Resurrección
La Orquesta Nacional de España ha querido comenzar con la Resurrección de Mahler, no ya su temporada de abono, sino toda una etapa que ha de durar años: los del reinado de David Afkham, que acaban de echar a andar. ¿Cómo empezamos?... ya sé: ¡resucitando! Alguno encontrará adanismo en la decisión de poner esta sinfonía el día uno: antes de mí, nada, muerte; a partir de ahora, todo, vida. Yo no lo creo. Más que eso, lo que se advierte en el joven Afkham es ambición estética, ganas contagiosas de sonar bien y de exprimir hasta el final su talento musical, que es mucho, y el de los profesores de la OCNE, que también. Ese tipo de ambición es la que a veces echamos en falta en una orquesta cuando se la oye rebajar la tensión, difuminar el ajuste, perder filo en el fraseo, ensuciar la afinación... y se la ve sentarse en la silla entera en vez de en el borde. Un director de orquesta no suena de por sí: los que suenan son los otros. Él solo influye en el sonido si consigue liderar y el liderazgo de un director consiste, sobre todo, en contagiar las ganas. En decir ¡vamos! y que los otros, no solo te sigan, sino que deseen seguirte con todas sus ganas. Sin eso, una orquesta no puede alcanzar el último nivel —el único tolerable— de ajuste, afinación y fraseo.
La técnica de un director no está en el brazo ni en la muñeca, sino en la capacidad de liderazgo. Imaginemos un pianista quejándose de su técnica: «no sé que me pasa que no me trina el cuarto dedo». En el mismo registro, un director podría replicar: «pues yo noto que los músicos de la orquesta me miran cada vez con menos avidez». Eso es lo que vi/oí el otro día en la Resurrección de la Orquesta y Coro Nacionales: mirádas ávidas. Los ojos de ciento y pico músicos pegados a la batuta de este David, con la fijeza que imaginó hace tres mil años el otro David, el poeta de los salmos: «como están los ojos de los esclavos, fijos en las manos de sus señores, así están nuestros ojos en el Señor...». Alguno (el mismo de antes) encontrará desagradable esta imagen de señores y siervos, pero yo creo que, como dejó filmado Fellini en “Prova d’orchestra”, en el arte no hay sitio para la democracia ni para la igualdad. Recuerdo perfectamente otra “Sinfonía Resurrección” que oí en Berlín a la Filarmónica de allí, con Abbado y el Orfeón Donostiarra. Recuerdo la intensidad de la conexión de todos ellos con la batuta. Como en el salmo, pero a lo bestia. No es esclavitud, sino profesionalidad, que en un músico de orquesta o de coro significa entrega absoluta al sonido colectivo. Eso pasó también en la “Resurrección” de David Afkham. No siempre, pero sí en muchos momentos. Salí ilusionadísimo y con ganas de averiguar hacia dónde va la OCNE en los próximos meses con su joven líder.