Que haya hecho falta que se cumplan cien años del nacimiento de Czeslaw Milosz para que prestemos atención a uno de los poetas más hondos, originales e imprescindibles que nos dejó el siglo XX habla bastante a las claras de lo improvisado y un tanto chapucero que sigue siendo nuestro ambiente cultural. Pero bueno, no hay mal que (más de) cien años dure, y el centenario ha traído (¡por fin!) una edición en condiciones de su poesía y diferentes publicaciones y revistas han posado la mirada en su poesía y en su prosa: Milosz, además de poeta, fue un alto intelectual y un narrador singular.



Cuando Czeslaw Milosz recibió el Premio Nobel en 1980 casi nadie en España sabía quién era. Algo habitual: casi nunca sabemos quién es nadie. La conclusión habitual en los medios es desprestigiar el premio en cuestión por ese capricho suyo de premiar a desconocidos en lugar de cuestionarse si no será que vamos un poco retrasados en eso de la información y, en general, la educación y la cultura. Pero en fin: como decía aquel, España y yo somos así, señora. Tuvieron que pasar cuatro años para que Tusquets publicase una breve antología de su poesía que difícilmente podía haber sido peor. Y han tenido que pasar ¡22 años! para que por fin aparezca Tierra inalcanzable (Galaxia Gutenberg), una antología a cargo de Xavier Farré, probablemente la persona que más sabe de Milosz en España y un traductor fino y sagaz. Tierra inalcanzable es un monumento a la piedad, a la poesía como último reducto de la compasión humana. Cada poema de Milosz tiene algo de oración y algo de fórmula secreta para salvar para el futuro todo lo que el mundo de su tiempo parecía estar echando por la borda. Esa súplica que contiene toda su poesía está en uno de los poemas suyos que prefiero:



Mittelbergheim



El vino duerme en las barricas de encina del Rhin.

Me despierta la campana de una iglesia entre los viñedos

de Mittelbergheim. Escucho un pequeño manantial

que borbotea en la piedra del pozo en el patio, los pasos

de los zuecos en la calle. El tabaco puesto a secar

bajo el cobertizo y los arados y las ruedas de madera

y el declive de las colinas y el otoño se sientan a mi lado.



No he abierto aún los ojos. No me apremies,

fuego, vigor, anhelo, es demasiado temprano todavía.

He vivido muchos años e igual que en este sueño

me he sentido cercano a la frontera móvil

tras la cual colores y sonidos se realizan

y se armonizan las cosas de esta tierra.

No me abras aún a la fuerza la boca,

permite que tenga fe, que crea que puedo llegar yo también,

concedeme permanecer en Mittelbergheim.



Bien sé cuáles son mis deberes. Están a mi lado

el otoño y las ruedas de madera y las hojas

de tabaco bajo el cobertizo. Mi tierra

se encuentra aquí y en cualquier lado, desde no muy lejos

me llega en no sé qué idioma el canto de un niño,

la conversación de unos amantes.

Más feliz que otros, debo tomar

un rostro, una sonrisa, una estrella, una seda doblada

sobre las rodillas. Sereno, el gesto atento,

debo caminar por los montes con la transparente claridad del día

viendo desde lo alto cursos de agua, ciudades, calles, costumbres.



Fuego, vigor, anhelo, me sostienes en el hueco de la mano

como un surco inmenso, peinado

por el viento del Sur. Tú que traes certidumbre

en la hora del miedo, en la semana de la duda,

es demasiado pronto todavía, permite que madure el vino,

que duerman los viajeros en Mittelbergheim.




El Círculo de Bellas Artes de Madrid dedica a Milosz dos jornadas esta semana, lunes y martes, con un plantel de lo más variopinto: desde el propio Xavier Farré o la que fuera secretaria de Milosz, Agnieszka Kosinska, al poeta Abraham Gragera, junto a, entre otros, el crítico Álvaro de la Rica, Andrzej Franaszek, Fernando Savater, Adam Michinik o Mercedes Monmany, que lo mismo vale para un Röten que para un Descosidsky.



Czeslaw Milosz (izda.) junto a Seamus Heaney



Coloquio más reposado es el que le ha dedicado a Milosz el último número de la revista turolense Turia, que sería la mejor revista española de poesía si no fuera porque además de eso es cuatro o cinco revistas más. El "Cartapacio" dedicado a Milosz se abre con un artículo recuperado de Mario Vargas Llosa que comienza: "Tiene unas cejas encrespadas, de Mefistófeles, y una cara con surcos que parecen abiertos a hachazos". Siguen textos de Marek Zaleski (que también estará en el Círculo), Adam Zagajewski, José María Güelbenzu, Jaime Siles (que no se muestra muy fan) o Álvaro de la Rica, entre otros, además de un artículo alucinante de Luis Alberto de Cuenca, que se equivoca de Milosz y habla del tío del que tocaba. Completo, matizado, rico. Dan ganas de leer más.



Sin duda, el homenaje más hermoso que este año se le ha rendido a Milosz es el libro An invisible rope: Portraits of Czeslaw Milosz (Ohio University Press), organizado por Cynthia L. Haven, que recoge textos de amigos y estudiosos del poeta polaco, además de algunos de los mejores poetas contemporáneos: Tomas Venclova (otro al que le darán el Nobel cualquier día para indignación de todos aquellos que no saben quién es), Adam Zagajewski, W. S. Merwin, o el más impresionante de todos, el de Seamus Heaney. En "In Gratitude for All the Gifts", que así se llama su texto, Heaney repasa con esa inteligencia tan suya lo más característico de la poesía de Milosz, a quien considera el poeta secular por excelencia, y le recuerda ya anciano, en su casa de Cracovia, contemplando un busto de su segunda mujer, ya fallecida, y traza un paralelo emocionante con el viejo Edipo que llega a Colono. Un perfecto complemento a este libro es Czeslaw Milosz and Joseph Brodsky. Fellowship of Poets (Yale University Press), en el que Irena Grudzinska repasa la prolífica amistad de dos de los grandes poetas del pasado siglo.



Tres coloquios sobre Czeslaw Milosz, quien, secretamente, guardó durante lo peor de nuestra historia las fórmulas de aquello que de más humano hay en nosotros para que llegaran sanas y salvas a este siglo nuevo, que debería sentir la obligación de ser mejor.



('Milosz, 100 años', por Santiago Martín Bermúdez)