-¿Qué queda de aquel buen rollo que parecía haber hace unos años en la poesía española, después de las guerras entre la experiencia, el silencio y los etcéteras?





-Hombre, buen rollo (que es una cosa personal) más o menos lo sigue habiendo, pero sobre todo creo que se ha generalizado una capacidad de leer de forma menos gremial y más abierta, más desprejuiciada. Leemos más buscando algo que nos ayude a conocernos más que algo en lo que reconocernos, digamos.



-¿Ese libro es el último de Marcos Canteli?



-Sí, Es brizna (Pre-Textos). ¿Ves? Es un buen ejemplo. Cuando los dos estudiábamos en Oviedo, él dirigía la revista Solaria y yo co-coordinaba Reloj de arena, que representaban dos estéticas muy distintas. Hacíamos por charlar, nos intercambiábamos un número de cada cuatro... No había enemistad, ni mucho menos, pero creo que sí un cierto desinterés mutuo.



-¿Y ahora de pronto te gusta?



-No cabe duda de que tiene una voz distinta... Claro que su búsqueda sigue siendo otra, pero en su forma de construir estados de ánimo mediante rodeos, dibujando los perfiles más que el contenido, hay algo muy sutil, muy atractivo. Es brizna me ha parecido su mejor libro.



-¿Y qué te ha parecido el de Juan Andrés García Román, tanto que decías esperarlo? A mí me parece que se le ha ido la olla.







Juan Andrés García Román.



-Pues a mí me parece que La adoración (DVD) es un libro desmedido, desbordante, avasallador. Una máquina de fabricar imágenes potentísimas, emocionantes y conmovedoras al servicio de una historia atemporal y fabulosa, pues no deja de ser una fábula: escrito en su mayor parte en prosa, uno se pregunta qué hubiera ocurrido si en lugar de en DVD hubiera aparecido en El barco de vapor, y si de veras a nadie se le va a ocurrir hacer la película. Un libro cuya lectura tarde en agotarse, arriesgado, entregado y sin embargo medido como el más complejo de los relojes. Fascinante, admirable, desconcertante.



-Pues a mí me ha gustado más El niño que bebió agua de brújula (Calambur), de Julio Más Alcaraz. Es mucho más comedido que el de García Román. También este libro juega a crear un mundo propio superpuesto al real, a cambiarle las leyes de la gravitación para ver que ocurre al superponerlos. Requiere una lectura más intelectual y su disfrute tarda más: es menos exuberante.



-A mí también me ha gustado, y una cosa no quita la otra. No sé a qué viene este empeño futbolístico en que o eres de una cosa o de la otra. Otro que me ha gustado mucho es El cielo de las cosas (KRK), de Pelayo Fueyo. En 2088 Pelayo Fueyo, uno de los más excéntricos (por raros, por originales, por hondos) poetas de los nacidos a finales de los 70 publicó en Pre-Textos su poesía completa. Ese mismo año dio a imprenta El libro de la discordia (Deva) un valiente y tal vez fallido acercamiento al realismo sucio que casaba raramente con su raíz profundamente simbolista. En su nuevo libro, Fueyo vuelve por los derroteros de El mirador (1992), tal vez el libro suyo que sigo prefiriendo. Sutileza, símbolos manidos por la tradición poética que en la voz de Pelayo Fueyo suenan vivos de nuevo gracias a la naturalidad y la sabiduría de su uso. Los poemas de Fueyo transcurren en un camino amurallado por el que vagamos sin saber nuestro destino mientras tras ese muro tienen lugar las alegorías que lo escriben. Mira por ejemplo "La tapia":



Hay un hueco en la tapia

que no escalé de niño.

Sólo se ve un manzano

con frutos inmaduros.

No me alzaré. Presiento

que el dueño, al otro lado,

está esculpiendo el friso

que narra mi nostalgia.



-Vamos, que antes no te gustaba nada y ahora de pronto te gusta todo. Te estás haciendo mayor... ¿Ya nunca vas a hablar mal de ningún libro?





Pelayo Fueyo.



-Pues ganas me dan de hacer como todo el mundo: alabar lo que me gusta y de lo que no me gusta, callar en público y ser discreto en privado, no sea que por esto o por aquello vaya a perder tal o cual favor. Además, ¿qué necesidad tengo de crearme malos rollos? La gente en general no distingue la discusión estética de los asuntos personales. Si un amigo escribe un libro por el que tienes reparos deberías poder decirlo sin que se enfadase, es más, con su agradecimiento. A mí las reseñas positivas me aburren, es decir, las agradezco, pero las palmaditas en la espalda no ayudan a crecer. Una crítica meditada es mucho mejor. Pero todo se toma a nivel personal...



-Es que tú también... Te metes en cada una...



-Pues eso es lo que digo. Pero creo que -sobre todo si uno practica la crítica- debe ser honesto con los lectores. Es lo mínimo. Y si algo le parece una tontería, debe decirlo.



-Aunque eso te haga perder un amigo. Total, que entonces te vas a callar en adelante...



-Pues no sé. Es que... Por ejemplo: en la misma época en la que Canteli y yo nos mirábamos un poco por encima del hombro, Juan Antonio Bernier me invitó a dar la primera lectura de mis poemas fuera de Asturias, en Córdoba. Me quedé en casa de Juan Carlos Reche y la lectura fue en el bar Can Can. Siempre ha sido muy majo conmigo y me gustan sus traducciones de poesía búlgara. Ahora ha publicado un libro que no me gusta nada. ¿Debería decirlo, ponerle de mal humor, siendo además los editores amigos?



-Hombre, si lo puedes dejar pasar... Pero tal vez el crítico debería hablar también de los falsos prestigios. Y Bernier anda por ahí en antologías varias, ahora sale su libro en la colección lujosa de Pre-textos... ¿Tan malo te ha parecido Árboles con tronco pintado de blanco?



-Me ha puesto de mal humor. Si uno quiere aprender a distinguir con facilidad sencillez de simplonería, profundidad de pose, probablemente en ningún libro lo vaya a tener tan fácil como en este. Ofende en este libro la pose: para Bernier escribir un poema es hacer algo "bonito". Así que estos poemas son como cuadros comprados en Ikea. Casi se salvan los poemas que se fían al chiste final, cuando el chiste tiene gracia. Inane, lleno de giros que alguno dirá juanramonianos pero que son cien por cien de la moda del tiempo ("Nuestras voces, una a una"), cuando no estupideces como "Un joven profesor joven", que ofenden por su pretendido esteticismo burdo, trasnochado y simplón. Y ofende doblemente porque sabiendo como sabe uno que Bernier no es tonto, ni mucho menos, no entiende cómo puede haber escrito un libro que es tonto de remate. Ah, y Luis Muñoz debería empezar a poner denuncias a quienes le plagian, porque se iba a hacer rico... Y más si además del plagio el destrozo aumenta la cuantía de la indemnización...



-Hombre, haz lo que quieras, pero si eso es lo que piensas...



-Es que voy estando mayor, y qué necesidad tengo de enfadarme con nadie. Además, habrá a quien el libro le guste. Está claro que a sus editores, para empezar.



-Pero luego te quejarás como siempre de que no hay discusión, sólo palmaditas mutuas en la espalda...



-Sí, no sé... Voy a pensármelo y ya veré lo que hago...