'La gran evasión': la fuga más grande jamás contada
- La película recrea el espectacular plan con el que 76 prisioneros de guerra escaparon de un campo nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
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La gran evasión nos ha dejado una de las imágenes más memorables de la historia del cine: Steve McQueen huyendo en una motocicleta Triumph TR6 Trophy de los esbirros de la Wehrmacht, dispuestos a capturarlo para devolverle al campo de prisioneros del que se ha escapado. McQueen interpreta a Virgil Hilts, un imaginario capitán de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos. Arrogante, optimista y temerario, intenta cruzar la frontera suiza, pero una sofisticada barrera doble de alambre de espino lo impide.
McQueen escogió para rodar la secuencia su modelo favorito de motocicleta, que fue retocada para ser creíble como vehículo del ejército alemán. En algunas escenas, se persigue a sí mismo disfrazado de soldado enemigo. Gracias al trabajo de montaje, pudo desdoblarse, creando una ilusión francamente regocijante.
La persecución incluía un peligroso salto sobre una de las barreras. McQueen quiso prescindir de dobles, pero la productora no lo permitió y el actor sugirió el nombre de Bud Ekins, un mecánico de una tienda de motos de Los Ángeles al que le unía una buena amistad. El resultado fue brillante. La Triumph voló limpiamente, sorteando la barrera con elegancia y aparente facilidad. Aunque circuló la leyenda de que McQueen había realizado el salto, el actor lo desmintió tajantemente en una entrevista televisiva con Johnny Carson.
Durante los años posteriores, se imprimieron infinidad de carteles, pósteres y fotografías con la imagen de McQueen posando con la Triumph TR6 Trophy o pilotándola con destreza. Yo tengo una de esas imágenes en mi casa y cada vez que me cruzo con ella recuerdo con nostalgia mi Triumph Bonneville, con su depósito blanco y rojo. Fue mi última motocicleta.
A punto de cumplir 61 años, cada vez vivo más de recuerdos. De ahí que no me canse de volver a ver La gran evasión, pues cada pase me permite rescatar momentos de las distintas etapas de mi vida. La película me ha acompañado desde la niñez, cuando el cine clásico no era un placer de cinéfilos y nostálgicos, sino un gran evento social.
Steve McQueen y Virgil Hilts tienen muchas cosas en común. Individualistas, rebeldes, solitarios, toleran mal la autoridad y no esconden su desprecio por los convencionalismos. La concordancia entre personaje y actor no es fruto del azar.
Terence Stephen McQueen vino al mundo el 24 de octubre de 1930 en Beech Grove, un suburbio de Indianápolis. Hijo de madre soltera, nunca llegó a conocer a su padre, un artista de circo de origen escocés. Creció en la granja de sus abuelos y recibió una educación católica. Disléxico y con problemas de audición en un oído por culpa de una infección mal curada, fue un mal estudiante.
Su madre se lo llevó a Los Ángeles a los ocho años y sufrió la violencia de sus parejas. Harto de las palizas, Steve se unió a un pandilla juvenil y perpetró pequeños hurtos. A los catorce años, ingresó en un colegio para niños conflictivos, la Junior Boys Republic, una institución similar al Boys Town del padre Flanagan. Allí recapacitó y cambió de actitud.
A los diecisiete, entró en la Marina de los Estados Unidos, donde permaneció tres años. Aunque siguió caracterizándose por su temperamento indisciplinado, que le costó varios arrestos, también destacó por su valentía, pues rescató a varios compañeros que habían caído a las frías aguas del Ártico en unas maniobras.
Durante su primera estancia en la “nevera”, una celda de castigo, Virgil Hilts le comenta a Ives (Angus Lennie), un escocés con el que establecerá una emotiva amistad, que ha estudiado ingeniería química en la universidad con el dinero ganado en las ferias, realizando exhibiciones con motocicletas. A pesar de su condición de universitario, no nos costaría mucho trabajo imaginar que su niñez y juventud había sido tan accidentada como la Steve McQueen.
