pero nos gustaría poseer su ánimo templado, su sabiduría existencial y su espíritu cívico.

El estoicismo no es una simple escuela filosófica, sino una actitud vital que ha traspasado épocas y ha llegado hasta nosotros con todo su poder de seducción. Sus enseñanzas son una valiosa herramienta para sobrellevar las tempestades del presente. De momento, nos limitamos a estudiar sus textos, pero aún no hemos interiorizado sus lecciones. No debemos desalentarnos por eso, pues -como advirtió Séneca- "hace falta toda una vida para aprender a vivir".