[caption id="attachment_684" width="590"] Arcángel y Cortés, a punto de subir al tablao del Corral de la Morería[/caption]

 

Ayer y anteayer, dos noches de música a pelo en el Corral de la Morería. El gran Arcángel grababa ahí, en vivo, a sala llena, su próximo disco. Se llamará “Tablao”, porque el hombre quiere recoger, precisamente, ese sonido nocturno tan peculiar y tan difícil de reproducir en un teatro o, peor aún, en un estudio. El del tablao es un sonido sucio, manchado de copas, comandas, susurros varios, flamenqueo, sillas de enea, conversaciones en japonés, jaleos con mucho arte y otros con menos. En el tablao se junta el público saleroso con el esaborío. El del tablao es un sonido cercano: cinco metros, diez todo lo más. A esa distancia se oye todo: la frase musical completa, claro, pero también las circunstancias de la emisión en todos sus matices, accidentes y sutilezas, en todos sus roces, en su casuística de cuerdas vocales, boca y senos nasales, de uñas, yemas y cuerdas entorchadas, de palmas, suelas y nudillos... A esa distancia, la musicalidad (si el artista la tiene) explota en mil piezas vivas, como una gota de agua vista al microscopio.

Nada de eso está al alcance de nadie en estos días en los que todo el mundo canta y toca amplificado, aun en los locales más pequeños. Lo habitual ahora es ver al cantaor armado de micro color carne en el carrillo, petaca emisora en el cinturón y cable disimulado entre lo uno y lo otro. Eso es progreso en algunos sentidos y regreso en otros: no todas las piececitas de musicalidad sobreviven al viaje eléctrico.

Pero esta vez pudimos oír a Arcángel desenchufado, sin electrones. Su voz ligera pero vividas, aguda pero expresiva. El tablao estaba sembrado de micrófonos, pero en la sala no había un solo altavoz porque se quería preservar, precisamente, la pureza de la toma. Los gurús de Universal recogían cuidadosamente el sonido eléctrico, pero el otro llegó esta vez a mis dos tímpanos directo desde la garganta de Arcángel, de piel a piel, sin más intermediario que el aire de la sala (...el aire de la almena / cuando yo sus cabellos esparcía...) Igualmente directo y cercano, limpio en todo el esplendor de su suciedad tablaera, me llegó el jaleíllo de Carlos Grilo, Diego Montoya y los Mellis y las guitarras de Dani de Morón, Diego Morao y Miguel Ángel Cortés.

Dentro de unos meses tendremos en la tienda de discos el producto completo y perfecto. Lo oiré y lo gozaré, pero también me acordaré con nostalgia, estoy seguro, del día en que oí a Arcángel cantar a pelo. Reconoceré los mejores momentos (las alegrías, esta vez sin efecto “media voz” al entrar y al salir; los fandangos de Huelva y de Alosno, que te arrastran con la inevitabilidad de los blues; la tremenda siguiriya que se cantó con Cortés. ¡Cómo coloreaba Cortés! ¡Cuánta hondura y cuanta elegancia en esos floreos! La glorificación de “la nota de al lado”, con un sentido del pulso y del flujo, que no se oye en ningún otro lado. Arcángel, Cortés y los demás, desenchufados. Me acordaré mucho tiempo.