Sin embargo, las apariencias a veces engañan. Donald Pleasance, que interpreta a Blyth, el falsificador, parece un apacible oficinista aficionado a coleccionar sellos o mariposas, pero en la vida real sirvió en la RAF. Educado en una familia metodista cristiana, se declaró objetor de conciencia al comenzar la guerra, pero tras los brutales bombardeos alemanes sobre Londres, se incorporó al 166.º Escuadrón del Mando Bombardeos. Participó en casi sesenta misiones, una cifra asombrosa, pues casi nadie lograba sobrevivir a más de veinticinco incursiones. Derribado el 31 de agosto de 1944 en Agenville, al norte de Francia, saltó en paracaídas y fue apresado por los alemanes, que lo internaron en un campo de prisioneros. Dado que ya había iniciado su carrera como actor, alivió el cautiverio de sus compañeros organizando obras de teatro.
No era el único actor de La gran evasión que había combatido durante la Segunda Guerra Mundial. El británico Nigel Stock, que interpreta el papel de Cavendish, el topógrafo, era hijo de un capitán y luchó en las filas del Regimiento Assam en Birmania, China y la India, alcanzando el grado de mayor.
James Garner, que encarna al segundo estadounidense de la trama, el teniente Bob Hendley, proveedor, solo tenía trece años cuando los japoneses lanzaron su ataque contra Pearl Harbor. A los dieciséis, comenzó a servir en la marina mercante, realizando tareas de abastecimiento. Más adelante, combatiría en Corea en la 24ª División de Infantería. Herido dos veces, fue condecorado en las dos ocasiones con el Corazón Púrpura.
Richard Attenborough, el Gran X, llegó ser sargento de la RAF, pero no disparó un solo tiro. Como miembro de la Unidad de Producción de Cine, se limitó a filmar las incursiones británicas desde la posición del artillero de cola, exponiéndose peligrosamente al fuego enemigo.
Entre los actores alemanes también había excombatientes, como Hannes Messemer, que interpreta al coronel Von Luger; Til Kiwe, el soldado que descubre el túnel y que en la vida real protagonizó diecisiete intentos de fuga tras ser capturado por los estadounidenses; Hans Reiser, que hace de oficial de la Gestapo, y Robert Graf, el guardia tontorrón que teme ser enviado al frente ruso y que realmente combatió en la Unión Soviética. El filme no menciona que la fuga no habría sido posible sin la ayuda de varios guardias alemanes y algunos vecinos de los pueblos colindantes, asqueados con los crímenes del nazismo.
Dirigida por John Sturges, La gran evasión recrea un hecho real. La noche del 24 al 25 de marzo de 1944 se produjo la fuga más espectacular de la Segunda Guerra Mundial. 76 prisioneros de guerra lograron escapar del Stalag Luft III, un campo que había adoptado las medidas de seguridad más sofisticadas.
Los barracones se edificaron lejos de la doble valla de espino y sobre pilotes situados a unos 30 centímetros por encima de la superficie para neutralizar la posibilidad de construir túneles. La Luftwaffe, responsable del control del campo, contaba con sismógrafos para detectar cualquier actividad en el subsuelo y realizaba registros aleatorios, una táctica que inspiró el mote de “hurones” destinado a los soldados alemanes.
Los presos idearon ingeniosos métodos para deshacerse de la arena, crear sistemas de ventilación, falsificar documentos y fabricar ropa
Friedrich-Wilhelm von Lindeiner-Wildau, un veterano de la Primera Guerra Mundial, era el comandante del Stalag Luft III, un enorme complejo con seis recintos, ocho kilómetros de longitud y 10.000 prisioneros. Siempre respetó la Convención de Ginebra y dispuso que los detenidos disfrutaran de correspondencia, paquetes de comida de la Cruz Roja, equipamiento deportivo, biblioteca y proyecciones de cine.
A pesar de los privilegios, los prisioneros crearon de inmediato un comité para organizar fugas: la organización X. La llegada de Roger Bushell, uno de los ases de la RAF, impulsó un ambicioso plan. Bushell, al que se le asignó el nombre de Gran X, propuso que 200 prisioneros se fugaran provistos de documentación falsa, ropa de civil y comida.
El comité de fugas aceptó el plan y comenzaron a construirse simultáneamente tres túneles: Dick, Tom y Harry. Cada uno con nueve metros de profundidad para burlar los sismógrafos y superar los cien metros que separaban el campo del bosque colindante.
