“Esta es la historia de un hombre llamado Stanley. Stanley trabajaba para una compañía en un gran edificio donde era el empleado número 427. El trabajo del empleado 427 era simple. Se sentaba en su escritorio en la Habitación 427 y presionaba los botones en un teclado. Las órdenes le llegaban a través del monitor en su escritorio, diciéndole qué botones presionar, durante cuánto tiempo y en qué orden. Esto es lo que el empleado 427 hacía cada día de cada mes de cada año. Y aunque otros lo habrían considerado desgarrador para el alma, Stanley disfrutaba de cada momento en el que llegaban las órdenes, como si hubiera sido creado exactamente para este trabajo. Y Stanley era feliz.”
Estas son las primeras palabras del Narrador en The Stanley Parable, el influyente videojuego de Davey Wreden y William Pugh, un par de veinteañeros que sin apenas experiencia lanzaron en 2013 una de las pocas obras que podemos considerar metalúdicas de verdad. Ahora llega la versión Ultra Deluxe, una actualización con más contenido y con un nuevo motor gráfico (Unity) que ha facilitado su salida en consolas. Es también uno de los casos más característicos de voces narrativas específicas en videojuegos y cómo el recurso se puede utilizar para reflexionar sobre la naturaleza del medio, el sentido de agencia y el diálogo que se establece entre jugador y software para pergeñar una experiencia personalizada.
Las primeras frases del Narrador en The Stanley Parable encapsulan la prosaica realidad que subyace tras la colorida fachada de los videojuegos. Sentados ante una pantalla, pulsamos teclas o apretamos botones siguiendo las órdenes que recibimos. Y así somos felices. ¿Por qué? Es aquí donde se produce la desconexión fundamental de los que no entienden el atractivo del medio. ¿Qué tiene de interesante o incluso absorbente pulsar una serie de botones en un orden determinado? La respuesta es simple. Todo lo demás. Todo lo que aporta significado a una experiencia que en su esencia básica no es más que un aburrido trabajo de oficina.
En la reciente serie de Apple+ Severance (con claras influencias de este juego), los trabajadores se sientan delante de una pantalla y agrupan números en unos montones según las “emociones” que les provocan. Resulta incomprensible e inexplicable por la radical falta de contexto. La magia de los videojuegos precisamente surge cuando el contexto realza la acción mecánica de pulsar botones y mover joysticks en una u otra dirección. Son los valores representacionales (arte gráfico, narrativa, música, etc) y un diseño mecánico inspirado lo que dota de significado una actividad aparentemente “desgarradora para el alma”. Al ambientarlo todo en un edificio de oficinas, los diseñadores pueden dejar de lado estas distracciones para centrarse en el ejercicio intelectual más abstracto.
The Stanley Parable no para de hacernos preguntas. El juego, no el Narrador. El Narrador parece tenerlo muy claro. Llegamos a una sala con dos puertas y proclama con seguridad que Stanley cruzó el umbral de la derecha. Pero, ¿y si vamos por la izquierda? Los medios pasivos dirigen la lectura con mano de hierro. No hay alternativa. Con los videojuegos, con el software, es bien diferente. Podemos ir por la puerta de la izquierda. Y cuando el narrador pugne por retomar el control del relato, podemos seguir desafiándole. O no. Es en ese espacio de posibilidad donde los creadores vuelcan su faceta más experimental en el que cabe de todo, desde ponderaciones existencialistas a dar rienda suelta a una vis cómica de fina ironía. Es una pieza que no desentonaría en un entorno museístico. Trasciende los parámetros de producto cultural para flirtear con la definición de arte con un innegable valor performativo.
Esta edición Ultra Deluxe que acaba de lanzar el estudio Crows Crows Crows funciona a la vez como remake y como secuela, incluyendo nuevo contenido que reflexiona sobre el original y construye sobre el discurso que se elaboró a partir del lanzamiento hace casi diez años del original. También elabora una crítica acerada a los apetitos insaciables de una industria voraz, la pereza creativa de empresas que tratan de explotar un éxito inmerecido y los impulsos de una comunidad que no sabe bien lo que quiere.
Revelar las sorpresas que el juego esconde estropearía la experiencia. Hay que sumergirse en The Stanley Parable Ultra Deluxe con la mente abierta y sin expectativas, preparado para cualquier cosa. La compleja relación que se establece entre nuestro avatar y el Narrador, el verdadero protagonista de la función, es digna de elogio. Es cierto que el juego, a pesar de su nuevo contenido, no causa tanto impacto como hace diez años, pero no tiene desperdicio de ninguna forma. Una obra maestra imprescindible para todos los interesados en el medio de los videojuegos.