Algunas de las propuestas que el ministerio dirigido por Irene Montero quiere aprobar para favorecer al colectivo de transexuales han encontrado una firme oposición no ya desde la bancada conservadora, sino desde las propias filas feministas de izquierda. En estos momentos está teniendo lugar una de las contiendas más amargas de la guerra cultural y que amenaza por partir el movimiento feminista en dos, ya que la diferencia de opinión, lejos de ser baladí, concierne al propio concepto de feminidad. ¿Qué significa ser mujer? ¿Es un mero sentimiento o es una cualidad inherente a unas características biológicas concretas? Es una pregunta incómoda para los partidarios de hacer el vocablo lo más inclusivo posible, y un verdadero caballo de batalla para las proponentes de la segunda ola del feminismo, lo que ha desembocado en un conflicto generacional bastante evidente y en el uso de apelativos como el de TERF (Trans Exclusionary Radical Feminist, en sus siglas en inglés) que son entendidos como peyorativos. En el mundo de la cultura, quizá el caso más sonado ha sido el de J.K. Rowling, pero no es ni mucho menos el único. Esta misma mañana nos hemos despertado con la noticia de que Gina Carano, actriz de The Mandalorian, ha sido despedida de la serie de Lucasfilm por varias comunicaciones en redes sociales en las que parecía mofarse del colectivo, además de unas comparaciones poco afortunadas con la persecución a los judíos en la Alemania nazi. Es un tema muy candente en Estados Unidos, en el mundo anglosajón y, por ende, en gran parte del hemisferio occidental. Figuras neoconservadoras como Jordan Peterson y Douglas Murray se han visto catapultadas al estrellato, en parte, por sus posiciones al respecto. La cuestión trans es uno de los debates de la década, y las posiciones son tan enconadas que nada parece indicar que se vaya a resolver pronto.
Los videojuegos, como artefactos culturales que son, también están recogiendo de diferentes formas estas inquietudes sociales. El reciente Tell Me Why o If found… presentan protagonistas en diferentes estadios de su transición, afrontando la cuestión de manera directa aunque no sea del todo su temática principal. Sin embargo, muchos otros juegos lo están haciendo de manera más sutiles. Por ejemplo, en las pantallas de creación del personaje. Cada vez más, en los juegos que admiten una cierta personalización del avatar protagonista, al principio, en lo que se conoce como la fase de creación de personaje, los estudios están cuidando mucho tanto el lenguaje como las diferentes opciones que ofrecen. Es difícil presentar una cronología precisa de cuándo estos cambios empezaron a aparecer en juegos comerciales de gran presupuesto y amplio alcance, pero creo que la primera vez que percibí el cambio fue en Far Cry New Dawn (2019). En el juego, en vez de elegir género, como solía ser habitual hasta entonces, se elegía “tipo de cuerpo” y presentaba las siluetas de una figura más propiamente masculina y otra más propiamente femenina. Fue un cambio tan sutil que pasó desapercibido para casi todo el mundo y apenas generó conversación. Sin embargo, la tendencia, durante el año pasado, fue en aumento.
En Demon’s Souls (2020), el remake de la obra original de Hidetaka Miyazaki, la opción tiene más intríngulis. A la hora de elegir el género está “Body Type A” y “Body Type B”, con unos iconos realmente pequeños y obtusos que complican la decisión. Uno podría dar por sentado que la opción A es la que se refiere a un cuerpo masculino, pero es justo al revés. Demon’s Souls está considerado un remake extremadamente fiel al original, pero está claro que en esta decisión se percibe, no solo los casi doce años que han pasado entre uno y otro, sino la situación geográfica de los dos estudios. BluePoint Games, autores del remake, está afincado en Austin, Texas, pero es un estudio occidental. Los juegos de Ubisoft han llevado esta cuestión incluso más lejos, más allá de que en Assassin’s Creed Valhalla se pueda elegir el sexo de Eivor, es precisamente en Immortals: Fenyx Rising, un juego aparentemente dirigido a un público más infantil, donde han decidido dar un paso más allá. En la pantalla de creación de personaje, se puede elegir no ya entre el cuerpo A y B, sino entre voz A y B, ya que Fenyx no es un protagonista mudo como el de Far Cry: New Dawn o el de Demon’s Souls. Lo interesante es que las dos opciones no van de la mano, por lo que se puede optar por un cuerpo A (hombre) y por una voz B (femenina), o viceversa.
