Viva lo mío
Radio Clásica nos llevó el otro día a Cardiff, la capital de Gales. Pasaron el concierto que ha dado la Orquesta Nacional de la BBC de Gales para celebrar los cinco años de la inauguración del Hoddinott Hall, la sala que es sede de la Orquesta galesa y lleva el nombre de Sir Alun Hoddinott, patriarca de los compositores galeses. Dirigía Grant Llewellyn, nacido en Tenby, en Pembrokeshire, el finisterre galés. Cantaba la soprano Rosemary Joshua, de Cardiff, y el concierto empezó con Badger in the Bag, el tejón en la bolsa, de Hoddinott, sobre un relato tradicional galés recogido por el escritor galés... y yo me puse muy nervioso. Se me dispararon las alarmas: siete veces “Gales” en apenas siete líneas, todas esas íes griegas y uves dobles, todas esas consonantes geminadas, la idea de orgía local, o peor aún, localista, me estropeó la audición. Tuve que hacer un gran esfuerzo y movilizar todas mis reservas de autocontrol —que no son gran cosa— para hacer imperar la racionalidad y convencerme de lo obvio: no pasa nada por dedicar hora y media a disfrutar el producto local de esta región o la otra. Parece incluso lo propio: atender a lo de aquí (porque si no lo hago yo, quién lo va a hacer) y alcanzar la universalidad profundizando en las particularidades y agregándolas. Hoy Cardiff, pues mira qué bien. Mañana, la Provenza. El Auditorio en cuestión no está nada mal (con el bonito lema “En estas piedras cantan los horizontes” en el frontispicio, inscrito en inglés y en galés), Hoddinott es un compositor de mérito y, bajo la batuta de Llewellyn, la BBC de Gales sonó bastante bien en muchos momentos. La soprano del lugar afrontó “Exsultate, Jubilate” de Mozart como casi todas: con resultados ascendentes, dureza al principio y mucho mejor después, cuando la voz logra asentarse y entrar en calor.
[caption id="attachment_401" width="560"] Fachada del Hoddinott Hall de Cardiff[/caption]
En resumen, un bonito concierto. Pero yo, nervioso perdido. ¿Por qué me produce tanta aprehensión la pasión local? A lo mejor porque he contado los millones de muertos que el patriotismo, también llamado nacionalismo, viva lo mío (y muera lo del otro), ha causado en los últimos cien años y sé el poder que tiene la música para convertir en acciones (en bayonetazos) las emociones. Me ofende, además, la ridiculez del asunto: hay centenares de patrias, pero todas ellas son “la patria”, la verdadera, la única, por la que vale la pena morir (y matar). En fin, veo lo obsesivo y desquiciado de buena parte de estas quejas mías, pero también sospecho que tienen un fondo de solidez. La ética, el altruismo, procede por círculos concéntricos: amo al prójimo (al lejano, se deduce, que le vayan dando), al parecido, al de aquí. Aplícase a las especies, a las naciones, a los pueblos, a las familias, a los amigos... En el trazado de esos círculos, en la abertura que consiga darle yo al compás que los dibuja, está la madre del cordero. Creo.