La vida de Budd Schulberg (Nueva York, 1914-2009) fue toda una película. Hijo de un magnate de la Paramount, vivió desde pequeño los entresijos de Hollywood. Ganó un Oscar como guionista de La ley del silencio, fue comunista primero y luego delator e instruyó a espías durante la II Guerra Mundial. Autor de Más dura será la caída, La ley del silencio, ¿Por qué corre Sammy? o Un rostro en la multitud, allá por 2004, cuando acaba de morir Marlon Brando y aparecía en España El desencantado (Acantilado), lúcida y ácida crónica del Hollywood “dorado” y de su encuentro con el último Scott Fitzgerald, le hice esta entrevista que acabó en el baúl de los trabajos de amor perdidos. La recupero ahora como homenaje póstumo a un hombre lúcido, que vio casi de todo y además supo contarlo.
Pregunta: ¿Qué recuerda más a menudo del Hollywood que aparece en El desencantado?
Respuesta: Que lo que visto desde fuera era un mundo lleno de glamour, visto desde dentro era una fábrica en la que los jefes abusaban de la mano dura y los escritores, incluidos los más famosos y mejor pagados, eran tratados como simple mano de obra.
P: Su padre era B. P. Schulberg, responsable de la Paramount... ¿Conocer Hollywood desde dentro y desde niño le regaló una mirada única?
R: Sí, pude verlo sin cegueras ni falsas ilusiones. Me di cuenta en seguida de lo efímero que resulta el éxito. Vi a actores famosos, como John Gilbert, que comenzó como protagonista junto a Greta Garbo y fue su amante, caer en la bebida hasta la muerte. Ese tipo de cosas me resultaban familiares.
P: ¿Cuándo se dio cuenta de que su idea de Hollywood era distinta de la que los demás tenían?
R: Probablemente yo era el único que sentía lástima por actores, directores y guionistas que ganaban más de 25.000 dólares a la semana.
P: El desencantado es una novela, pero es imposible no leerla también como crónica de aquel Hollywood... ¿de verdad perdido?
R: El desencantado es una novela sobre lo que la gente llama la Edad Dorada de Hollywood, los años 30. Pero me imagino que el esfuerzo para crear algo con integridad artística en medio de la presión de millones de dólares estresa de la misma manera a los artistas de hoy que a los de hace medio siglo.
P: Esa fiesta en honor del doble de Rintintín... ¿Así era Hollywood?
R: Más o menos. Esa fiesta de la novela es una exageración, pero también lo fue la boda -real- de Barbra Streisand.
P: Quienes no lo conocimos soñamos con aquel Hollywood. ¿Cuál sería nuestra pesadilla?
R: Aún hoy hay quien consigue llegar allí con un sueño y hacer un film que es una pequeña joya. Eso pasa dos o tres veces al año. La pesadilla es hacer un thriller que cuesta cien millones de dólares y fracasa.
P: Comenzó escribiendo historias sobre las ambiciones de las estrellas antes de ser famosas. ¿Cómo cambia el éxito a la gente?
R: A menudo el éxito no traía la felicidad, sino el ansia por mantenerlo. Cuando Sinclair Lewis ganó el primer Nobel de Literatura que le dieron a un norteamericano, dijo: “Esto es mi final”.
P: ¿Qué hace irreales a actores y actrices?
R: Quieran o no, deben vivir en un mundo de Alicia en el país de las maravillas de exceso y exageración. Nuestra cultura de la celebridad es más ridícula cada año que pasa.
P: ¿Quiénes eran sus favoritos?
R: Cary Grant y Fredric March. Una vez iba en coche por Beverly Hills con Cary y se detuvo ante la vieja casa de mi padre, y dijo: “A menudo pienso que si no hubiera sido por él, yo seguiría bailando en el coro”. No tenía razón, pero siempre admiré su modestia.
P: El Manley Halliday de su novela es un reflejo de Scott Fitzgerald. ¿Cómo fue su primer encuentro?
R: Como en la novela, en realidad... Cuando nuestro productor, Walter Wanger, me dijo que trabajaría con él, pensé que me tomaba el pelo. Yo creía que FSF estaba muerto. Pero estaba en la habitación de al lado, leyendo mi guión. Enseguida nos caímos bien. Le admiro mucho y espero que mi libro le haga justicia.
P: ¿Cómo fue ser miembro del Partido Comunista en un ambiente tan hostil como aquel Hollywood?
R: Creía que el capitalismo llegaba a su fin y que el fascismo estaba a punto de llegar a América. No pude actuar de otro modo.
P: ¿Y cómo fue el proceso que le llevó a la desilusión?
R: Lento, pero seguro. Arthur Koestler lo resumió así: “Nos equivocamos por las razones correctas”.
P: ¿Fue difícil informar contra sus antiguos compañeros de partido?
R: Nunca hice tal cosa, como se ha dicho. Sólo conté la verdad sobre mi expulsión y sobre la dictadura a la que el partido pretendía someter a los intelectuales.
P: Ganó un Oscar por el guión de La ley del silencio (1954), dirigida por Elia Kazan. ¿Qué significa un Oscar para un escritor?
R: Para mí y para Kazan significó poder seguir trabajando lejos de Hollywood en proyectos que allí no entusiasmaban.
P: Durante la II Guerra Mundial sirvió en el ejército. ¿Qué hace un escritor en la guerra?
R: Yo estaba en una unidad que preparaba agentes para infiltrarlos entre las líneas enemigas. Durante el juicio de Nuremberg pasaron las películas que habíamos obtenido. Nunca olvidaré las caras de Goering y los otros jerifaltes nazis mientras las veían.
P: Si su vida fuera una película, ¿cuál sería?
R: Don Quijote. Aunque mis molinos han sido reales.
P: ¿Qué echará de menos de Marlon Brando?
R: Muchas, muchísimas cosas. Era un hombre único. Pero la mayoría ya las echaba de menos cuando estaba vivo.
P: ¿Ha pensado alguna vez que su mejor historia tal vez haya sido su propia vida?
R: ¿No puede acaso decirse eso de todos los autores? Ahora quiero acabar mis memorias. Sólo tengo 91 años, aún me queda tiempo para hacerlo bien.