Tom fue descubierto cuando había alcanzado los 86 metros. Se concentraron entonces todos los esfuerzos en Harry, ideando ingeniosos métodos para deshacerse de la arena, crear sistemas de ventilación, falsificar documentos y fabricar ropa. Después de siete semanas de trabajo agotador, se acordó la fecha de fuga y se situó en primer lugar a los prisioneros que dominaban varios idiomas. El resto de las posiciones se establecieron por sorteo.
Durante la noche de la fuga, surgieron problemas inesperados. La tierra se había congelado y la salida del túnel se retrasó por la dificultad para abrir un boquete. Cuando finalmente se consiguió, se descubrió que el túnel se había quedado corto y no llegaba hasta el bosque. El primer prisionero cruzó los metros que le separaban de los árboles y utilizó una cuerda para indicar cuándo se hallaba el camino despejado.
50 serían fusilados por una orden personal de Hitler, 23 fueron devueltos al Stalag Luft III y solo tres completaron con éxito la evasión
Un bombardeo aliado complicó aún más las cosas. Un guardia vio a un prisionero saliendo del túnel y dio la alarma, abortando la fuga. Sin embargo, 76 ya habían logrado escapar. 50 serían fusilados por una orden personal de Hitler, incluido Roger Bushell; 23 fueron devueltos al Stalag Luft III y solo tres completaron con éxito la evasión.
En 1946, Paul Brickhill, un periodista australiano que se había alistado en la RAF y que participó en el plan de fuga, publicó La gran evasión. Brickhill, que había descartado huir porque sufría claustrofobia y no soportaba trabajar o transitar por los túneles, dedicó su obra “a los cincuenta”. Años más tarde, John Sturges hizo lo mismo con su película.
Desde joven, Sturges quiso llevar al cine la evasión, pero Louis B. Mayer objetó que el desenlace de la historia era muy amargo y nadie querría pagar para ver algo así. Doce años después, The Mirisch Company, una productora independiente, aceptó el proyecto y contrató a Sturges, que ya había rodado excelentes películas como Conspiración de silencio (1955), Duelo de titanes (1957), El viejo y el mar (1958), El último tren de Gun Hill (1959) y Los siete magníficos (1960), un gran éxito de taquilla.
Sturges ha pasado a la posteridad como un simple artesano y no como un director con un estilo propio, pero no se puede negar su eficacia narrativa. Con un gran sentido del ritmo y una sencillez deliberada, logra que las tramas discurran con fluidez y sin tiempos muertos. Algo que se cumple milimétricamente en La gran evasión, que hipnotiza al espectador desde su inicio.
Sturges sostenía que el espectador no debe advertir los movimientos de la cámara, pues restan credibilidad. Lo importante no es deslumbrar, sino saber contar una historia. Esta convicción le hizo escoger siempre con cuidado a los guionistas. En el caso de La gran evasión, confió la tarea a James Clavell, un aviador australiano que acaba de publicar King Rat (1962), un libro sobre su experiencia como prisionero de guerra en un campo de concentración japonés.
Clavell se mostró demasiado escrupuloso con los hechos reales y Sturges resolvió tomarse ciertas licencias, como introducir a dos estadounidenses en la peripecia, pese a que ningún prisionero de esa nacionalidad participó en la fuga. Surgieron así los personajes de Hilts y Hendley. El veterano William Riley Burnett, autor de los guiones de La jungla de asfalto y El último refugio, desarrolló sus historias e incluyó la ficticia celebración del 4 de julio, uno de los momentos culminantes, pues en pocos minutos asistimos a una brillante transición de la comedia a la tragedia.
Hilts y Hendley han pasado semanas fabricando un fortísimo licor con muchos grados de alcohol para celebrar la independencia de Estados Unidos e inesperadamente su fiesta coincide con el hallazgo de Tom. Desmoralizado, Ives trepa por la alambrada y un centinela lo ametralla ante la impotencia de Hilts, que intenta evitarlo forcejeando con un soldado alemán.
