Espejito, espejito (como alguien apuntándote con una cámara)
A menudo nos preguntamos sobre los asuntos que tienen que ver con el impacto que provoca en el mundo de la música el nuevo momento digital y su medio de difusión predilecto: Internet. El debate está ahí, abierto en canal aunque todavía vivito y coleando (y menos mal, por la cuenta que nos trae). Es rara la semana en que unos y otros, especialmente músicos de distinto pelaje pero también integrantes de sellos u otras formas de la industria, no se pronuncian sobre sus efectos desde sus respectivos rincones del cuadrilátero.
Así, por ejemplo, entre la última cosecha de declaraciones notables, tenemos las de dos de los habituales en la bronca. Ya de hace unos meses, la de David Byrne cuestionando con argumentos el nuevo paradigma y sumándose a muchos otros en su crítica al sistema de plataformas como Spotify en un artículo dentro de su columna de The Guardian , donde escribe frases como "Internet absorberá todo el contenido creativo, el boom del streaming digital podrá generar beneficios para los sellos discográficos y contenidos gratuitos para los consumidores, pero significa el desastre para los artistas actuales". O Steve Albini, en una entrevista de John McDuling para Quartz, donde declara alborozado que la difusión musical que facilita Internet, hasta cualquier confín del globo de forma gratuita y al margen de intermediarios, ha sido lo más grande que le ha pasado a la música desde el advenimiento del punk-rock. Internet habría resuelto de un plumazo eso que él mismo describiera en 1994 como "El problema de la música" al convertir a los antaño omnipotentes intermediarios en algo potencialmente irrelevante.
Ni qué decir tiene que en La columna de aire nos interesan y mucho esta clase de opiniones y debates y tratamos de reflexionar sobre ellos y escribir lo que nos parece al respecto en cuanto nos dan ocasión. Sin embargo hay otra cosa que está pasando en la relación de la música con la híper difusión digital e Internet a la que quizá ni músicos, ni comentaristas, ni críticos, ni público ni, desde luego, eso que llamamos industria, estemos prestando la atención suficiente, si bien es algo que aparece habitualmente en las conversaciones y está en el aire.
Creo no estar diciendo más que obviedades si afirmo que la bendita Internet no es únicamente el lugar de los intercambios más o menos legalizados, más o menos gratuitos de música y todo lo que la rodea. Es, antes que eso, más intensa y potentemente que eso, un lugar de intercambio velocísimo de opiniones, pareceres, dictámenes, juicios y retroalimentación entre personas. Y, al mismo tiempo, un escaparate de lucimiento constante de apariencias por parte de muchos, entre ellos una cantidad importante de músicos que intentan cimentar un perfil público que antes se rellenaba con fotos de promo, alguna entrevista y un par de videoclips.
Esa cosa que a lo mejor estamos dando por hecha y pasando un poco por alto, a la que quizá no estamos prestando suficiente atención no es otra que cómo está afectando Internet a la relación emocional de los músicos con los que reciben sus obras (el público, los críticos, etc.), cómo afecta la inmediatez y fragilidad de la respuesta, el feedback que llega o deja de llegar desde la red de redes sobre cualquier nueva propuesta, la proliferación de voces que elaboran sus críticas personales en perfiles sociales, webzines o blogs. Y también, por qué no, cómo está afectando a la creatividad y el trabajo de composición, ensayo o producción musical de los músicos, el tiempo y esfuerzo que ahora deben dedicar a su posicionamiento o engalanamiento en los social media, a la preocupación y cuidado de su pequeño jardín de imagen personal y a la relación con el público (cuando no a zafarse de ataques frontales o subterráneos) en las redes sociales.
Así, por encima de voces como esas de Byrne o Albini hablando de si Internet mata o hace más fuerte el medio de vida de los músicos, últimamente nos hemos fijado más en lo que algunos miembros de este gremio están declarando acerca de ese aspecto del impacto emocional y creativo de la parte social de la actual coyuntura. Por ejemplo, en las recientes declaraciones de otros dos músicos, Beck y Shlohmo, tan distintos entre sí en muchos aspectos como igualmente vinculados con la creación por libre y la utilización de Internet para darle visibilidad.
En la entrevista del pasado marzo de Beck para The Quietus, tenía lugar la siguiente conversación:
Joseph Stannard: ¿Echas de menos la época en la que había menos personas prestando atención, cuando no obtenías una respuesta instantánea a través de Internet?Beck: Creo que la mayoría de los músicos en los últimos diez o quince años han estado haciendo un ajuste de gran magnitud a esa circunstancia. Ese tipo de opinión aparentemente consensuada que se obtiene a través de Internet, a través de los blogs y los comentarios y retroalimentación de los social media, todas estas cosas se presentan como algo intimidante para músicos, cineastas, cualquier persona creativa, debido a este tipo de información instantánea, que es intensa. A veces pienso que puede deformar el sentido de lo que estás haciendo. Y creo que ha deformado las perspectivas de la gente. A mí me ocurrió un poco y a otros músicos que conozco. (Por lo que he) hablado con amigos que han tenido esta discusión con gran cantidad de otros músicos, han aparecido esos “dolores de crecimiento” hasta que nos hemos acostumbrado a ese tipo de respuesta (procedente de Internet). Y, posiblemente, (ha sido) un período en el que ha habido un poco de auto-consciencia. Siento que en buena parte he salido de ese momento de ajuste, porque ya me he acostumbrado, pero diría que (ahora) tal vez pienso diferente acerca de las cosas que hago, me cuestiono las cosas de una manera que nunca habría tenido en los años 90, cuando estaba empezando.
