En Europa pensamos la música a cuatro. El despliegue medieval de una voz en varias, eso que llamamos polifonía primitiva, que siempre me deja pasmado, acabó posándose en una trenza de cuatro hebras, un coro de cuatro voces: soprano, alto, tenor y bajo. Unos siglos después, se cuadraron también los instrumentos.
El cuarteto de dos violines, una viola y un violonchelo se convirtió en el grupo de cámara por antonomasia a la vez que se consolidaba la orquesta clásica, con su base de cuerda pensada a cuatro. Con solo ver sobre el escenario cuatro sillas y cuatro atriles, tenemos la sensación de que vamos a oír música esencial, de un solo color y sin fárragos.
Últimamente hemos recibido varias dosis de esta esencialidad cuadrofónica. El Cuarteto Cosmos tocó para el CNDM en el Museo Reina Sofía un retrato cuartetístico de Benet Casablancas, el compositor residente del Centro durante este curso. Tocaron sus cuartetos de cuerda números 3 y 4 complementados con el último de Shostakóvich, el número 15.
¡Cuánta música, cuántas ideas y, sobre todo, cuánta urgencia hay en los cuartetos de Casablancas! Suena casi siempre un tipo de belleza áspera, de acordes tensos y largos, que se suceden insistentemente sin dar descanso al oído. Oímos, o creemos oír por doquier, gestos beethovenianos, pero también unísonos largos, tipo Messiaen. Lo que predomina es una pulsión expresiva que, sin dejar de ser propia del autor, remite a la de la Viena moderna.
La parte central del Cuarteto núm. 3 tiene momentos de contemplación, y luego, en el Número 4, la armonía y la melodía se abren un poco, aunque no mucho. No se abandona nunca esa expresividad incansable que hace avanzar casi siempre la música y, a veces, por su misma intensidad, la agarrota. De los cuartetos de cuerda de Casablancas uno sale agotado, pero con la sensación de haber estado en un sitio importante.
[Música obligatoria, por Álvaro Guibert]
El Cosmos, que estuvo hace poco en el festival Atrium Musicae de Cáceres, es un magnífico cuarteto. Nos condujo con mano firme por estos paisajes esencialmente humanos, abarrotados de quejas y emergencias. Después, supo cambiar la vivacidad montañosa de Casablancas por la quietud y planicie propios del Quince de Shostakóvich, que empieza con la fuga más desolada del planeta. Hicieron sonar este cuarteto sin énfasis ni casi vibrato, perfecto, pero casi muerto. No hace falta imaginar cómo será el vacío de la intergalaxia, eso que antes llamábamos las tinieblas exteriores. Basta oír así, bien tocada, esta música compuesta con la muerte delante.