'Descansa en paz, Dick Johnson': engañar a la muerte
Todo aquel que esté interesado en las endiabladas formas de retorcer los códigos del documental en primera persona encontrará en la película de Kirsten Johnson varios motivos de fascinación
Los colaboradores de la revista Film Comment votaron Cameraperson como la mejor película de 2016. Se trataba del primer largometraje documental de Kirsten Johnson, una directora de fotografía de dilatada y premiada trayectoria (Citizen Four, de Laura Poitras) que armó su debut mayormente con metraje descartado de multitud de documentales en los que había trabajado a lo largo de los años y alrededor de todo el mundo. Dotándolo de un orden concreto y comentando las imágenes en off, Cameraperson adquiría una cualidad excepcionalmente íntima y subjetiva a pesar de nutrirse de imágenes en principio filmadas para otros. El filme tenía la extraña y prodigiosa virtud de mostrar una reveladora reflexión sobre el poder de la cámara para capturar la realidad, al tiempo que se ofrecía como una suerte de “memorias” de la directora. Se trataba sin duda de un filme único y fascinante, en el que cine y vida neutralizaban cualquier línea divisoria, es decir, en el que hacer y ver cine se revelan en sí mismos como actos existenciales.
En su segundo documental en solitario, producido y disponible en Netflix, Johnson aún lleva esta idea más allá. Descansa en paz, Dick Johnson pertenece a la estirpe de aquellas películas de naturaleza indeterminada que generalmente nacen de una necesidad existencial y se convierten en otra cosa, en este caso en una luctuosa y conmovedora comedia. La directora no puede concebir la idea de vivir sin su padre, con quien siempre ha mantenido una relación idílica, pero éste ya ha iniciado su proceso de desaparición: la memoria empieza a fallarle y parece abocado al mismo destino que tuvo su mujer, acabar desintegrándose bajo el azote del Alzheimer. Para espantar el trauma que se avecina, la directora propone a su padre hacer una película con él en la que pondrá en escena, sucesivamente y de varias formas, su fallecimiento. Quiere hacer una suerte de película-shock para asimilar lo inasimilable, llevar la tragedia al territorio de la comedia y el simulacro. Dick Johnson, que es un psicólogo jubilado y un tipo de lo más afable, acepta encantado.
En un momento dado, Dick Johnson se duerme en el ataúd que su familia le ha comprado. La impresión que le produce esa imagen a su mejor amigo le remueve profundamente. Dice a la directora que no cree que la película que está haciendo pertenezca al territorio de la fantasía, dado que eventualmente Dick Johnson será enterrado en ese ataúd. Digamos que ese es el sentido de lo luctuoso que se apodera del filme, y que adquiere matices macabros en determinadas formas en las que vemos morir a su protagonista (o a los dobles que utiliza su hija), sea aplastado por un electrodoméstico de aire acondicionado, bajando las mismas escaleras en las que se mató su mujer o atropellado por un coche. También se atreve a recrear sus viajes post-mortem, en el paraíso, bailando con su mujer, comiendo chocolate, mediante la puesta en escena de cuadros vivos de estética camp, para reforzar la fe en la Iglesia de los Adventistas del Séptimo Día en la que fue criada por sus padres. Puede que en determinado momento nos creamos a pies juntillas la filmación de su muerte, ficticia o no, si bien desde el prólogo estamos advertidos de que todo es una representación y su padre se interpreta a sí mismo. Obviamente, no todo lo es.
Todo aquel que esté interesado en las endiabladas formas de retorcer los códigos del documental en primera persona y desdibujar por completo las líneas que supuestamente separan el cine de la vida –la propia directora se describe como una “persona cámara”– encontrará en esta película varios motivos de fascinación. Es realmente única en su especie. Asistimos a las estrategias cinematográficas que encuentra una experimentada documentalista para encontrar la distancia justa desde la que filmar a su padre como si éste se observara a sí mismo, inventándolo para la cámara pero al mismo tiempo revelándonos su intimidad, el proceso de su desaparición. Quizá la forma más honesta de autorretratarse es filmando tu mayor temor. Y eso es precisamente lo que se propone Kristen Johnson en Descansa en paz, Dick Johnson, que a la postre es tanto un retrato de su padre como de ella, pero sobre todo una maravillosa forma de engañar a la muerte, pues no es si no ese y ningún otro el propósito del cine desde su nacimiento. No sé si será la mejor película del año 2020, que bien podría serlo, pero desde luego es una excelente opción para estos tiempos que danzan con la muerte.