Joseph Stannard: ¿Tiene aspectos positivos?
Beck: Hay todo tipo de cosas positivas (...) Creo que no hemos sido capaces de sacar ventaja de este tipo de flujo creativo instantáneo que Internet hace posible. Tal vez si eres un músico de hip hop subiendo mixtapes un par de veces al año y obtienes una reacción instantánea de la calle… pero en muchos de los otros mundos musicales aún se sigue estando en ese modelo antiguo que no se ha involucrado con Internet. Para el Record Club (...) grabábamos un disco y lo poníamos en mi web, y se podía sentir una especie de ida y vuelta (...) Pero con Internet, sientes como que lo lanzas al éter, no estás seguro de quién lo está viendo o si está siendo recibido en absoluto. Hace un par de años subí algunas canciones inéditas en YouTube y no dije nada en ningún sitio. No vi a nadie mencionarlo.
En esta misma línea, poco antes, en una entrevista para The All Songs Considered de npr.org, el músico californiano había afirmado algo parecido de forma aún más clara:
(...) pienso que el auge de Internet y todos los blogs y el tipo de la crítica de Internet ha afectado a muchos músicos. Tienes esa clase de voz crítica en la cabeza, como de alguien que te apunta con una cámara o un espejo, y se es poco más auto-consciente. Me parece sentirlo en la música en los últimos 10 o 12 años. Cuando empezaba, solamente lanzabas lo que hacías; no tenías ni idea de lo que la gente pensaba. Habría un par de críticas de discos, pero realmente eras completamente ignorante e inconsciente de lo que la gente pensaba. A no ser que estuvieras tocando en directo – ya sabes, podrías tocar una canción y que a la gente no le gustara. Eso pasaba a menudo.
El veterano Beck, dirán algunos de ustedes, ignorando la actividad de intercambio y don con que en los últimos años se ha prodigado especialmente en su web (con los homenajes a discos con invitados de lujo del Record Club, las mixtapes de Planned Obsolesce, las entrevistas de Irrelevant Topics...) Pero, venga, vale, aceptemos que a Beck pueda haberle sorprendido y descolocado la fuerza de la red y lo digital. Pero, a continuación, nada más dar por buena tal idea, llamemos a declarar a Henry Laufer conocido como Shlohmo, uno de esos jóvenes músicos que salieron del anonimato desde Myspace y a quien un experto como Laurent Fintoni ha llamado: "un vivo ejemplo de la nueva generación de productores de Soundcloud que están reclutando fans a mansalva sin la ayuda ni la necesidad de un sello (...) una generación de chavales que son plenamente digitales: su laptop es su estudio de producción y la interfaz con la que publican su música e interactúan con su público."
Shlohmo ha saltado a la palestra recientemente por sus explosivas declaraciones a Planet Notion sobre la relación de los músicos actuales con la industria musical, que han encontrado eco en otras publicaciones:
Todo el mundo está dentro (de la industria musical) por razones equivocadas y cada vez hay menos gente a la que no le pase eso. Llega a resultar complicado de verdad encontrar músicos que no sean ejecutivos. Hoy todos los putos músicos son hombres de negocios. Están en su Soundcloud con sus corbatas puestas intentando promocionarse, pagando por anuncios en Facebook, intentando hacer que me guste su puta página y me baje sus EPs y demás. Resulta arduo y peliagudo encontrar nueva música de esa forma. (...) Todo el mundo va detrás de firmar un contrato y de un puto selfie.
Como vemos, Shlohmo (el joven cibernauta Shlohmo), que acaso eche de menos los tiempos del grupo de Myspace de unas 300 personas en el que comenzó a dar a conocer sus producciones, no resulta tan reflexivo como Beck, ni vacila o duda sobre lo que piensa ni al decirlo. Su experiencia, la de la gente que él conoce, está un paso más allá del bofetón del nuevo paradigma digital y móvil sufrido por la generación anterior. Su punto de vista se erige sobre el aprovechamiento y el cuestionamiento desde el punto de vista artístico del nuevo tejido de contradicciones de la Red. Shlohmo, salido de entre los primeros creyentes y las catacumbas de la música 2.0, practicante confeso de la libre distribución P2P, pone la cuestión narcisista sobre la mesa vinculándola con las nuevas tendencias de un mercado y de una industria musical que ahora parece por momentos surgir de las propias mentes, como un código de barras interiorizado de los creadores en general y los músicos en particular, en una especie de desfile de seducción de la mercadotecnia del yo.
¿Hasta qué punto el juicio por combate que impone la opinión multiplicada que emerge desde Internet está afectando al juicio creativo y la independencia de los músicos hoy? ¿Está una parte de los músicos actuales dejando de lado a los intermediarios clásicos para acabar convirtiéndose ellos mismos en intermediarios y dejar, en buena medida, de ser creadores? O lo que es peor, ¿se transforman algunos músicos en una especie de relaciones públicas dedicados a vender esa independencia vacía al mejor postor? Parecen cosas lo suficientemente significativas como para hacérselas mirar.
Mientras tanto los ecos de esas dos voces, diferentes pese a lo aparentemente obvio de sus postulados, se mantienen reverberantes en el desfiladero del presente musical como pidiéndonos que prestemos atención. Ecos que son como reflejos de un cuerpo que se busca en un hall de espejos. O, más bien, como el reflejo distorsionado de ese cuerpo.