Cuando en 2002 la editorial Debate (eran los tiempos del gran Constantino Bértolo, hoy metido a troyano) publicó la Historia universal de Paniceiros de Xuan Bello, muchos lectores descubrieron de golpe varias cosas: a un narrador único, uno de los libros más hermosos e inclasificables de los últimos años... y una lengua.



Xuan Bello era la punta de lanza de una generación que ha dado varios libros de verdadera importancia. Sobre todo, poetas, sí: yo les recomendaría, aparte de la completa del propio Xuan Bello, las de Antón García, Berta Piñán, Esther Prieto y Pablo Antón Marín Estrada, entre otros autores de la que se ha llamado segunda generación del Surdimientu. También algunas obras de narrativa, entre las que destacaría la novela de Antón García Díes de muncho, ya traducida al castellano.



Miguel Rojo (1957) es uno de los autores más prolíficos de esa generación (bastante perezosa, por otro lado). Acaba de aparecer su nuevo libro de poemas, El paséu / El paseo (Seronda), en edición bilingüe asturiano/castellano. Un libro que tiene estructura de poema largo, de recorrido espacial que lo es a la vez temporal y al que acuden las sombras del pasado y del futuro para exigir un lugar en el presente. El personaje del poema camina y encuentra todo, incluidos los restos de una noche tras la cual "abriríais la puerta y arrojaríais los desperdicios del amor para / que las vacas y yo os asumiéramos en esta soleada mañana de noviembre". Poesía reflexiva que no hace caso omiso del feísmo pero que busca sobre todo en la belleza la brizna de sentido que nos sobreviva, porque de nosotros quedará "acaso sólo el olvido, ese río de arenas sumergidas que se ha de perder en la Historia".



Desde ellos ningún autor había demostrado tener un mundo propio, una capacidad para generar discursos nuevos adaptados a aquello que se ha decidido a contarnos y una sensibilidad tan inteligente y sin concesiones hasta la aparición de Vanessa Gutiérrez, nacida en 1980 y probablemente la única autora de su generación cuyos libros aguantarían sin duda el tirón de jugar en una liga mayor.



Tengo para mí que si hay algo que diferencia a un poeta mayor de un poeta menor (y en esto no me importa llevarle la contraria -o al menos hacerle un añadido- a Auden, para quien el poeta mayor se distingue por escribir mucho, de temas variados, con originalidad de visión y estilo y demostrando capacidad de evolución desde sus inicios a sus últimos escritos) es la sensación de necesidad que emana de sus libros. Al leer un poema suyo, sentimos que fue escrito como respuesta a una necesidad (si bien podemos estar confundiéndonos con la necesidad que nosotros teníamos de leerlo).



Y no hay un solo libro de Vanessa Gutiérrez que no deje en el lector esa sensación de necesidad. Llegan ahora a las librerías dos entregas suyas: de un lado, la traducción al castellano de La cama, aparecido inicialmente en asturiano en 2008; y de otro, una antología de su obra poética hasta el momento, La quema (que aparece en edición bilingüe asturiano/castellano).



La cama se abre con una muy significativa cita del filósofo persa medieval Abu Hayyan Al-Tawhidi, uno de los primeros que mostró interés en cuestiones lingüísticas y en borrar, más que establecer, los límites entre géneros y estilos. "La palabra mejor", dice la cita, "es aquella que se asemeja al verso siendo prosa y a la prosa siendo verso". Con ella, Vanessa Gutiérrez da naturalidad al hecho de practicar una escritura mixta (es como si nos avisase de que esto "no pretende ser una modernidad"), algo que ella practica con una escritura sabia y medida, capaz de establecer tonos y ritmos que tienen parte de todos los géneros, que crean un entorno renovado para dar nuevo sentido a escenas y palabras.



La modernidad de Vanessa Gutiérrez no es de blog y quimera, de pose y chichinabo. La suya es una investigación literaria de primer orden, una búsqueda hacia dentro para entender a la vez lo de adentro y lo de afuera.



La cama es a la vez un relato y un largo poema contado por una voz única que sin embargo da entrada a múltiples personajes, a sucesivos ámbitos (la familia, la generación...) en el que la cama actúa como símbolo central del matriarcado en el que la protagonista del libro crece y en el que tiene que afrontar la creación de su propia personalidad. Se trata de un tipo de escritura que Vanessa Gutiérrez había ensayado ya en Les palabres que te mando (Ámbitu, 2006), donde, bajo una apariencia de relato, la autora mostraba ya su voluntad de desarrollar no tanto una narración como la descripción de un estado de ánimo: de tomar no una historia, sino el momento esencial de esa historia, y no narrarla, sino desenvolverla como una flor de papiroflexia. Si en Les palabres que te mando (que igualmente merecería ser traducido al castellano) Vanessa Gutiérrez plantea una reflexión sobre el sentido de la propia existencia, sobre nuestra capacidad para influir en ella de un modo efectivo (un tema que, como veremos, es esencial en su nueva colección de poemas), La cama amplía el ámbito de su búsqueda desde la primera persona de singular al resto de personas de la conjugación verbal. La cama es un libro esencial de la última literatura asturiana y esta traducción debería darle el lugar que merece en el conjunto del resto de literaturas.



Es ese aspecto, el de la creación de la propia personalidad, el que enlaza el complejo mundo de La cama con los poemas de La quema. Si bien un puñado de poemas escapa de la temática central del libro, La quema es un libro cohesionado por una obsesión central: la memoria, el olvido. "Soy la desmemoria / y traigo sed", dicen dos versos emblemáticos. El frío como paisaje, el incendio como salvación que borra y despeja y en la que la única frágil patria es el temblor del amante, los escalofríos que salvan pero no más que por un instante. "Siento que estoy cansada; / que no tengo fuerzas, / y que ya sólo el verde manto / me amarra a este suelo", escribe en "Yedra". La desgana, la incapacidad de creer en las grandes palabras y en el amor menos que en ninguna otra, la necesidad de evitar cualquier responsabilidad sobre los propios actos y su repercusión en las vidas de los otros ("No fui yo, / por qué me culpas", se lee en "Inocencia"), el eco de una herida lejana en la que nace el fuego que quema todo el presente ("Una memoria / con los sentidos arrasados") y de ahí la necesidad del olvido, de situarse fuera de las escenas en las que uno mismo está ("Soy lo que no veis, / la que os mira"), de pasar levemente por las vidas ajenas ("que atraviesa vuestras vidas / sin dejar memoria"), hasta no existir: "soy la inexistencia", llega a afirmar. Pero esa inexistencia cobra la fuerza de una primera afirmación, de un comienzo: "Tan sola / Tan rastrera y olvidada / Tan viva sobre todas las cosas".



En La quema están los mejores poemas que ha escrito Vanessa Gutiérrez. Nadie que quiera conocerse mejor a sí mismo y comprender algo de su tiempo debería dejar de leerla.