Fotograma de ‘El jorobado de Notre Dame’.

Fotograma de ‘El jorobado de Notre Dame’.

Entreclásicos

‘El jorobado de Notre Dame’, pedagogía para la vida

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Se ha dicho que El jorobado de Notre Dame es la película más sombría de la factoría Disney, pues aborda temas como el infanticidio, la lujuria, el racismo, el fanatismo religioso, la corrupción política y la limpieza étnica. Estrenada en 1996, los padres protestaron, alegando que no era una película infantil.

Pienso que esas quejas solo reflejan un concepto pueril de la tarea de educar. Es cierto que las imágenes y las tramas truculentas no son apropiadas para todos los públicos, pero no se debe escatimar la dureza de la vida a los más jóvenes, salvo que se pretenda frustrar su proceso de maduración. Disney no se equivocó. Su adaptación de Nuestra Señora de París, la novela de Victor Hugo, solo hiere la sensibilidad de los padres que pretenden mantener a sus hijos en una artificial minoría de edad.

La pedagogía de nuestros días ha alumbrado una sociedad infantil y atemorizada, a la que resulta fácil manipular. El jorobado de Notre Dame propone una pedagogía alternativa, una verdadera paideia que ayuda a crecer como ser humano. Frente a la intransigencia y el odio, exalta la solidaridad, la tolerancia y la ternura. Y lo hace con inteligencia y sin caer en el sentimentalismo.

Al escoger como protagonista a un joven discapacitado, obliga al espectador a realizar un ejercicio de empatía que solo puede llevarse a cabo abandonando su zona de confort. Al igual que John Merrick, el hombre elefante, Quasimodo ejerce una poderosa seducción, pues no hay en su interior una piza de resentimiento. Solo anhelo de amar y ser amado. Su soledad le causa mucho dolor, pero no ha logrado envenenar su alma, limpia y generosa a pesar de los agravios y las humillaciones.

Disney alteró el argumento de la novela, salvando a Esmeralda de la hoguera y a Quasimodo de una lenta agonía junto a sus restos. Sin embargo, logró conservar el espíritu de la obra, que denuncia la crueldad del poder, la hipocresía religiosa y el desamparo de los más débiles. Hay momentos oscuros, pero prevalece la luz.

Al inicio, la ciudad de París hierve de alegría y vitalidad. Los comerciantes exponen sus productos y negocian con los transeúntes. Los niños corren por las calles y las bandadas de palomas comunican el Cielo y la Tierra, insinuando que la eternidad roza el mundo silenciosamente. La Catedral no es un lugar opresivo, sino un remanso de paz y un refugio. Su umbral protege a los que huyen de un exterior inclemente. Es un espacio de asilo donde la ley no puede intervenir. Además, es el hogar de Quasimodo, que vive en el campanario y se encarga de su funcionamiento. Gracias a un bufón enmascarado, conocemos su historia.

Hijo de unos gitanos, el juez Frollo mató a su madre y estuvo a punto de arrojarle a un pozo con el pretexto de que era un monstruo, pero un monje de la Santa Cruz, la congregación que cuida la Catedral, impide que se consume el infanticidio. Frollo perdonará la vida al niño cambio de que viva en Notre Dame, no salga de ella y cargue con el nombre de Quasimodo, que significa "casi como", una alusión despectiva a sus malformaciones.

El monje acepta y el desdichado jorobado crece creyendo que Frollo es su protector, pues le visita una vez en semana y le transmite las enseñanzas de la fe cristiana, hábilmente deformadas para inculcarle sentimientos de culpa y sumisión. Le hace creer que su madre le abandonó y que él es su único amigo. Quasimodo interioriza la idea de que es una aberración de la naturaleza y acepta vivir confinado. Su única compañía son tres gárgolas que cobran vida por efecto de su imaginación.

Tras largos años de encierro, Quasimodo se escapa del campanario para asistir al Festival de los Bufones. La muchedumbre cree que su rostro es una máscara y le nombra Rey de los Bufones, pero cuando descubre que no se trata de un disfraz, comienza a maltratarlo. Atado a una rueda, sufre toda clase de vejaciones hasta que interviene Esmeralda y le libera, despertando su amor.

La gitana es una joven sensual y valiente. Acompañada por una cabra, consigue neutralizar a los soldados que pretenden detenerla. Siente un aprecio sincero por Quasimodo, pero se enamora de Febo, un capitán corpulento y bien parecido. Quasimodo no conoce la dicha del amor correspondido. Por el contrario, contempla con tristeza cómo su amada elige a otro. Al principio, se muestra resentido, pero finalmente acepta la situación. Febo y Esmeralda se aman y él no está dispuesto a odiarlos por eso. Son sus amigos, las primeras personas que le han tratado con respeto y cariño, y no merecen su inquina.

Quasimodo es un héroe —salva a Esmeralda de la hoguera—, pero también un perdedor. Está condenado a observar la vida desde lejos, como uno de esos niños pobres que miran deslumbrados el escaparate de una pastelería, sin ignorar que nunca podrá disfrutar de sus dulces. La dolorosa conciencia de sus limitaciones no desemboca en la perversidad de Ricardo III ni en el ansia de venganza del sanguinario Piccolino, el bufón de sesenta y cinco centímetros del Nobel sueco Pär Lagerkvist. Quasimodo es amable, tímido y desprendido.

Frollo es uno de los villanos más repelentes de Disney. Desea ardientemente a Esmeralda y se lo hace saber, retorciéndole el brazo y oliendo su pelo con lujuria. Es una escena inusual en una película infantil y, de hecho, logró a duras la calificación de apta para todos los públicos en Estados Unidos. Atormentado por su anhelo de yacer con una gitana, Frollo incendia París para apresarla y plantearle un horrible dilema: ser su amante o morir entre las llamas.

El jorobado de Notre Dame transmite un mensaje esperanzador y luminoso

Frollo está más cerca de Sade que de Maquiavelo. Su ambición de poder es menos intensa que su pasión carnal. Disney eludió la confrontación con la iglesia católica, omitiendo su condición de archidiácono de la Catedral. Como funcionario público, su pasión por Esmeralda resulta menos perturbadora.

Pese a las sombras que circulan por la trama, El jorobado de Notre Dame transmite un mensaje esperanzador y luminoso. Después de la derrota de Frollo y sus soldados, Quasimodo sale de la Catedral, incitado por Esmeralda. La muchedumbre le observa con estupor y cierto rechazo hasta que una niña se acerca a él y lo abraza.

El gesto disolverá definitivamente todos los prejuicios. Quasimodo será aceptado por todos y recorrerá las calles a hombros de sus vecinos. La banda sonora de Alan Menken añade colorido a una historia con momentos muy trágicos, pero también con escenas gozosas y divertidas.

El jorobado de Notre Dame es una buena historia de aprendizaje. Bien narrada y con personajes creíbles, constituye una buena aproximación a la vida en toda su complejidad. Nos habla de la exclusión, el maltrato, el abuso de poder, el racismo, el sexo, la muerte y la hipocresía. No se limita a mostrar el lado oscuro de la condición humana.

También exalta el coraje, la generosidad, la tolerancia, la ternura y la rebeldía. Quasimodo no consigue el amor de la chica, pero aprende a amarse a sí mismo. No es el típico final feliz, sino un desenlace mucho más inteligente. Las grandes batallas no se libran en el exterior. Acontecen en nuestro interior y poseen una belleza discreta, como la de esa niña que rescata a Quasimodo de la soledad con un abrazo.