Giorgio Vasari, James Boswell y Johann Peter Eckermann comparecen en el libro de Sergio Vila-Sanjuán como pioneros del periodismo cultural. Con toda intención y con libre criterio, el autor quiere subrayar los antecedentes de una actividad que no se materializó significativamente hasta bien entrado el siglo XIX.
Sin embargo, a su modo, Vasari, Boswell y Eckermann, como exigen las normas del periodismo, reportearon, tomaron notas y estuvieron en contacto con las fuentes directas para escribir, respectivamente, los perfiles de los artistas del Renacimiento, la biografía de Samuel Johnson y las entrevistas con Goethe.
Así comienza Una crónica del periodismo cultural (Universidad de Barcelona), versión del discurso de ingreso de Vila-Sanjuán en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona. El artículo indeterminado al frente del título advierte de que se trata de una crónica personal –una mirada subjetiva-, que implica una elección de protagonistas y hechos y la exclusión de otros. La crónica del periodismo cultural –y no digamos su historia nacional o universal- requeriría sin duda de varios tomos y no es objetivo que el periodista, novelista y actual responsable del excelente suplemento "Cultura/s" de La Vanguardia se haya planteado en esta ocasión.
Con especial dedicación a los escritores en lengua española, Vila-Sanjuán convoca y glosa con sintética amenidad las incursiones en el periodismo cultural de Emilia Pardo Bazán, José Martí, Rubén Darío, Jorge Luis Borges, José Donoso, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Alberto Manguel y Mauricio Wiesenthal, entre otros, aunque también se ocupa de una figura tan relevante como Herbert Lottman.
Como se ve, y con independencia de que alguno de ellos ejerciera el periodismo como actividad primordial, Vila-Sanjuán ha preferido centrarse en escritores que han concurrido o concurren en el campo periodístico. No es preciso recordar que el periodismo y, notoriamente, el periodismo cultural no sólo da noticia de la literatura y de la cultura, sino que él mismo se constituye en agente, creador y productor literario y cultural.
Vila-Sanjuán descarta de su recorrido el tratamiento de las publicaciones culturales. Con dos excepciones, el recuerdo del New Yorker fundado por Harold Ross en 1925 y la panorámica sobre su propio periódico, La Vanguardia. Así, se incorporan al recuento nombres como Thurber, Salinger, Nabokov, Cheever, Capote o Mitchell, en el primer caso, y Gaziel, Masoliver, Zúñiga, Del Arco, Cirlot o Moix, en el segundo.
En sus conclusiones, Vila-Sanjuán aporta con brevedad ocho requisitos que caracterizan al buen periodismo cultural. Uno de ellos es la"capacidad de combinar lo trascendente y lo anecdótico. Buen ojo para las circunstancias llamativas y los detalles jugosos".
Con tal requisito –al igual que con el resto- cumple Vila-Sanjuán cuando, evocando a García Márquez, nos recuerda que, en una de sus crónicas del Festival de Venecia de 1955, resaltó la proyección de Marcelino pan y vino, película española que, "aunque con matices", gustó al futuro Nobel.
O cuando, del mismo escritor colombiano, antologa un párrafo de su necrológica de George Bernard Shaw, que era vegetariano: "Noventa y seis años de legumbres se van al otro mundo, transformadas en los elementos que constituyeron a uno de los hombres más importantes de este siglo. Jamás un repollo fue materia prima de tanta valía, ni fue un puñado de rábanos mejor combustible para mantener activo ese carburante de barba blanca y pantalones embuchados que hoy será conducido al cementerio".
Qué maravilla, ciertamente, las posibilidades que ofrece el periodismo –y que seguirá ofreciendo, esperemos- para, con genio, ingenio y gracia, fundir lo literario y lo periodístico en un texto creativo y perdurable.