Desde el año 2009, Blizzard permitía cambiar el género del avatar en World of Warcraft por el módico precio de 15 dólares. El año pasado, con el lanzamiento de la expansión Shadowlands, optaron por eliminar la tarifa, ya que, según ellos, no transmitía el mensaje adecuado. En estos momentos, cambiar de género en el mundo de Azeroth es tan fácil como ir al barbero. En Final Fantasy XIV se sigue necesitando una poción, Fantasia, que se vende por unos ocho euros. Naoki Yoshida, director y productor, lo ha explicado en varias entrevistas alegando que la decisión de cambiar de género es algo más que cortarse o teñirse el pelo, y que tiene unas consecuencias muy reales que no deberían tomarse a la ligera, ni hacerlo cada mañana dependiendo de cómo uno se sintiera. Es importante recalcar que Final Fantasy XIV tiene varias razas con una sola opción de género y que en los MMO suele haber un cierto trato diferente a jugadores percibidos como masculinos o femeninos, con ventajas según se mire.
La cuestión trans es tan endiablada porque las sensibilidades al respecto se reparten por un espectro muy amplio. Muchas veces se incurre en el error de meter a posturas diferentes en el mismo saco. No ya a feministas que tienen un concepto contrapuesto de lo que significa ser mujer, ni al colectivo LGBTQ+ —con experiencias y desafíos propios muy diferentes— sino también a los transgénero y los transexuales. ¿Defienden realmente lo mismo quienes consideran que la apariencia o expresión física externa lo significa todo y los que creen que es meramente circunstancial? ¿Quienes consideran que la identidad de género es inmutable y quienes lo consideran un aspecto fluido que puede cambiar incluso cada mañana? Desde un punto de vista político, se ha presentado la cuestión trans como un juego de suma cero donde todos los colectivos ganan en la ampliación de derechos, pero solo es necesario un mínimo de honestidad intelectual para reconocer la encarnizada lucha que se está dando con argumentarios que no parece que puedan coexistir, y que una legislación hecha sin grandes consideraciones a los aspectos más complejos podría provocar algunos desmanes que no por infrecuentes debieran considerarse menos graves.
En cuanto al mundo de los videojuegos, que al final es lo que nos atañe, la duda está en si todos estos cambios que se han ido sucediendo en los dos últimos años se deben a una concienciación social; a un activismo militante por parte de los desarrolladores, o más bien a un intento cínico de las empresas editoras por cubrir todas las bases y adelantarse a posibles polémicas. Al fin y al cabo, desterrar los vocablos “hombre” o “mujer” de las pantallas de creación de personaje es un gasto anecdótico, y no parece que haya levantando ningún tipo de controversia en un terreno tan sensible a todo lo que pueda ser considerado “colonización woke”. Se da incluso la paradoja de tener juegos con una evidente raigambre conservadora, como Call of Duty Black Ops Cold War, donde se ofrece la opción de elegir un protagonista no binario, con los personajes de la trama utilizando los pronombres “they” o “them” para referirse a Bell. ¿Cuánto hay de convicción sociopolítica y cuánto hay de investigación de mercado? Y si es lo segundo, ¿realmente consideran en Activision que el público potencial de la franquicia militarista está preocupado por la representatividad de las personas no binarias? ¿O es una forma que tienen los desarrolladores de Raven de colocar sus ideales sin grandes aspavientos? Son preguntas abiertas que no tienen fácil respuesta, pero que demuestran la constante evolución del medio. Solo necesitamos un poco de perspectiva, como la que nos ofrecen los 23 años de distancia entre Final Fantasy VII y su remake, para ver cómo han cambiado las cosas. Mientras en el original, la transformación de Cloud para acercarse a Don Corneo buscaba arrancar una carcajada, en el remake los desarrolladores se han marcado un alegato queer triunfal.