La gran evasión arrolló en las taquillas. Con un presupuesto de cuatro millones, solo necesitó un mes para recaudar doce
Uno de los aspectos más atractivos de La gran evasión se encuentra en las historias de amistad. Ives y Hilts componen una simpática pareja. Ives, un escocés bajito, enseguida congeniará con Hilts y se apoyará en él cuando su resistencia psicológica comience a desmoronarse. Algo similar sucede con Blyth, que buscará el amparo de Hendley al quedarse casi ciego. Cuando Roger Bartlett, el Gran X, le comunica que no podrá participar en la fuga por el estado de sus ojos, Hendley interviene y afirma: “Yo seré sus ojos”.
Willie (John Leyton) también ayudará a Danny, el rey del túnel (Charles Bronson), que sufre un ataque de pánico durante la huida a causa de su claustrofobia. Ashley-Pitt (David McCallum) sacrificará su vida por salvar a Bartlett, al que un oficial de la Gestapo ha identificado en el andén de una estación de tren. Ramsey (James Donald), el oficial más veterano y con más autoridad, y McDonald (Gordon Jackson), oficial de Inteligencia, serán los colaboradores más cercanos de Bartlett. Lejos de rivalidades y mezquinos intereses personales, pondrán toda su energía e inteligencia en organizar la fuga. El individualismo de Hilts desaparecerá tras la muerte de Ives. La pérdida de su amigo le hará comprender que lo personal siempre debe someterse al bien común.
Bartlett no es tan seductor como Hilts, pero su coraje y su capacidad de liderazgo le convierten en una figura ejemplar. Eso sí, le pesará la idea de que tal vez su plan de fuga desemboque en una represalia sangrienta. No se equivoca. Solo Willie, Danny y Sedwick (James Coburn), un australiano con gran habilidad manual y un inquebrantable sentido del humor, lograrán esquivar la cacería desatada por la fuga.
Hay que agradecer la elegancia de Sturges, que no muestra la ejecución de los cincuenta, limitándose a filmar la silueta de unos soldados alemanes en el crepúsculo mientras suenan los disparos. En realidad, los prisioneros fueron ejecutados por parejas o en solitario. Se les comunicaba que iban a ser trasladados y se les asesinaba por la espalda, sin ninguna clase de aviso.
La gran evasión se filmó en Múnich y sus alrededores. La réplica exacta del Stalag Luft III implicó talar 2.000 pinos que fueron plantados de nuevo al finalizar el rodaje. Sturges contó con el asesoramiento de Wally Floody, uno de los excavadores del túnel que por azar fue trasladado a otro campo el día antes de la fuga. Gracias a sus recuerdos, se pudieron realizar muchos ajustes, pero se alteró algo esencial. La fuga se filmó durante el verano de 1962, pero lo cierto es que transcurrió una noche helada de marzo, con todo el campo cubierto de nieve.
La banda sonora de Elmer Bernstein completó un filme absolutamente perfecto. A pesar de no incluir personajes femeninos —una acertada decisión de Sturges, que se negó a introducir una ficticia e inverosímil historia romántica, tal como pretendía la productora—, La gran evasión arrolló en las taquillas. Con un presupuesto de cuatro millones, solo necesitó un mes para recaudar doce.
A pesar del éxito, solo consiguió una nominación a los Oscar por el montaje de Ferris Webster, pero quizás logró algo más importante: la aprobación de los supervivientes, que elogiaron la película, restando importancia a sus licencias narrativas.
El tiempo ha demostrado que se trata de un gran clásico. Durante una de sus reposiciones en Reino Unido, consiguió atraer a 21 millones de espectadores, y actualmente pueden visitarse los restos del Stalag Luft III, que incluye un monolito de homenaje a los cincuenta caídos.
El comandante Von Lindeiner-Wildau, que se libró de una condena de cadena perpetua en cárceles británicas gracias al testimonio favorable de los prisioneros, donó una piedra para la construcción del monumento, expresando su pesar por el asesinato de los fugados.
La gran evasión fue una de las últimas grandes creaciones del Hollywood clásico. Los más de sesenta años transcurridos no le han restado un ápice de emoción. Cuando al final de la película Steve McQueen regresa a la nevera con su guante de béisbol y su pelota mientras se escucha la banda sonora de Elmer Bernstein, advertimos toda la magia del cine, su poder de suspender temporalmente la realidad y suplantarla por una ficción, pero en este caso no se trata de una fantasía, sino de una hermosa historia de amistad, coraje y rebeldía.