Eva Sandoval tiene voz indiscutible. Ella habla —sin énfasis, no como yo— y tú, de primeras, te lo crees. Luego ya racionalizas y, si hace falta, que rara vez hace falta, dudas, como con todo el mundo. Además es musicóloga con fundamento. Comunicadora con cosas que comunicar: pura radio. A lo largo de este mes de octubre, su programa “Grandes Ciclos” de Radio Clásica está dedicado a Rafael Frühbeck de Burgos, que murió este verano a los ochenta años. La figura de Frühbeck en el podio vista desde el gallinero del Teatro Real, su gesto dominador, su braceo cruzado (subiendo la izquierda cuando bajaba la derecha y al revés), su forma de inclinarse sobre el pianista solista hasta casi posar las orejas sobre el teclado, es una de las imágenes de mi infancia. En sus conciertos de los últimos años sesenta y primeros setenta al frente de la Orquesta Nacional, Frühbeck me desfloró el oído con los ballets de Falla, “El sombrero” y “El amor brujo”, y con todos los sinfoniones alemanes. También con “La consagración” de Stravinsky y, sobre todo, con “La pasión según san Mateo”, que me fascinaba cada Semana Santa. Esperaba yo un año entero, todo ilusionado, a ver si volvía la contralto Norma Procter, ¡qué color!, con aquel “Erbarme dich” que te dejaba desarmado, y a ver si volvía también aquel señor de barba y melena que tocaba la viola da gamba en un aria toda llena de puntillos. Puntillos, nada más fácil de medir, pensaba yo, estudiante de solfeo, pero entonces por qué me sonaba irresistible ese ritmo tan sencillo. Luego aprendí que “La pasión” se hacía mejor con cincuenta músicos que, como hacía Frühbeck, con doscientos. Y que aquel señor se llamaba Jordi Savall y era un maestro del ornamento y del fraseo.
Frühbeck había heredado la Nacional de Ataúlfo Argenta en 1958. De la mano de su crítico amigo, Antonio Fernández-Cid, le ganó la partida al otro tándem, el que formaban el director Odón Alonso y su paladín, el crítico Enrique Franco. No podían ser más distintos. Frühbeck era un individuo alfa, una fuerza de la naturaleza de oído certero y memoria poderosa, un concertador infalible, formidable acompañador de solistas, artista eficaz, poco amigo de sutilezas, feliz en el repertorio más tradicional. Para los músicos de la orquesta, tener a Rafael Frühbeck delante era garantía de que todo iba a ir bien y de que, si algo se acababa torciendo, él lo enderezaría con arte y dominio. Odón era lo contrario: todo él gracia, simpatía y musicalidad, frágil de técnica, atento más a la poesía de la orquesta que a su ajuste, introductor en España de obras maestras del siglo XX, como los Gurre-Lieder de Schönberg o la Sinfonía Turangalila de Messiaen. Los músicos le seguían con inquietud, atentos siempre al concertino y contando compases como locos.
Frühbeck de Burgos fue descabalgado de la Nacional en 1978 por el Duque de Alba, Jesús Aguirre, entonces Director General de Música. Se le atribuye a él —y a otros tres o cuatro— esta maldad: «a Rafael, Falla le suena a Frühbeck y Beethoven a Burgos». La gracieta le cuadra a la mente jesuítica del Duque y a su lengua venenosa. Pero es verdad que en el Frühbeck de aquella época era más fácil encontrar contundencia que finura. Pero supo cambiar. Creció mucho como músico en su periplo posterior, casi cuarenta años dirigiendo grandes orquestas y óperas del mundo, algunas como titular. Volvió a la ONE en 1998 como Director Emérito, ¡y volvió a hacer “La pasión”!, ahora a la moderna —o sea, a la antigua— con menos músicos y menos acento romántico. No estaba ya la Procter, pero Frühbeck se trajo a Christoph Pregardien como Evangelista y a Thomas Quasthoff para las arias de barítono. Y se mostró más abierto a la composición actual. Estrenó música de estéticas variadas, desde García Abril y Palomo hasta Verdú y Tomás Marco. Me pareció admirable esa capacidad de evolución, máxime teniendo en cuenta el megaego que se gastaba don Rafael, como tantos otros directores de primera fila. Sus últimos años fueron de mucha altura artística. Fascinó a las mejores orquestas americanas, que se lo estuvieron rifando hasta el mismo momento de su muerte. Yo me quedé con las ganas de verle hacer este verano “La consagración de la primavera”, uno de sus caballos de batalla, con los jóvenes talentos del Encuentro de Música y Academia de Santander, que organizamos en la Fundación Albéniz. Le hacía mucha ilusión, pero no llegó.